Me han llegado en estos días, muy interesantes invitaciones a eventos, cursos, conferencias y hasta conciertos que tienen que ver con la evangelización.
Unas invitaciones han sido por vía e-mail, unas han sido personales y otras en carteles pegados en sitios estratégicos. Todas esas invitaciones me parecen muy buenas y sin duda esas experiencias traerían mucho beneficio a mi vida. Pero hay un obstáculo para que yo pueda aprovechar todas esas oportunidades… tienen un costo que no puedo pagar. Hay eventos que van desde los $550 ¡hasta los $2,500 Pesos! ¡Qué tal! Y de un solo día.
Creo que las conferencias en verdad son muy buenas y los seminarios tan efectivos, que lamentablemente, hay que pagar un dineral para poder recibirlos.
Sé –con tristeza- que así es como se manejan las cosas aquí en el mundo, si quieres algo, debes pagar por ello. Y entre mejor o más bueno, mayor será su costo.
-Si quieres seguridad, te va a costar.
-Si quieres una buena casa, te va a costar.
-Si quieres un buen auto, te va a costar.
-Si quieres un buen trabajo, te va a costar.
-Si quieres un buen colegio, te va a costar.
-Si quieres el mejor servicio, te va a costar.
-Si quieres pasear por el mundo, te va a costar.
-Si quieres lujo y comodidad, te va costar.
-Si quieres vestir ropa de marca y de moda, te va a costar.
-Si quieres divertirte en los mejores sitios, te va a costar.
Todo esto entiendo que nos va a costar, pero ¿Por qué tiene que costarnos el conocer a Dios o seguir aprendiendo de Él? ¿A nosotros nos costó dinero conocerlo? Quizá sí.
Los negocios, son negocios… pero cuando los negocios son “a costillas” de Dios es cuando me parece injusto que tengan un “costo de recuperación”.
¡¿Recuperarse de qué?!
Muchos de estos conferencistas, empresarios, cantantes, músicos, ministros y predicadores, muy “listos” argumentan a su favor que “si las cosas se nos dan gratis no las valoramos”. Pero Jesús hizo todo gratis cuando anduvo caminando entre los hombres, y aún sigue haciéndolo ¡todo gratis! Claro está que ellos no son como Jesús.
¿Es una locura en nuestros días, andar por ahí regalando tiempo y conocimientos? Sí, por eso es una gran muestra de amor necesaria para que la Buena Nueva sea realmente buena y convenza. Alguien que no me conoce y que no me cobra por aquello que me comparte… ¡caramba! Ese de verdad me ama, tal y como lo haría Jesús.
Quizá sea cierto que lo que se nos da gratis no siempre es valorado por todos, pero haciendo las cosas con amor como lo hizo Jesús, ¡qué importa! Cada cual era libre en aquel momento de saber si aceptaban lo que Jesús hacía y decía. Eran antes tan libres como hoy, de desperdiciar el mensaje de Jesús si así lo decidían. Al fin y al cabo, Dios igual nos sigue amando a todos.
La libertad de creer y aceptar lo que Jesús vino a hacer y decir, era otra prueba de amor además de la gratuidad de su mensaje. Hoy no somos libres de aceptar el mensaje o siquiera de cuestionarlo porque como hay que pagar por anticipado…debemos estar de antemano predispuestos a asentar a todo lo que nos digan sin vacilar. Oye, ¡¿Tan caro, y no aprovecharlo?!
Pero lo curioso es que a los que “trabajan por el Señor” cobrando el mensaje, no les gusta pagar en ningún otro lado por presenciar un evento o un mensaje similar; a ellos en cambio sí les gusta dejarse atender y consentir gratis, por aquellos a quienes supuestamente van a “servir”. Sí, les gusta ser servidos por quienes los contrataron para llevarles el hermoso, suave, adornado y perfumado mensaje por el cual pagaron.
Los que dedican su vida a cobrar para dar conferencias, seminarios, talleres, conciertos, retiros, charlas y toda clase de eventos con motivos “cristianos”…
¿Qué le dan a ganar a Dios?
¿En qué número de cuenta y de qué banco le depositan su parte del dinero? ¿Qué regalías le devuelven por ser el autor intelectual de lo que los mantiene hablando, enseñando, bailando, cantando o sanando? ¿Qué no “Toda sabiduría proviene del Señor y está con él por siempre” Eclo 1,1? ¿Por qué entonces se quedan ustedes con el dinero y las atenciones, fruto de predicar su sabiduría? Y ni siquiera dan recibo de honorarios.
Pero eso sí, a la hora de subirse al escenario, fascinados por las luces y seducidos por los aplausos y las alabanzas, de sus bocas se derrama el amor, la fe y la confianza en Dios. Claro, mucha fe, amor y confianza pero en su falso dios, aquel que ansiosos esperan recibir al terminar su rutina, cual acto circense. Sí, ese amoroso dios que les va a dar lo que siempre han deseado pero que la filosofía pura de Jesús no les consigue: dinero.
Falso dios al que suelen llamarle de “cariño”: “ofrenda”, “estipendio” o la más reciente “cuota de recuperación”.
¿No se supone que “lo que gratis han recibido, entréguenlo gratis también” Mt 10,8? Yo creo que toda experiencia con Dios que nos haya cambiado la vida y nos haya trazado un rumbo, debemos realizarla gratis. No sería justo que si Dios nos llamó para servirlo y en su plan estaba que supiéramos y asumiéramos nuestra misión, cobremos por llevarla a cabo. ¿A nosotros quién nos cobró por que Dios acomodara el universo para que un día nos encontráramos con Él y descubriéramos así el sentido de nuestra existencia?
Dios no fue.
Creo que la misión no debe ser una empresa ni un negocio auto financiable, debe sostenerse con la ayuda y el compromiso de todos, es cierto, pero sin convertirlo en un modo de vida para quienes la realizan. Debe incluso costarnos en ocasiones a nosotros y no a quienes va dirigida la Buena Noticia, porque si no ¿sólo aquellos que pueden pagar por ella la van a recibir?
Además la evangelización es para llevarla a quienes nos topamos en el camino, no para quienes de antemano son convocados, quieran y puedan pagar por recibirla. ¡Qué fácil!
La principal cualidad que tiene el mensaje de Jesús, es que su mensaje al igual que su salvación vino a traerlos gratis. Vino gratis a anunciar, a predicar, a curar, a denunciar y a salvar… sin distinguir buenos, malos ni posiciones económicas. Y así como llegó pobre a cumplir su misión, así pobre se fue.
Yo estoy convencido que si en nuestra vida no hay un espacio y un tiempo para actuar y hablar de Dios gratis, mejor no lo hagamos. Es muy soberbio y ambicioso de nuestra parte, creer que si yo no realizo mi tarea –o negocio-, la evangelización se detendrá y no llegará a los olvidados en los rincones del mundo. ¡Gran mentira! Al contrario, el mal ejemplo que damos cobrando y viviendo con lujos y comodidades a costa de los necesitados, aleja más a la gente de Dios.
Dios es relativamente un recurso fácil para sacar dinero, yo mismo si quisiera podría salir y ofrecer mis servicios no profesionales a un precio módico, para hablar de lo mucho o poco que sé de Él y de lo que ha hecho en mi vida. En realidad no necesito un certificado o carrera profesional para hacerlo, es sencillo, cualquiera que tenga la capacidad de convencer y adular, lo puede hacer. Pero creo que la misión ya no será efectiva si se ensucia con el manejo de dinero entre las partes, pues con la misma mano que recibimos nuestra paga, es con la que sostenemos con poder su Palabra. Y con el mismo dedo que mojamos con saliva para contar nuestros billetes, es el mismo dedo que mojamos para hojear y rápido encontrar aquellas citas de la Biblia que supuestamente nos justifican.
Y a propósito…
¿Cuál será el “costo de recuperación” para los que obtienen dinero por hablar de Dios? ¿Cuál será su “total a pagar” cuando estén frente a Él?
¿Les “cuadrarán las cuentas” a la hora de estar frente a Dios?
¿Será que más bien fueron ellos quienes no valoraron lo que era gratis?
Sólo Dios sabe.
martes, 28 de junio de 2011
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