Hoy es el Día de Muertos en México. Como en distintas civilizaciones y culturas, rendimos honor a los que ya no están más con nosotros en su forma física ofreciéndoles altares y muchas otras manifestaciones artesanales y culinarias propias de las distintas regiones del país.
En el evangelio de hoy nos muestra el pasaje bíblico de la resurrección de Jesús relatado por Lucas en evangelista. Narra cómo algunos de los discípulos más allegados a Jesús (las mujeres) van al sepulcro para embalsamar su cuerpo y terminar con el rito de sepultura, interrumpido por las fiestas pascuales. Es entonces cuando dos hombres con vestiduras brillantes les preguntan: ¿Porqué buscan entre los muertos al que está vivo? (Lc. 24, 1-6)
Esta pregunta sigue vigente hoy en día en todos los rincones de nuestro vasto mundo.
Nuestra vida es prácticamente un viaje en búsqueda de la felicidad. La mayoría estamos convencidos de que la felicidad absoluta es Dios; esto lo demuestra la gran cantidad de fieles que registran todas las religiones alrededor del planeta. Sin embargo, seguimos buscando a Dios entre los muertos.
Nos afanamos en encontrar la felicidad en objetos o sensaciones pasajeras, efímeras. Ponemos nuestra confianza y todo nuestro esfuerzo por alcanzar tesoros que, a la larga se los come la polilla y son robados por los ladrones (Mt. 6, 19).
Jesús está vivo y hay que encontrarlo como tal en aquello que no pasa, que permanece y que, irónicamente, no perdura, por lo menos en este mundo ni en forma física o sensible. Por ejemplo, Dios está presente en el PRESENTE, es actual, “ayer, hoy y siempre”, está en los seres vivos que muchas veces despreciamos o marginamos; está presente en la naturaleza que estamos boicoteando; está en el pan que tantas veces desdeñamos; está en su Palabra viva aunque parezca estática plasmada en un libro.
Dejemos de buscar al siempre vivo entre los muertos, busquémosle entre los moribundos que necesitan una visita o una palabra de aliento, en los encarcelados, enfermos, en los desesperados, deprimidos, etc. Ayudémonos de su presencia viva en la Eucaristía y recibamos su más preciado regalo: VIDA!!, “El ladrón sólo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10,10).
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