viernes, 29 de octubre de 2010

CON UNA RATA EN LA BOCA

Del evangelio de Lucas 19, 1-10.

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura.
Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa." Él bajo en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador." Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más."
Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Mi mamá solía decirnos cuando éramos niños, que cuando las personas eran egoístas y no querían compartir sus pertenencias, se iban a morir "con una rata en la boca". A mí en aquel tiempo me parecía buena idea, creía que era un final justo para este comportamiento. Era un castigo como inspirado en las páginas de "La Divina Comedia", pero la verdad no sé de donde sacó mi mamá eso de terminar con un roedor en la boca, pues con los años me di cuenta que no era cierto. Comprendo ahora que nos lo decía para que nosotros no fuéramos así.

A veces cometo el error de creer que el destino de tal o cual persona está decidido por lo evidente de su buen o mal comportamiento. Pero Jesús en su encuentro con Zaqueo, me demuestra que todos al conocerlo y encontrarnos con Él, tenemos la oportunidad de corregir nuestros rumbos por más desviados y lejanos que estén. Y lo bueno es que Jesús siempre ha tenido –y tiene- una fijación amorosa por aquellos que son odiados o relegados por los que se sienten buenos.

¡Pobres de los ricos! Tan odiados. Sí, los ricos son señalados y denunciados -aunque impunes-, por sus muchos abusos e injusticias. Es por eso que Jesús se comporta con diplomacia y equidad cuando le dice: "tengo que alojarme en tu casa". Quizá no quería ir pero Él sabía que debía alojarse en su casa, pues a final de cuentas a eso vino: a salvar. Debía darle a Zaqueo la misma oportunidad que les dio a la prostituta, al joven rico, a los leprosos, los tullidos, los fariseos y Dios sabe a cuántos personajes más.

Y es que la salvación, en realidad debe ser ofrecida sobretodo a los que están más lejos de buscarla, encontrarla o recibirla. Si no, no tuviese sentido, pues la intención de salvar es que se "encuentre lo que estaba perdido". Porque lo que no está perdido no necesita ser recuperado.

Yo creo que los ricos a diferencia de los pobres, tienen incluso la oportunidad de "comprar" con dinero su salvación. Sí, ya sé, podría escribirse todo un libro sólo para debatir y negar esta hereje afirmación, pero aún así yo creo que Jesús pareciera hacerles un reto al otorgarles esta “ventaja”, claro, sabiendo lo mucho que les importan sus bienes y riquezas. Ventaja que gracias al amor por su dinero, el rico no valora y el precio de su propia salvación le parece algo costoso y exagerado.

¿Cuánto cuesta la salvación para un rico? Como nos lo demuestra Zaqueo, solamente la mitad de su fortuna para darlo a los pobres y restituirles con dinero, cuatro veces a quienes les robó. ¡Barato!

Puede que en el transcurso de mi vida yo me tope a Jesús o Jesús se tope conmigo, pero el hecho es que si me sucede, debo aprovecharlo. Porque ¿cuántos encuentros habrá tenido nuestro Señor, con personas a las que no les interesó transformarse y siguieron como si nada pasara? No lo sé, supongo que muchos, porque caminó mucho, muchos le escucharon y muchos iban tras Él, pero al final sólo se quedaron como once a seguirlo. Hicieron uso de su derecho a seguir siendo los mismos y Jesús lo respetó.

Este publicano pecador y por si fuera poco, rico, sí supo aprovechar la "oferta" y le salió relativamente barato: se subió a un árbol para verlo, esperó a que pasara Jesús y Jesús “solito” se invitó a alojarse en su casa. Zaqueo entonces prometió donar la mitad de su dinero a los pobres, restituir cuatro veces a los que había defraudado, y con eso tuvo para que la salvación llegara a su casa. Seguro después hizo buen uso del dinero que le sobró, pues tampoco se quedó en bancarrota. Con esos recursos que tenía, y de los cuales se desprendió, Jesús nos mostró que aunque para los ricos la salvación es muy difícil, definitivamente no será imposible.

Todos en nuestra particular condición económica, debemos aprovechar nuestro encuentro con Jesús y cumplir las condiciones que pone a cada "estrato social" para que Él nos salve.

Yo a veces quisiera subir de estrato y tener muchísimo dinero, lujo y comodidades, pero creo que si lo tuviera, pasaría conmigo lo mismo que con todos los demás adinerados: preferiría pensar que la salvación para los ricos también es gratis, para así yo no tener que gastar de mi dinero en conseguir la mía. Ofrecería algo de tiempo y quizá buenas obras a Dios, pero nada que requiera deshacerme de mi dinero. Negocios son negocios.

Jesús no necesita ponernos una rata en la boca como castigo por ser tan egoístas, de hecho, a todos los pecadores nos da a elegir si queremos convertirnos y respeta lo que decidamos hacer con nuestra vida. Desaprovechar la oportunidad que nos ofrece Jesús de cambiar, cada que nos lo topamos... eso sí es peor que morirse con una rata en la boca.

jueves, 21 de octubre de 2010

IGNORANTE

“Mas los once discípulos partieron para Galilea, al monte donde Jesús los había citado. Y al verle, los que habían vacilado, le adoraron. Entonces Jesús, acercándose, les habló en esos términos: Se me ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y enseñadles a cumplir todas las cosas que Yo os he mandado. Y estad ciertos de que yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos." 

Mateo 28, 16-20. 


La misión que Jesús nos encomienda a sus discípulos es formar discípulos. ¿Cómo? Bautizar primero y después enseñarles a cumplir. Dos tareas con una sola gran responsabilidad: comunicar a todos lo que Él ya nos enseñó. Ni más ni menos. Ya de por sí es complicado ser su discípulo, aún más difícil hacerlos.

Un día alguien me preguntó qué estudios había cursado -acerca de Dios- y cuántos años de teología habían en mi "currículum", pues me creía poco apto para hablar de Dios y formar a otros.

Le respondí: "Yo empecé a evangelizar como los once apóstoles", y como no entendió mi respuesta, pues se la expliqué. Le dije: "los once -o los que hayan sido-, no se sabían los evangelios de memoria ni podían citar sus versículos porque ni siquiera se habían escrito –o inventado-, entonces quiere decir que para evangelizar, desde un principio, era suficiente haber caminado y escuchado a Jesús, para anunciarlo. Yo ya lo experimenté, he caminado con él, he sido su testigo, he visto la necesidad, he acudido a su cita y con eso debe bastar." Y con esta respuesta creo que ésta persona me consideró aún más incapaz.

Muchos han dedicado sus vidas enteras al estudio de Dios tratando de descifrar sus misterios. Hurgando en antiguas escrituras y pisando lugares santos creen descubrir nuevas señales, pero Jesús nos revela que su Palabra es lo único que debemos saber y entender. Tener fe en que todo aquello que nos dijo, con errores de traducción y omisiones de los evangelistas, era lo necesario. Lo indispensable y suficiente para lo que iba a encargarnos. Detalles que quizá eran importantes -o morbosos- para nosotros, no eran de importancia para Dios, consideró entonces que no teníamos por qué saberlos y por eso se "encargó" de que sólo tuviéramos acceso a lo principal.

¿Acaso los apóstoles evangelizaban con la certeza de que María aún era virgen, o que en verdad nació sin pecado original?
¿Acaso los apóstoles supieron distinguir a las Magdalenas?

¿Acaso los apóstoles se sabían los mandamientos de la Iglesia y todo su denso catecismo?

¿Acaso los apóstoles conocían las condiciones y diferencias para que un pecado fuera grave o venial, a la hora de perdonarlos?Y los que tenían pecados muy muy graves ¿Los mandaban con el Sr. Obispo?

¿Acaso los apóstoles ayunaban una hora antes de partir el pan para así poder comulgar?
¿Acaso los apóstoles vivían siempre encerrados en silencio o rezando el rosario, y se consagraban a algún santo?

¿Acaso los apóstoles estudiaron cuatro años de teología y dos de filosofía antes de anunciar a Jesús?

Claro que no. Entonces, si ellos pudieron con la misión sin saber y hacer todo esto, yo también puedo y debo.

Porque quienes estamos al "servicio" de Jesús y a cargo de la formación de otros, a veces:

-Perdemos mucho tiempo con debates inútiles, basados en hechos de todos modos improbables o inconsistentes.

-Cursamos y estudiamos años lo que otros escriben y “regurgitan”, memorizando lo que ni entendemos y lo que nunca pondremos en práctica, por estar tanto tiempo acomodados en el aula de una comunidad.

- Aprendemos otros idiomas y lenguas muertas, y nos olvidamos de usar la nuestra, que está dormida o más muerta -que el griego, latín o arameo- para hablar del Dios vivo, en su propio idioma: amor y misericordia.

-Inventamos prácticas y requisitos para hacerle más difícil y costoso a la gente llegar a conocer lo que creemos con nuestro estudio que es Dios.

-Nos capacitamos y nos convertimos en enciclopedias, para así cotizarnos mejor a la hora de hablar de Dios, y entrar al adictivo y estúpido juego de "a ver quién sabe más".

-Perdemos valiosos años de nuestras vidas "hinchándonos" de datos y estadísticas, en lugar de poner en práctica lo poco que sabemos y entendemos. Y para cuando ya estamos "capacitados", ahora lo que nos falta es valor para ponerlo en práctica. ¿Ese dónde se compra o dónde se estudia? Seguro hay un curso también para eso.

-Y por último, nos olvidamos del objetivo principal de la evangelización: la salvación de los demás.

Esto no era lo que Jesús quería de sus discípulos, él quería que nuestra primera estrategia para formar: el bautismo, fuera una libre invitación a la conversión y no a la simple adhesión, quería que fuera una decisión individual y consciente, motivada por el arrepentimiento, para ser una mejor persona practicando la manera de pensar y actuar de Jesús.

También quería que quienes iban a enseñar a cumplir lo que había mandado -su segunda estrategia para formar-, fueran humildes, dispuestos a aprender caminando y también sentarse a escuchar. Dar el ejemplo. Él sabía que no serían infalibles, pero sí que debían reconocer sus errores y aprender de ellos. En pocas palabras, esperaba que bautizáramos y que supiéramos enseñarles lo que Él había mandado. Pero no.

Aún no he cursado nada de teología, no he aprendido etimologías, no me sé muchas citas, vamos, ni siquiera sé escribir correctamente, pero no me avergüenzo de ello ni me interesa memorizar más. Creo que los efectos secundarios de ser tan "estudioso" pueden ser inconvenientes para la misión. Me pueden absorber demasiado o distraer de la genuina evangelización, esa, que muchos desacreditan y como la que en un principio hicieron los que no estudiaron.

Por eso estamos tan lejos de cumplir nuestra misión y de ser lo que Jesús requería en sus discípulos, porque cada vez estudiamos más y trabajamos menos. Y si ser tan estudioso va a alejarme poco a poco de aquello a lo que fui citado aquel día como aquellos once, la verdad, prefiero seguir siendo como en un principio...
un discípulo ignorante.

sábado, 16 de octubre de 2010

PRONTO

Evangelio: Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: "Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." Por algún tiempo se llegó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."" Y el Señor añadió: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?"

Jesús nos insiste en varias parábolas como esta del "juez malo", que Dios algún día verá por nosotros ante las injusticias de otros hombres. Me resulta difícil de creer cuando veo tantas personas vivir y morir sin verse librados de sus muchas cadenas y yugos.

Los fraudes por parte de abogados, las sentencias en contra de inocentes, los robos de los licenciados, la burocracia de las instituciones, los bajos sueldos, los empresarios ventajosos, los abusos de los especialistas, los altos sueldos de altos funcionarios, la corrupción de las autoridades, etc. Tantas, que son incontables y todas en perjuicio de los indefensos.

¿A cuántos de nosotros nos molestan las injusticias? A muchos, creo, pero no es lo mismo que nos molesten cuando las presenciamos o las escuchamos, a que seamos víctimas frecuentes de ellas. Y quienes las padecemos o hemos padecido ¿Cuántos quisiéramos que Dios nos vengara? Yo soy uno de ellos, aunque no pido fuego sobre mis contrarios, sólo quiero que nos devuelvan aquello de lo que hace mucho nos despojaron.

No sabemos de qué forma Dios nos va a hacer justicia de nuestros "contrarios", pero lo importante es que Jesús lo promete si perseveramos en nuestras oraciones, por eso no hay que darse por vencidos. En cierta forma hay que ser "molestos" para Dios, pues con esa molesta insistencia que hemos de "causarle" con nuestros ruegos, será que le demostraremos nuestra fe. Creo que a Dios le gusta que le pidamos con insistencia, y no creo que llegue a molestarse. Después de todo, ¿puedes pensar en alguien mejor que tu propio Padre en una situación de necesidad? ¿Quién mejor que nuestro Padre para que escuche nuestro llanto y nuestras súplicas? ¿Quién mejor que Él, que tiene todo el poder para ayudarnos y el amor absoluto e incondicional para consolarnos? ¡¿Quién?!

Pídele lo que verdaderamente hay en tu corazón, no quieras engañarlo con falsa humildad, ¡pídele! ¡pídele hasta que te canses! De día ruega en todo momento y por las noches en tu oración íntima con Él, ¡suplícale hasta quedarte dormido de tanto repetir y repetir la misma petición una y mil veces! Explícale lo que necesitas, aquello que anhelas con todo tu corazón y ten fe.

La figura de la viuda representa a aquellas personas que de algún modo han sido abusadas o bien, ignoradas -es casi lo mismo-. Se supone que las viudas no tienen quien vea por ellas, no tienen la fuerza de su hombre para que las defienda, pero ¡ánimo!, Jesús nos dice que Dios verá por sus causa, atenderá sus necesidades y les dará solución, es decir, hará justicia por todos aquellos quienes son indefensos y le solicitan justicia.

¿Qué clase de justicia aplicará? ¿Qué milagro utilizará? ¿De quién o quienes se valdrá para ello? Aquí es donde entra mi fe. La justicia y la misericordia son su especialidad y mi especialidad deberá ser confiar en Él. ¿Cuándo llegará la solución? ¿Cuándo ha de escucharme para defenderme de mis contrarios? No lo sé, espero que pronto. A veces podremos caer en la tentación de “sugerir” a Dios la solución a nuestros problemas. No lo hagas, simplemente confía: te sorprenderás. Nadie mejor que Él conoce sus propias leyes, ésas que no son las del mundo.

Mi familia y yo tenemos actualmente un problema legal pendiente en los juzgados, los causantes de esta injusticia nos defraudaron hace muchos años. Fue en perjuicio principalmente de mi mamá, y como mi madre es viuda, no me cansaré de molestar a mi Dios con súplicas y oración, para que pronto, muy pronto, esta viuda sea escuchada y su causa sea resuelta.

miércoles, 13 de octubre de 2010

LOS MILAGROS ANÓNIMOS

Si un milagro sucede y nadie lo presencia... ¿realmente existió?, o si no existe evidencia alguna de que este hecho extraordinario haya sucedido siquiera podríamos llamarlo “milagro”?

Ésta duda me surgió hace algunos años, durante los festejos patrios que se llevan a cabo en mi ciudad durante el mes de septiembre. Me encontraba festejando junto con mis hermanos y primos en la zona centro de la ciudad, que es donde tiene lugar la fiesta más importante que conmemora estas fechas patrias. Al terminar todos nos dirigimos a nuestros hogares y por el camino fui testigo de lo que yo llamo un “milagro anónimo”.

En la oscuridad de la noche unos jóvenes intentaron abrir un automóvil. Como se tardaban en abrirlo y estaban muy nerviosos, supuse que el auto no era de su propiedad. Antes de que lograran perpetrar el robo, unas luces intermitentes azules y rojas iluminaron el oscuro callejón y los jóvenes corrieron bastante asustados. La patrulla de la policía que pasaba por ahí ahuyentó a los ¿futuros ladrones tal vez?. Bueno, no tuvieron la oportunidad de convertirse en criminales por lo menos en esa ocasión. Los agentes no se percataron de lo sucedido y siguieron su camino “sin novedad”. Minutos después llegó el propietario del automóvil, subió a él y se fue.

Me puse a pensar: esa persona no se dio cuenta de que su automóvil estuvo a punto de ser robado. Ese hombre nunca supo (ni sabrá) que poco faltó para que se hubiera visto en una situación verdaderamente frustrante y desagradable, no sólo por la falta de su vehículo sino por el mal rato que le hubiese traído este “hecho”.
Yo considero que fue un milagro que en ese preciso momento pasara la patrulla y evitara –sin notarlo- dicho delito. Sin duda, creo que la mano de Dios intervino.

¿Cuántos milagros así habrá hecho Dios en nuestras vidas sin que nos hayamos dado cuenta? Sería emocionante algún día conocerlos. Que Dios nos mostrara todas las maravillas que alguna vez hizo durante nuestra vida y que, modestamente, quedó en el anonimato su verdadera autoría. ¿Cuántas veces nos habrá librado de la muerte y de cuantas maneras? ¿En cuantas ocasiones nos habrá desviado de ciertos caminos por los cuales él sabía que nos perderíamos o correríamos algún riesgo? Tantos regalos recibidos sin conocer su procedencia. Tantos años con salud, tantas oportunidades, tantos días buenos, tantas alegrías. Muchas, grandes y largas amistades, etc.

El plan amoroso de Dios nuestro Padre es que seamos felices. En ningún momento es necesario que nosotros nos enteremos de cada paso y cada decisión que Él tome para lograr su objetivo. ¿Seríamos más felices si nos diéramos cuenta de esos “milagros anónimos”?. No lo creo. Todos los días atestiguamos un sin fin de milagros que dejan al descubierto el amor de Dios por nosotros y por su naturaleza y sin embargo continuamos nuestro camino de la misma indiferente manera que cualquier otro día de nuestras vidas.

Vivimos demasiado concentrados en todo aquello que “necesitamos” de Dios y que NO recibimos, olvidándonos de aquellas cosas que SÍ recibimos: aquellas que podemos ver y sentir y aquellas que no tenemos la certeza, ni siquiera idea de que recibimos o recibiremos del “anonimato divino”.

Más allá de una postura meramente positiva, tengamos en cuenta cada día que, Dios está presente en todas partes, en cada momento, en todas las personas; que Dios lo llena todo, lo inunda de vida y entre esas maravillas cada día nos hace regalos a ti y a mi, aunque a veces sea de manera anónima...

viernes, 8 de octubre de 2010

MAL AGRADECIDO

Del Evangelio de Lucas 17, 11-19.
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros."
Al verlos, les dijo: "Id a presentaros a los sacerdotes."
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: "¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?"
Y le dijo: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado."

Por ahí dicen que: "No hay nada peor que ser un mal agradecido". Y tienen razón. La verdad es que todos somos o hemos sido en algún momento de nuestras vidas, mal agradecidos. Ya sea con Dios, con la vida, con nuestra familia, con amigos, con compañeros, con la escuela, con desconocidos y hasta con el planeta.

Los humanos tendemos siempre a compararnos, y por culpa de la selección natural -creo- es que la mayoría de las veces, nos comparamos con quienes están o creemos que están mejores que nosotros. Sobretodo en lo material y en lo físico.

Gran porcentaje de mi ingratitud se debe a que no valoro hoy lo que tengo o soy, siempre creo merecer más y dirijo mi corazón y mis ojos hacia donde creo que está lo que yo debiera ser o tener. En pocas palabras, no me siento afortunado. Y digo "no me siento", porque si lo llego a razonar, tendría que cambiarlo por: "Aún a pesar de esto, soy afortunado".

¿Tú crees que un leproso podía ser afortunado? Lo era si se topaba con Jesús.

Yo no sé mucho de matemáticas pero haciendo un cálculo mental, diría que aquellos diez leprosos que salieron al encuentro con Jesús, tenían más posibilidades de ganarse la lotería sin haber comprado boleto, que haber nacido en el tiempo de Jesús, haber transitado por la misma región, misma calle, día y hora en que Jesús pasaría por ahí. ¡A eso le llamo coincidencia! Quizá Dios simplemente quiso que su Hijo los sanara y por eso puso a Jesús en su camino, a su alcance.

No creo que antes de haberse topado con Jesús, estos leprosos se hayan considerado muy afortunados, pero tú y yo que ya nos encontramos con Él –espero así sea-, también fuimos afortunados de cruzarnos en lugar y momento precisos. Entonces, ya no podemos ni debemos sentirnos desafortunados, pues hay gente que aún sigue padeciendo. Porque así como aquellos diez leprosos sí fueron sanados, hubo miles en aquella época que no corrieron con la misma fortuna... ¡Qué pocas personas en realidad se beneficiaron con los milagros que hizo Jesús! Aún entre los leprosos, hubo al menos diez de ellos que fueron más afortunados que todos los demás en la historia.

Yo creo que mientras exista una sola persona en este mundo que quiera cambiar su lugar por el mío, entonces yo soy más afortunado. Por esto siempre debo estar agradecido, pues aunque yo no soy "la gran cosa", sí hay quienes sufren más que yo. Debo estar agradecido principalmente con Dios y después, con todo aquello que en mi vida me ha servido de algo. Con las circunstancias, con mis padres, con mis hermanos, con mi familia, con mis carencias, con mis dificultades, con mi cuerpo, con mi salud, con mi trabajo, con mi país, etc.

Se pueden agradecer sobretodo las cosas que nos parecen más insignificantes e inusuales, pero que a veces son las más importantes y anheladas por otros.

Hace algunos años, mi papá sufrió de cáncer de próstata, no fue eso lo que terminó con su vida, sin embargo, fue uno de los padecimientos que lo hicieron sufrir más.

Un día -de madrugada-, tuvo un dolor muy fuerte y no podía orinar, tenía ganas y no podía hacerlo. Lo llevamos a la sala de urgencias y los doctores nos dijeron que ese dolor en particular, era comparado en intensidad con el dolor del parto. Y les creímos al ver como sufría sin poder hacer nada. Curiosamente desde aquel día, cada vez que voy a orinar al baño, no puedo evitar recordar y en mi mente decirle a Dios: "Gracias Señor, porque hasta el día de hoy, no me duele hacer pipí." Quizá suene ridículo, pero si hoy me encontrara con alguien que sufre por este dolor, seguro me consideraría muy afortunado. Mi papá por ejemplo, seguro hubiera querido cambiar su condición por la mía al momento de ese horrible dolor. Aún con todos mis defectos, carencias, frustraciones y dificultades, yo me sentí afortunado. Pero en ocasiones, como yo doy por hecho que orinar no causa dolor, por eso no valoro la facilidad y el gusto que siento al ir al baño.

Hay mucho por agradecerle a Dios, y cuando sintamos que somos desafortunados, quizá hay que hurgar y adentrarnos un poco en las carencias, dificultades y miserias de los demás, para valorar lo que no sabíamos que Dios ya hace en nuestras vidas. Lo damos por sentado mientras una enfermedad, una tragedia o una dificultad no nos hacen sentir lo frágiles que somos y lo dichosos que éramos.

Dar gloria a Dios, yo creo que nos invita no sólo a valorar lo afortunados que somos sino a hacer algo con esa buena fortuna, por ejemplo: ayudar a los que en verdad la han pasado mal. ¿A Dios le gusta que le agradezcamos? Claro, pero el agradecimiento en sí, no le sirve para nada, Él nos hace el bien para que vivamos bien y no sólo para que le demos las gracias.

Pero lo que sí le agrada, es que yo aproveche mis ventajas asistiendo a los demás. Le agrada también que grite a los cuatro vientos que Jesús anda por ahí sanando leprosos, y que yo he sido uno de esos afortunados que se ha cruzado en su camino.