domingo, 28 de noviembre de 2010

EN CALZONES

Del Evangelio de Mateo 24, 37-44.

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.”

Me es difícil resignarme a la idea de que en mi vida debo estar atento y preparado.
Esto del fin de los tiempos, de la hora desconocida del juicio final, del asalto en la noche, de la venida de Jesús, no son más que recordatorios para no acomodarme.

Pero ¿qué hay de malo en acomodarme? Que me habitúo.

Cuando estoy en mi casa, la verdad es que me gusta estar muy cómodo, aprovechando que no hay nadie que me vigile, me gusta andar sólo en calzones y camiseta para poder sentirme libre como el viento. Comer lo que se me antoja a la hora que sea y si tengo flojera de limpiar, pues tan fácil como dejarlo todo para mañana. Recostarme y ver la televisión el tiempo que yo quiera aunque solamente le esté cambiando de canal. ¿Podría vivir así para siempre? Por supuesto.

Pero toda esta facilidad de hacer lo que yo quiera, hace que esto se convierta en mi verdadero estilo de vida. Y todo parece estar bien, hasta que esta libertad se ve entorpecida por una pequeña cosa: el timbre de mi casa.

Sí, basta que se oiga el timbre de mi casa para que toda esa comodidad se vea bruscamente interrumpida. No sé quien es, no sé qué quiere, no sé si debo abrir, pero el hecho es que me tengo que vestir para al menos ver quién carajos es.

¡Sorpresa! Si es un familiar o un amigo, además de medio vestirme, debo limpiar y recoger un poco pues aunque yo viva muy a gusto en mi "cochinero", sé que no son las condiciones idóneas para recibir visitas, por más confianza que les tenga. Y si timbra un desconocido, pues peor, simplemente multiplico la vergüenza y todo lo anterior, pues no sé a qué ha venido.

Lo mismo que pasa cuando estoy solo en mi casa, es lo que pasa en mi interior, me habitúo a ser como quiero ser y no me importa lo demás, no veo ninguna necesidad de cambiar como persona. Mis vicios, mis aficiones, mis perversiones, mi egoísmo, mis intereses, mis prioridades, mi flojera, mis defectos, mis demonios, en fin, me resulta muy cómodo mientras estoy solo y en tanto a mi vida no llegue alguien a quien deba darle cuentas o con quien me dé pena ser así. Y pena no porque me avergüence mi comportamiento -aunque debería-, sino porque siento que ha llegado inesperadamente alguien importante y con autoridad para hacer una revisión y evaluación de mi condición, aunque no me la haga saber.

A mí me encanta andar en puros calzones, pero el hecho es que aún estando en mi casa no puedo vivir así diario, no si en verdad me da pena recibir visitas así. Claro que tampoco para andar en mi casa a gusto debo usar traje y corbata, es sólo que el equilibrio es lo mejor cuando las visitas se aparecen de improvisto. Por eso es conveniente tener mis “ropas limpias y planchadas” a la mano y "vestirme" por si acaso.

Para que ahora, si llegan a mi casa sin avisar, quizá no encuentren tan limpio como si me hubieran avisado, pero tampoco va a estar tan desordenado ni yo tan encuerado como antes, que no me importaban las visitas.

En mi vida personal debe ser lo mismo, las continuas revisiones a mí mismo y la disciplina para permanecer limpio y en orden en todos los aspectos, pueden lograr que poco a poco yo sea mejor. Y así a la hora de la evaluación, al menos no me encontrarán peor que la última vez. Creo que mejorar como persona y esforzarme por ser y estar limpio, no será muy cómodo en un principio, pero a la larga así como me acostumbré a la suciedad, así también espero acostumbrarme a la limpieza.

¿Por qué? Porque así es mejor, porque siempre lo supe y todos lo sabemos, es sólo que hasta hoy me decidí a emprender este cambio.

¿Cuándo vendrá Jesús a timbrar a mi puerta? No lo sé, pero ojalá me dé tiempo suficiente para cambiar, y rápido, no vaya a ser que me encuentre desordenado y en calzones...

No hay comentarios:

Publicar un comentario