“En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Si todos los hijos, conociéramos en verdad al Padre celestial, a nuestro Papá, el mundo sería distinto. Sin embargo, a los sabios, que serían lógicamente los depositarios del conocimiento de Dios, no sólo les resulta difícil entenderlo, además Él mismo es quien les esconde "sus asuntos". Es la consecuencia por menospreciar a sus predilectos: los sencillos y humildes.
Anteriormente los sabios sólo dominaban la antigua ley. Una ley que ellos mismos se encargaron de “complementar” con más leyes, una más absurda que la otra.
Hoy en día, los nuevos sabios caen en la misma tentación de sus antecesores. Jesús resumió la ley en una sola: el amor a Dios y al prójimo. Como en aquel entonces los sabios de hoy, observan, memorizan y ejecutan hasta los más recónditos incisos, versículos y fracciones convirtiéndolas en cargas pesadas impuestas a los indefensos. Y como siempre, para ellos no aplican.
Conocer a Dios va más allá, no se persigue ni se procura el cumplimiento de la ley desplazando el amor y la caridad, por hacer justicia. Jesús sustituye pues todas estas leyes inútiles para Dios, por la más conveniente para el hombre: el amor.
Conocer al Padre es poner en práctica su rol amoroso con el prójimo, y llevar a cabo su misericordia también mediante sacrificios. Es ver a los demás como hijos de Dios y como hermanos nuestros, para tratarlos con esa dignidad y respeto.
Hoy en día, muchas personas creemos que el arduo estudio es lo que nos lleva al conocimiento y entendimiento de Dios, pero no es así, solamente el Hijo nos puede llevar al Padre (quien me ve a mi ve a mi Padre...). Aprender del maestro entonces nos lleva a conocer a nuestro Padre, pero no a base del estudio y la memorización, sino a base de práctica, porque quienes no caminamos haciendo las obras de Jesús, tenemos mucho o quizá todo el tiempo para perderlo estudiando, alucinando cosas o adornándolas demasiado.
Por eso a la gente sencilla se le revelan las cosas de Dios y no a quienes están demasiado ocupados leyendo o escribiendo tras el escritorio. Los sencillos sí saben que hacer con lo que se les revela.
Y estos sencillos y humildes, lejos de gloriarse y atesorar lo que se les revela, además lo comparten para bendición y consuelo de otros. Los sencillos sí saben qué hacer con lo que saben.
Mientras, los sabios y entendidos juegan apasionados: "A ver quien sabe más de Dios". Pero su juego es aburrido, nadie gana y nunca se termina. No compiten para ver quién muestra mejor a Dios, quién lo da a entender más fácil, quien lo enseña gratis, ni quién llega a los lugares más difíciles para anunciarlo, no, más bien compiten para presumirse lo que entre ellos ya saben pero que nadie puede probar.
Además a se convierten en los más destacados poetas y escritores románticos que hablan y escriben exaltando a Dios pero empequeñeciendo al prójimo. La poesía la usan para sentirse más cerca de Dios, pero trazando una línea que los separe de nosotros, la gente común. La poesía sin el verdadero conocimiento del Padre, hace demasiado “dulce” lo que ya era dulce y “amarga” lo que de hecho, no era amargo.
Pero ¡qué raro! Pretenden con poesía alabar al Padre y adularlo haciendo menos a sus hijos, siendo que sus hijos son lo más importante para el Padre. Por eso Dios les oculta aquel conocimiento que tanto ambicionan, porque no lo buscan para aprender a amar y servir, sino para que los amen y les sirvan.
Al conocimiento del verdadero de Dios, sólo se llega del modo sencillo, del modo fácil, sí, ese modo que sólo aquellos que practican el evangelio llegan a conocer, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente.
¿Tú cuántos “poetas incomprendidos” conoces? ¿Que día a día, semana a semana, mes con mes, año con año, declaman infinidad de poesías que nos confunden y empalagan? Libros y más libros que los distraen a ellos -y a nosotros- para practicar a Dios antes que “encarcelarlo” en cursis poesías y bohemias reflexiones.
La evangelización pues, se ha convertido en un “arte” que no comunica, más pensado en conseguir admiradores que seguidores. Donde el más leído se siente más cercano a Dios.
Nos olvidamos de aprender de Jesús, que es manso, humilde de corazón, mucho menos complicado y sin tiempo para ser artista.
Esos discípulos que se han convertido más bien en poetas, desgastan su vida y sus plumas, escribiendo y declamando con grecas y ornamentos el mensaje de Jesús. Codificándolo en un lenguaje que sólo "la sociedad de los poetas incomprendidos" aprecia y aplaude. Este gremio sigue creyendo que los ignorantes somos nosotros, y así nos lo hacen sentir, sólo porque no sabemos de qué rayos nos están hablando.
Ellos, sentados cómodamente en sus delicadas almohadas, ponen en evidencia nuestros pocos conocimientos acerca de la antigua ley y la Palabra, pero no califican en su riguroso examen, lo que ponemos en práctica de lo poco que entendimos del evangelio. Esa es la diferencia entre un artista -de la auto promoción- y un trabajador -de la evangelización-.
Porque el trabajador no pierde tiempo y energías en indagar lo que Jesús ya reveló, ni en adornar lo que ya no necesita adornos.
Mejor dedica su vida a practicar lo que ya sabe que es agradable a Dios: atender a sus hijos y aprender de su Hijo. Esa es la sencillez de la misión que los poetas tanto desprecian.
Ustedes, los ”poetas sabios y entendidos” sigan escribiendo y declamando en lugar de proclamar el evangelio, pero luego no se quejen de que los sencillos y humildes les den a ustedes lecciones de teología -aplicada-, sin haberla estudiado.
¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!
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