La semana pasada tuve la urgente necesidad, mientras me encontraba fuera de mi casa, de ir a un baño. No me agrada mucho ir a los baños públicos por muchas razones entre ellas la falta de higiene, el mal estado de las instalaciones, etc. Aunque debo reconocer que como a muchos otros hombres (aunque no lo reconozcan) me divierte leer los característicos mensajes y pictogramas que se encuentran plasmados en el interior de sus puertas. Tal vez sea un remanente en nuestro ADN de aquellos antepasados que dejaban prehistóricos dibujos tallados en piedra o pintados, abstrayendo misterios como la fertilidad humana o la cacería de mamuts. El caso es que encuentro entretenido ver las concepciones “artísticas” populares de temas varios pero sin duda el predominante es el de la sexualidad humana, o más bien genitalidad tanto masculina como la femenina.
En fin, al sentarme a hacer lo mío, me llevé una gran sorpresa, una frase escrita en la puerta del sanitario decía “Jesús es Chido”.
Mi primer reacción fue: ¡¿ a quién se le ocurrió escribir el nombre de Jesús en este lugar tan sucio?! ¡y rodeado de “falogramas” y mensajes sugestivamente sexuales, incluso números telefónicos con nombres y horarios para citas casuales para el sexo o las drogas y lo demás que pudiera surgir después de eso! Mi escándalo fue tal que estuve a punto de rasgar mis vestiduras (exageré). Pero, en la tranquilidad y paz que sólo se puede encontrar sentado en una taza del baño, reflexioné un poco aquel suceso.
Precisamente éstos domingos en misa hemos escuchado en los evangelios, el anuncio y los llamados de los profetas a la conversión. A “allanar” nuestros montes y a “rellenar” nuestros valles. A cambiar de vida pues. Y entonces comprendí que ese mensaje que alguien se atrevió a marcar en esa puerta era sin duda el llamado de un profeta.
¿Y en dónde mejor lugar para mencionar y proclamar el nombre de Jesucristo que en medio de la miseria humana, de la confusión, de la búsqueda infructuosa de la verdad? ¿No es la ciudad oscura la que necesita y anhela la luz? ¿No es el enfermo quien necesita del médico? ¿No es el que está perdido el que necesita rencontrar el camino?
El mismo Jesús salía al encuentro de éstos para que recibieran lo que tanto necesitan. No se quedó en la “seguridad” del templo, ni se escudó en su envergadura de Hijo de Dios para no salir en búsqueda de aquellos que lo necesitan, con el pretexto de no ensuciarse.
El mismo Juan el bautista, arriesgó su vida para que otros pudieran reconocer la Buena Noticia que estaba por venir. Nunca se hizo pasar por Jesús como el mesías; él sólo era el mensajero. Muchos lo cuestionaron por bautizar sin permiso, sobre todo los sacerdotes. Les molestaba que otro hiciera su trabajo, mientras ellos dejaron de hacerlo desde hace mucho.
Él tenía todo el derecho y la facultad de llamar a la conversión porque él mismo fue testigo de esa buena noticia. Eso nadie se lo pudo quitar, ni siquiera al cortarle la cabeza. Jesús reconoció su grandeza por sobre todo hombre sobre la tierra.
A veces creemos que para ser profetas necesitamos años de estudio, títulos o tener el permiso o una licencia de la Iglesia (la que sea) y no es así. Lo único que necesitas es ser uno de esos a los que Jesús tocó, de los que transformó y sigues en esa transformación. Para predicar a Jesús lo único que necesitas es conocerlo y hacer lo mismo que él hace. Y claro, tener los huevos para hacerlo aunque esté de por medio tu cabeza. Eso es todo.
Por lo menos, ése mensaje de la puerta del baño de hombres ya nos llegó a ti y a mi. Si eres testigo de Jesús como yo, hagamos que llegue a más hombres y a más mujeres también, ahí precisamente donde más se necesita.
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