jueves, 12 de agosto de 2010

EL REY SIN CORONA


Hoy por la mañana escuché en el noticiero que hubo un robo en Guanajuato, México. El objeto desaparecido es una corona de plata incrustada con metales preciosos retirada de una famosa figura negra de Jesucristo crucificado, bastante famosa y venerada por los locales.
No me sorprende la noticia, desde hace mucho ocurren estos robos de arte sacro. Lo que me sorprende es lo enardecido de los pobladores por tales actos, al grado de linchar a los presuntos ladrones o por lo menos de darles una buena golpiza.
Es triste ver como estas personas se trastornan por lo que ellos consideran una gran ofensa. Sin duda cualquier robo es doloroso y es un delito, pero tan grave ¿Como para quitarle la vida a alguien? ¿Es motivo para convertirse en animales sedientos de justicia y venganza?

Qué razón tenía Jesús al llamarnos –ordenarnos- a no apegarnos a las cosas del mundo. Pero otra vez encontramos salidas “justificadas” para hacer como discípulos lo que nos da la gana. Éste es otro claro ejemplo de ello. Construimos templos a diestra y siniestra, algunos llenos de grandes lujos con piezas de gran valor tanto artístico como económico. Y cuando alguien cuestiona tan opulentas construcciones y decoraciones, se justifican diciendo que “es para Dios, y “Dios se merece lo mejor”.

Entonces, cada templo tiene su propio Cristo, su propia virgen, sus propios santos: unos más milagrosos que otros; unos más famosos que otros; unos más redituables que otros.

Las mismas injusticias cometidas en el templo judío de los tiempos de Jesús, se siguen llevando a cabo en nuestros tiempos pero ahora en nuestros templos con nuevas modalidades y tradiciones, así como los demás templos de todas las sectas y religiones. Inventamos sedes con apariciones milagrosas para crear peregrinaciones que no hacen mas que vaciar bolsillos de gente rica y pobre, esperanzada y deslumbrada. Todo para sostener una institución llena de burocracias e impuestos al más puro estilo romano –de ahí su origen-. Empresas -disfrazadas de instituciones- con hombres al frente, que piden dinero, imponen cargas y expiden recibos y documentos a nombre de Jesús. Avalan milagros, bendiciones, peregrinaciones y favores a nombre de la Virgen María, o de cualquier santo.

Y en continentes como Asia y Europa, desgraciadamente está tan muerta la fe católica, que sólo para eso sirven los templos: como museos; sólo reciben visitas de peregrinos curiosos por conocer lo que alguna vez albergó cristianos vivos y en donde, hace mucho se celebraba la devaluada –por nosotros- eucaristía. Aún así seguimos construyendo más templos, creyendo que por ser novedad de alguna manera revivirán la fe del rebaño. Ahí están en el tintero proyectos como el Santuario de los Mártires: un proyecto tan ambicioso que como todos, comienza como una buena idea y que después dará la espalda a aquellos que donaron una o miles de monedas para su construcción. No sería la primera vez que suceda. Rezo por que no. Rezo desde un templo ya construido, de hecho reconstruido por Jesús: desde mi corazón. Un templo como los que le agradan, de esos que no se puedan tirar y levantar en tres días.

Por eso, cuando alguien se atreve a robar uno de estos objetos valuados por el hombre y catalogados por él mismo como sagrados o “sacros”, para muchos su fe se derrumba, se queda sin sustento. ¿Por qué? Porque la tenían puesta en un pedazo de pasta, de madera, de tela, de ayate, de yeso, de oro y otros metales preciosos. Casi todas estas figuras, horribles y sin mucho valor artístico, pero eso sí con un gran valor “sentimentaloide” y económico, para pueblos enteros, incluso países. Al grado de valorar más uno de estos artilugios no avalados por Dios, que la misma vida humana que Él creó.

Se han dado éstos enfrentamientos violentos entre pueblos por robos de tal o cual pieza o figura “santa”, desde las cruzadas hasta nuestros tiempos.

Si Jesús hubiera estado presente, yo creo que habría dicho: “No importa, déjenlo ir, el Jesús de carne y hueso soy yo y nadie me apartará de su lado”.

A la figura a la que me refiero en un principio, le fue robada su corona de metales preciosos. Es sin duda la representación de un Jesús falso, de malhechos rasgos, y de pasta de maíz a la que cualquiera puede dañar o robar. Tan alejada al verdadero Jesús, que en efecto, tiene una corona, pero no de oro ni con algún material de nuestras “pobres” riquezas. Un Jesús al que nadie puede despojar, al que voluntariamente se dejó violentar para salvarnos, no lo hizo para ser recordado o para inspirar figuras horrendas y grotescas, que sin duda alientan las falsas devociones y las falsas piedades. Son estas figuras y las prácticas que de su culto resultan, los principales obstáculos de la Buena Nueva de Jesús. Aquel que las apoya y las defiende, no ha entendido realmente donde está ubicado el verdadero templo que nadie puede saquear: Jesús.

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