Mi papá siempre fue un hombre generoso. Mi hermano y yo bromeamos y decimos que era tan generoso que “regalaba hasta lo que no era suyo” porque desde chicos nos inculcó ser generosos aunque nosotros no lo tomábamos muy bien, no lo entendíamos. Lo comprendimos hasta que él murió.
Entre sus muchas actividades de “ caridad” estaba el visitar un asilo de ancianos. En ese asilo con los años conoció a muchos ancianitos que se reunían a su alrededor para escucharlo cantar y tocar su guitarra. En especial tenía a tres admiradoras de quienes sólo recuerdo los nombres de dos de ellas: la “tía Emi” y Doña Elvira: ambas estaban ciegas. La tía Emi y la otra ancianita murieron hace años, pero quedó Doña Elvira. Juntos cantaban canciones de esas antiguas, muy antiguas, de tríos, de mariachis y hasta de la revolución. Yo lo acompañé varias veces pero he de decir que no era, por mucho, mi actividad favorita y menos en un día como el domingo, que eran los días en que la visitaba.
Mi padre muere en 2006 dejándonos y dejando también a Doña Elvira. Después de unos meses del fallecimiento de mi papá nos pusimos a pensar en Doña Elvira: ¿qué habrá sido de ella?. Ella no se fue a ningún lado, seguía allí, en el mismo lugar y con su misma soledad. Sin hijos y sin familia que la visitaran, pasaba los días en el abandono, confinada en un lugar en el que, a pesar de la buena voluntad, los ancianitos viven muchas carencias, entre ellas la mayor: la falta de amor.
Mi hermano gemelo y yo nos armamos de valor y fuimos a visitarla. Se sorprendió gratamente con nuestra visita y debo decir que nosotros también empezamos a disfrutar de su compañía. Doña Elvira quería conocer a toda la familia y fue así que, después de algunas semanas, empezamos a visitarla todos mis hermanos, mis sobrinos y mi madre, que es bastante penosa.
Al cabo de meses, sorpresivamente nos vimos todos juntos visitando a nuestra nueva amiga, “tía” como le gustaba que la llamáramos. Domingo tras domingo la visitamos y nos compartía grandes enseñanzas. Era extraño y a la vez fascinante, porque pareciera que su ceguera le permitía ver cosas que nosotros no habíamos descubierto, los ojos de su corazón estaban muy abiertos mientras los nuestros veían “borroso”. Estaba siempre muy feliz a pesar de todas sus enfermedades; nos enseñó a valorar lo que tenemos y a compartirlo. Nos encargaba “antojitos” aunque la tenían muy restringida por su diabetes.
Después de casi tres años de amistad, desafortunadamente muere el 31 de enero del 2010.
Tras dichas pérdidas tan dolorosas, le pregunté a Jesús ¿qué era lo que quería de mí, para qué me necesitaba?. Y descubrí que no es él quien me necesita: soy yo quien necesita de él.
Conocer a Doña Elvira fue otro paso para mí como aprendiz de Jesús, una enseñanza que no se adquiere en la escuela bíblica ni en el catecismo o en la misa, ni siquiera estudiando en el Vaticano.
El mundo real es un laboratorio en el que podemos encontrarnos cara a cara con Jesús para ayudarlo, hablarle, abrazarlo, sanar sus heridas, alimentarlo o simplemente escucharlo: estar con él y aprender de él. Él está en todos lados, principalmente en tu casa, a cada momento, claro, siempre que nos tomemos la molestia de voltear a nuestro alrededor y despeguemos por un momento los ojos del espejo.
El Reino de Dios -que estamos todos llamados a construir- no es en realidad para Dios, es para nosotros! Somos nosotros quienes nos beneficiaremos el día en que Jesús reine: será un reinado de paz, de justicia, de equidad, de amor. Pero no hemos aprendido aún o no hemos querido seguir los mandatos de Jesús para construir dicha obra (Mateo. 11, 12.)
Jesús está verdaderamente presente en los “necesitados” (Mateo. 25, 34-35.) que, irónicamente no son ellos los que nos necesitan, somos nosotros los que los necesitamos a ellos. Dependemos de ellos para aprender el verdadero sentido de la vida y del ser cristiano. ¿Cuántos de nosotros vamos por la vida inconformes con lo que tenemos y deprimiéndonos por tonterías? ¿Cuántos queremos descubrir el verdadero significado de la vida a través de los sentidos, en los placeres de la carne y del mundo? Esforzándonos vanamente por encontrarlo por nuestros propios méritos, por nuestros propios medios. ¡Qué soberbia la nuestra! (Juan. 9, 39.).
Jesús tiene sus propias reglas, por eso decide revelárseles a los más sencillos, a los humildes, a los pobres, a los marginados, tal vez ellos aunque ciegos, mutilados, enfermos, marginados, son quienes verdaderamente lo reciben con los brazos -mentes y corazón- abiertos (Lucas. 10, 21-22.)
Por eso, por lo menos en el domingo -que yo le llamo el Día D: Día De Dios- no debe faltar un encuentro integral con Jesús: Ir a misa y comulgar para recibir a Jesús Eucaristía (Lucas. 22, 19.); visitar y/o ayudar a alguien ya sea de la familia o algún desconocido ¿porqué no? Para experimentar a Jesús Hermano (Mateo. 10, 40-42); Y terminar por la noche con una oración con la Biblia: Jesús Palabra (Mateo. 4, 4.). Ése debería ser nuestro itinerario como cristianos.
Jesús a través de Doña Elvira me enseñó que, una persona ciega y anciana puede ver mejor y tener más vida que yo. Me dolió mucho la pérdida de Doña Elvira pero, gracias a Dios me queda Doña Lolita, Doña Lupita, Eliseo...etc.
Cuando yo sea un anciano –si Dios me lo permite- quisiera estar tan ciego como lo estaba Doña Elvira y así poder ver la vida con sus ojos.
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