miércoles, 23 de marzo de 2011

¡QUÉ JÓVENES NOS VEMOS!

Hace algunos días alguien me dijo: “¡Oye, hoy te ves muy juvenil!” Yo, extrañado y a la vez indignado, le respondí: ¿¡Pues cuántos años crees que tengo!? “Todavía soy joven” –pensé dentro de mí-.

Él, al ver mi reacción, me observó de arriba abajo y respondió: “¿Treinta?” Claro que dada la respuesta yo sonreí pues sentí que de verdad lucía más joven. Nunca le dije mi edad.

El problema vino cuando me hizo la misma pregunta: “Y tú ¿Cuántos años crees que tengo yo?” Yo juraba que no tenía menos de cincuenta años, pero no iba a decírselo pues temí que se sintiera viejo por representar su edad. En cambio, le respondí: “¿Cuarenta y dos?” También sonrió y me dijo feliz: “Voy a cumplir cincuenta y uno este año… ¡Ves que jóvenes nos vemos!”

El orgullo de parecer más joven se me borró de la cara al darme cuenta que quizá los dos nos estábamos engañando por la misma razón. Él temía que me ofendiera y por eso me calculó treinta y yo igual le calculé cuarenta y dos.

Más nos vale entonces ser honestos a los dos, si es que queremos vivir en la verdad.

De nada nos sirvió adularnos y engañarnos, al contrario, mentirnos entre sí generalmente nos impide recibir por parte de otros la oportunidad de analizarnos y revisarnos, a través de sus opiniones. Darnos cuenta de cómo es que los demás nos ven, me da una idea de cómo me perciben y si tienen razón en lo que piensan de mí.

Pero la edad al igual que muchas otras cosas, es relativa. Si comparas mi edad con la de una tortuga de 150 años, pues soy apenas un niño. Pero si me comparas con una mosca que vive algunos meses, pues entonces soy tan viejo, que ya estoy viviendo “tiempo extra”.

Primero necesito que yo, siendo humano, debo ser comparado con otros humanos. Y para que alguien pueda determinar entonces si soy joven o no, necesita un dato preciso: mi fecha de nacimiento. Sólo si la gente sabe que nací en el año de 1975, podrá determinar mi verdadera edad al día de hoy.

Jesús, así como nuestra fecha de nacimiento, es el indicador que despejará cualquier duda o error a la hora de comparar nuestro comportamiento y modo de pensar. Ya no será relativa nuestra percepción, ahora con este “dato preciso”.

Jesús establece con su Palabra y obras, el modo correcto para que nosotros llevemos nuestra vida de la mejor manera posible. Él quiere que todos seamos felices y nos salvemos, por eso, cuando nuestras acciones o ideas son analizadas o denunciadas con base en la Palabra de Jesús, eso nos da la oportunidad de retomar el camino correcto si nos hemos desviado. Sólo hablando con la verdad es que conoceremos aquello a lo que Jesús se refería con instaurar el “Reino de Dios” aquí en la tierra.

Claro que el modo de ser honestos al decir la verdad, también debe hacerse a la manera de Jesús. Aunque muchos fallamos al hacerlo. Y no es que sea inevitable, es más bien que la naturaleza de Jesús parece tan contraria a la nuestra, que algunos nos dejamos llevar por la propia. El criterio de Jesús implica más trabajo, pero es el correcto.

De la importancia de hablar con la verdad y actuar conforme a la verdad, sigue hablarla con amor, respeto y prudencia. Y ¡Cómo cuesta! Porque creo que para Jesús “el fin no justifica los medios”.

Así pues todos debemos cuidar el modo de decir la verdad y también debemos cuidar el modo en que la recibimos. Las dos son importantes.

Por eso es que todos debemos estar alertas y abiertos a decir la verdad y también a aceptarla, sólo así podremos corregir lo que está mal y no vivir engañados, sólo por temor a ofendernos, o porque estamos más cómodos en la ilusión. Como cuando nos calculamos menos edad unos a otros.

Algún día, basados en la verdad –Jesús-, quizá todos lleguemos a decirnos nada más y nada menos, la edad que realmente tenemos…

Sin resentimientos.

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