martes, 12 de abril de 2011

CON VISTA PRIVILEGIADA

Hace muchos años, fui en peregrinación a un lugar más o menos conocido. Es un cerro alto donde subir a pie hasta la cima, es el reto. Aunque también se puede subir en auto.

Quienes ya habían ido, me presumían sobretodo la magnífica vista que desde la cima se apreciaba. Lo que más los motivó a subirse, fue situarse en lo más alto y disfrutar del panorama. Ser de los pocos privilegiados en estar ahí. Porque ¡no cualquiera llega eh! bueno, en realidad quien se lo propone lo logra... no es tan difícil.

Es cierto, es sólo un cerro, no es el monte Everest, pero una vez arriba a nadie parece importarle porque la sensación ha de ser similar a subir el pico más alto…supongo.

Cuando yo subí hasta la parte más alta de este cerro, había un pequeño mirador desde donde se extasiaban todos los que estaban ahí.

Estando en la orilla de aquel sitio, el amigo que con insistencia me invitó a subir, me dijo: -¡a esto le llamo yo una “vista privilegiada”!-.

Yo me quedé mirando por un rato el horizonte y después le respondí: -Pues a mí no me parece tan privilegiada, no alcanzo a distinguir nada desde aquí arriba. En cambio, desde abajo, al menos percibo lo poco que me rodea. ¿De qué me sirve entonces estar en la cima? Además, desde aquí todos se ven como “hormiguitas”-.

Mi amigo volteó, me miró y después siguió viendo el panorama. Extendió sus brazos y siguió sintiéndose el “rey del mundo”, aunque ni siquiera fue el rey de aquel cerro, pues el gusto le duró hasta que nos pidieron que nos bajáramos para regresar. Nadie se puede quedar ahí para siempre.

Aquel cerro era una eminencia, es decir, una elevación del terreno con una altura considerable… sobresalía, pues. Inevitablemente, aquellos que subimos nos sentimos en algún momento también como eminencias, pero sin aceptar que la altura no era nuestra, es sólo que nos situamos encima del cerro y con eso nos sentimos más grandes. ¡Gran error! Siempre tuvimos el mismo tamaño que las personas que estaban abajo, y por más alto que trepemos, la eminencia sigue siendo el cerro. Es el terreno el que sobresale.

Lo mismo creo que pasa en nuestra vida con los conocimientos, los bienes materiales, la experiencia y el éxito profesional que buscamos o que hemos alcanzado. Llegamos a creer y defender la idea de que todo cuanto hemos logrado, ha sido sólo por nuestras capacidades, aptitudes y esfuerzo. Que lo que soy y lo que poseo se lo debo sólo a una persona, la más importante en mi vida, aquel que ha estado conmigo siempre y que me ha inspirado desde un principio, sí, ese ser maravilloso lleno de luz y sabiduría, soy Yo.

¡Qué ridículo!

Y con esta filosofía tan egoísta, aquellos que la creen y la practican, se justifican para decir que en efecto, su dinero, su experiencia, sus conocimientos, sus habilidades y capacidades, los colocan muy por encima de los demás.

Pero ya estando en la cima no distinguen ni entienden los motivos y las consecuencias de su pregonada “superioridad”. Este es el verdadero precio por estar en lo alto, que nada de lo que sucede abajo lo pueden entender, percibir o controlar por completo. No ven con claridad desde lo alto.

¿Cuántas cosas suceden abajo sin que se den cuenta los que están arriba? Y sin embargo, creen que nada se mueve sin ser detectado por ellos… ¡Ilusos! Todo lo contrario, existe todo un mundo acá abajo que ellos ni se imaginan. ¡Si tan sólo se dieran la oportunidad! Tendrían que bajar para conocerlo, pero la distancia les hace imposible el reconocimiento.

En cambio, permanecer abajo nos ayuda a percibir con mayor sensibilidad la realidad. La mía y la de los demás, no sólo aquello que me conviene extraer de ella. Estar en las alturas del conocimiento, de la sabiduría, del éxito económico, del estudio, etc., me confunde e implica volcarme contra los que a mí juicio no están a "mi altura" Me enfoco demasiado en mí.

Pero ¿Para qué quiero entonces estar en lo alto? ¿Para ver pequeños a los demás? ¿Para gritar a otros desde arriba lo mucho que sobresalgo y ellos no? ¿Para ver y entender lo más posible pero sin estar ahí, sin involucrarme, sin ser parte de ello? ¿¡Para ver a todos como "hormiguitas"!?

No tiene sentido creer que soy el rey del mundo sólo por haberme subido a un cerro, porque llegado el momento, me bajarán y entonces tendré que volver al lugar de donde vine y al cual pertenezco: a abajo.

Subir, como vivencia está bien, al menos ya puedo platicar que la experimenté. Pero si por sentirme por encima de todos, voy a humillar, someter, empobrecer, cometer injusticias o arbitrariedades, creo que estoy mejor acá. Debo entonces lograr lo más posible pero sin causar daños colaterales ni perjudicar a nadie. Lo poco o mucho que sea o logre tener en esta vida, que sea sin "cargos de conciencia".

Jesús nos invita a sobresalir a su modo –al revés del modo humano-, que los que quieran ser los primeros, se hagan los últimos. Esas personas que usen sus logros y capacidades para trabajar primero por el bien de los demás antes que por el suyo, ellos serán las verdaderas eminencias. Las personas que sirven, que asisten, que son humildes, que comparten sus conocimientos, que no explotan ni abusan de otros, quizá ya no serán eminencias ante los ojos de los hombres, pero lo serán ante los ojos de Dios.

La verdad, yo estoy mejor aquí abajo.

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