sábado, 10 de abril de 2010
¿EJECUTIVO O VOLUNTARIO DE DIOS?
A veces, como cristiano, me da miedo discutir o definir una postura acerca de la pobreza. Trato de suavizar o de tipificar el concepto de pobreza como espiritual o material para escapar lo más posible a su enfrentamiento. Y es que a la hora de tratar el tema de Dios y el dinero, es cuando la polémica sucede.
¿Por qué? ¿Será que si tenemos riquezas, ya no somos tan cristianos? ¿Le estará "permitido" al cristiano, el éxito, el progreso y todo lo que da el dinero? ¿Puede alguien ser buen cristiano y hacerse rico al mismo tiempo?
¿Cuál crees que sea el verdadero vínculo de Dios con el dinero? ¿Acaso fue Dios quien lo creó? ¿Será que Dios dispone de él y lo entrega a quien lo merece o solicita?
El dinero significa principalmente un valor y con ello un poder de adquisición que nos hace muy capaces, sin embargo, el dinero es relativo, es decir, no significa nada o no existe donde no se reconoce su valor o donde no es capaz de conseguir algo, de hecho, creo que todo en este mundo tiene un valor estimativo y nada puede tener un valor real o absoluto, sólo Dios. Nada puede valer por sí solo si no soy yo o alguien más quien le otorga dicho valor -excepto Dios-.
¿De que te serviría un montón de oro, diamantes o billetes, si te encontraras en una isla desierta? ¿Qué comprarías allí?
¿De qué te serviría poseer una pintura de Picasso en tu sala durante y después un terremoto?
El dinero es el objeto más necesario para el hombre por lo que se consigue con él; en un principio no existía, por lo tanto, Dios no lo inventó, ni determinó las maneras de obtenerlo, eso fue asunto nuestro. Y es por lo que obtiene -casi todo- que se ha vuelto tan indispensable y codiciado.
Así como Dios, en este mundo el dinero también es una necesidad innegable, por lo tanto, a Él es a quien le pedimos que nos lo dé o nos ayude a recibirlo. Creemos que por ser omnipotente, es Él quien lo administra, y como aquello que me aqueja tiene un 90 % de probabilidad de ser resuelto con dinero, por eso generalmente acudo a Dios.
Sin embargo, Jesús vino a aclarar muchas confusiones acerca de nuestro Padre Dios mediante su evangelio, y una de ellas fue su relación con el dinero. El dinero para el hombre representa bienestar, progreso, éxito, comodidad, seguridad, libertad, entre otras cosas, pero para Jesús, eso nos impide confiar en nuestro Padre. Él tiene otra perspectiva acerca del dinero, una que nos parece casi a todos inconveniente.
Cuestiona su origen lleno de injusticia y reprueba nuestro apego a él. Nos muestra que no hay vínculo entre Dios y el dinero, es decir, uno no tiene injerencia ni jurisdicción con el otro. Por eso nos aclara que no se puede servir a Dios y al dinero (Lucas 16,13-14.).
¿Recuerdas a aquel joven rico que quería seguir a Jesús y le preguntó lo que tenía que hacer? Mateo 19, 16 y siguientes.
Una vez que supo que debía deshacerse de sus bienes para dárselos a los pobres, se entristeció. Pero no creo que le haya durado mucho su tristeza, pues basaba su felicidad y consuelo en su dinero. Seguramente se confortó al llegar a su casa y ver lo que poseía.
Hay dos cosas muy ciertas que nadie podemos negar: una es que todos vamos a morir, y otra, es que nada nos vamos a llevar. Por eso la importancia de definir mi postura acerca de aquello que no he de llevarme pero que sin duda necesito ahora.
Yo creo que Jesús rechazaba el tener dinero porque primero, eso daría la impresión de confianza plena en su poder adquisitivo y no en la providencia de su Padre, ¿pudo haberlo manejado? Sin duda, pero ¿cómo iba a pedirnos que confiáramos en la providencia de nuestro Padre si él mismo cargaba con dinero para conseguir lo que quisiera? Cualquiera de nosotros habría dicho: “para él es fácil pedirnos que confiemos, porque él sí tiene dinero”.
Y segundo, creo que Jesús rechazaba el dinero porque eso lo convertiría en un ejecutivo y no en un voluntario. ¿Que le pagaran por venir, anunciarnos amor y salvarnos? ¡Qué fácil!
La única forma entonces de hacerse de dinero para Jesús hubiera sido cobrar por lo que hacía de tiempo completo y que daba gratis, o sea…todo. Así pues, los sermones, las predicas, los milagros, el vino de las fiestas, las oraciones en el huerto, las bienaventuranzas, el pan y su mismo sacrificio, habrían tenido un costo para los que lo disfrutaran si él hubiera necesitado del progreso económico de su ministerio, profesión, o como se le llame.
Mi compromiso entonces como discípulo (y luego apóstol), es confiar de verdad en la providencia y contentarme con lo que ella realmente provea, que aunque poco, confío en que será lo necesario. Por lo tanto, estoy llamado a salir adelante en este mundo con lo necesario, como Jesús lo hizo. Creo que a eso se refería con el asunto de la pobreza.
Y es que como discípulo, mi mensaje se ve comprometido con el vínculo económico y/o emocional que me liga a la comunidad a la que anuncio, además mi testimonio se adultera por la retribución económica que obtengo, voluntaria o no, requerida o no. Aceptarla desvirtúa mi buena intención convirtiéndome en un adulador o en vendedor de buenas nuevas. Un ejecutivo, pues, que como tal, tiene que obedecer a quien le paga…
“Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. Gratis lo recibieron; denlo gratis”
Mateo 10, 8.
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