miércoles, 28 de abril de 2010

LAVANDO BAÑOS



Un día me platicaba un conocido predicador acerca del origen de su fama, la manera en que logró llegar a donde estaba y tener lo que hoy tenía. Le pregunté curioso: ¿Cómo es que haz logrado hablar ante tanta gente y vestir esos trajes tan costosos? ¿Por qué eres tan famoso? Porque la gente no sólo te reconoce sino que además te admira. A lo que respondió orgulloso y levantando las cejas: -“lavando baños”-. Yo no podía creerlo pero él asintió sonriendo varias veces para convencerme de que estaba hablando en serio.

“Yo comencé haciendo lo más bajo: lavando baños, y sucedió un día que me presenté ante mi superior para ponerme a sus órdenes y serle de utilidad” me explicó. Y claro, su superior aprovechando la disposición mostrada, le dijo: -“necesito alguien para que lave los baños, ¿te interesa el trabajo?”-. Él no pudo negarse pues estaba dispuesto a todo para lograr su sueño.

Sin embargo, con detalles intrascendentes recordaba aquellos amargos días, claro está que no pensaba iniciar su ministerio cristiano con dicha labor; en eso, alzó las solapas de su costoso traje y me dijo -“Si tienes un sueño y lo deseas mucho, primero tienes que dejar que tu sueño muera por un tiempo y algún día las condiciones lo harán realidad, mientras, tienes que dedicarte a servir a los demás, ¿cuánto tiempo? el que sea necesario”- refirió convencido y resignado a la vez.

Su sueño entonces era ser un predicador famoso y respetado, un guía que sirviera de ejemplo para aquellos que persiguen grandes metas. Y para lograrlo tuvo que comenzar por lavar baños, ¡quién lo hubiera imaginado!

Después de algunas semanas de haber platicado con el predicador, me encontré con un viejo amigo que se convirtió en misionero, este seguía trabajando en la misma orden en la que se había iniciado. Al verlo, lo felicité por la constancia y perseverancia en su vocación, además de hacer algunas bromas acerca de sus sandalias.

Él, nostálgico recordó el momento en que sintió su llamado personal, diciendo: -“Ah…Dios tiene maneras muy extrañas para llamarnos a servirlo, por ejemplo, a mí me interesaba mucho ayudar a las personas necesitadas y quería resolver todas sus penas, sin embargo, cuando me presenté ante el superior de la orden para integrarme con ellos, este me dijo que antes que ser un auxilio para los de afuera, debía empezar por serlo para mis hermanos de la misma orden. Entonces me ordenó que comenzara con una tarea específica: lavando baños. Yo por supuesto acepté”-.

En ese momento me sorprendí pues recordé las palabras de aquel predicador y de cómo los dos iniciaron igual. Estas dos personas comenzaron sirviendo a Dios ensuciándose las manos entre los retretes con su propia porquería y la de los demás.

Pero a pesar de iniciarse casi de la misma forma, había muchas diferencias entre ambos y, descartando las obvias como las económicas y las sociales, existe una que los separaba aún más que todo lo anterior.

¿Cuál era esa gran diferencia? Los dos comenzaron lavando baños y ambos predican hoy en día la Palabra de Dios, pero la gran diferencia es que el misionero todavía sigue lavando baños y el predicador ya no. Dejó de lavar baños hace muchos años porque no era una meta para él sino sólo un escalón, ahora paga para que alguien más lo haga; alguien que aún no ha alcanzado su meta o su sueño. Es un hecho que los baños se siguen ensuciando y se siguen limpiando, pero ya no es él quien se involucra en ello.

Servir a los demás puede parecernos una manera devaluada y humillante para merecer y lograr el éxito que tanto deseamos, pero no es así. Porque servir no es como subir una escalera, servir es haber subido ya esa escalera. Servir no es un medio, servir es la finalidad. Sirviendo se llega al mayor entendimiento, aceptación y aplicación de nuestra verdadera vocación como cristianos, por eso, quien sirve, suele ser más inteligente que aquel que siempre permite que los demás le sirvan.

Si mi sueño fuera ante todo ser una mejor persona, el servicio es la actitud indicada para llegar al éxito, ¿por qué? Porque servir a los demás requiere y me invita a pensar primero en sus necesidades antes que en las mías. Y una relación interpersonal, cualquiera que sea, funciona mejor si los dos tenemos el mismo interés en servirnos, amarnos, satisfacernos, complacernos, asistirnos y también tolerarnos. Esto no quiere decir que el que sirve se olvida por completo de sí, pero si todos nos esforzamos por ayudarnos unos a otros, yo quizá podré olvidarme un poco de mí, pues ya los demás se encargarán de recordarme.

Servir no es un trueque, ni siempre debe ganarnos o garantizarnos algo, de hecho, ante los demás ni siquiera nos gana respeto. Tampoco se debe servir con el fin de ser servido, pues a veces la única satisfacción que encontraremos en servir será haber hecho lo indicado.
Servir tampoco es una actividad curricular que me ha de comprar o conseguir la autoridad y el derecho para exigir que los que ahora están a mi mando, me mimen, entiendan y satisfagan como yo lo hice en algún momento.

A veces mis sueños tienden a ser egoístas, y generalmente anhelo poseer cosas materiales, poder, dinero, placeres, comodidades, status, etc.; por eso considero el servicio desinteresado a los demás como una total pérdida de tiempo o en el mejor de los casos, como un ocasional pasatiempo limosnero que no es muy constante ni mucho menos obligado. Porque ¿Quién perdería el tiempo con actividades “no lucrativas” y “no curriculares” Que además son un obstáculo para desempeñarme y progresar en el mundo?

Aquel que sirve sin esperar a cambio una recompensa, automáticamente cumple su sueño de ser mejor ¿mejor que quién? que aquel que solía ser. No se trata de ser mejor que nadie, pues vivir y ser mejor es ahora el verdadero progreso que necesito en mi vida y por el cual debo luchar, más que por el profesional o el económico. Es cierto, el servicio desinteresado a veces me presenta como débil y mediocre ante los ojos de los hombres, pero me muestra fuerte y fiel ante los ojos de Dios. ¿Qué es más importante?

Por eso, “lavar baños” suele ser una tarea desagradable, sobretodo cuando no se valora ni se procura la limpieza; cuando no se está dispuesto a sacrificar nada para lograrla o cuando es más cómodo pagar para que alguien más la realice.
¿Acaso estoy en un nivel tan alto que ya no quiero lavar baños porque ello me denigra? ¿Ahora son los demás quienes tienen que lavar el baño que yo también ensucio?

Yo estoy convencido de que mi vocación como cristiano debe comenzar, desarrollarse y terminar también “lavando baños”.

“También se produjo entre ellos una discusión sobre quien debía ser considerado el más importante. Jesús les dijo: Los jefes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas, y los que tienen autoridad reciben el nombre de benefactores. Pero ustedes no procedan de esta manera. Entre ustedes, el más importante sea como el menor, y el que manda como el que sirve. ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a al mesa? Pues bien, yo estoy entre ustedes como el que sirve.”

Lucas 22, 24-27.

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