Soy fan de Dios. A mi parecer el mejor artista de todos los tiempos (literalmente), el más grande, el más original, bueno EL ORIGINAL. Me encanta su obra, toda, y he empezado a disfrutarla y comprenderlo a Él, aunque sea un poco más, a través de ella. Así me lo enseñaron en la universidad en mi clase de historia del arte. Podemos conocer a un artista por datos como su fecha y lugar de nacimiento, la época en que se desarrolló su obra, sus musas, sus gustos, su vida, su muerte, etc., pero donde verdaderamente se esconden los maravillosos secretos de un artista es en sus obras. Es en ellas en donde dejan prácticamente su huella, su marca personal e íntima, llena de particularidades que las hacen obras únicas, y que algunas denominamos como “obras maestras”.
Y digo que Dios es una artista en todo el sentido de la palabra porque para muchos, Dios es un loco, comparable con un Van Gogh o un Beethoven, considerados como los más grandes genios del arte de las brochas y de las notas musicales respectivamente.
En efecto, Dios es un artista caprichoso porque no se debe a nadie, es libre de imaginar y crear a su gusto, ¿porqué? Porque puede. Todo artista que se precie de serlo, no permite que nadie se interponga entre él y su obra.
Algunos han sucumbido, se han vendido y han escrito sinfonías o pintado retratos por necesidad, por ambición, por encargo o vanagloria. Incluso Van Gogh y Beethoven.
Sin embargo, Dios también es, y ha sido incomprendido por muchos desde que el hombre fue creado... por Él. Y es el hombre precisamente, su obra maestra más sublime, quien desprecia y ofende a su creador. Ignorante e insensible, reniega muchas veces del por qué ha sido creado. Cataloga a su gusto las demás obras del artista, del maestro; les asigna un “valor” de acuerdo a su criterio: el criterio de un “crítico” de arte. Sí, es la obra contra el creador. Es de todos sabido que un crítico de arte suele ser implacable en sus juicios. Se toma la libertad de etiquetar las otras obras de Dios, por ejemplo: la naturaleza.
Es el hombre quien determina cómo y cuando disponer de dicha obra; es más valioso un cocodrilo o una foca bebé muerto y “transformado” en bolsos o zapatos, que vivo, formando parte de una sinfonía viviente y en armonía con otras obras. Es también quien decide que el oro, por ejemplo, es más valioso que la plata, pero no más valioso que un diamante y por supuesto, también más valioso que la vida humana que costó obtener dicho diamante. Más aún, un compuesto químico vale más que un diamante porque dicho químico es capaz de acabar con miles de seres humanos. O un mapa genético vale más todavía porque con él podrán igualar al creador, al artista. Es cuestión de celos “artísticos”, porque el hombre nunca será capaz de crear algo desde cero como Dios. Es por eso que destruye la obra del maestro y crea con sus despojos obras grotescas e inútiles. Sólo Dios es verdaderamente capaz de crear, lo demás es trasformar, “redecorar” o descomponer.
Esa competencia y esa rivalidad han engendrado un rencor hacia Dios y hacia su obra más querida: seres humanos también creados a su semejanza pero con ese toque caprichoso, esos, catalogados por muchos como “defectuosos”. ¿Quiénes somos para decidir quien de nosotros está “bien hecho” y quien está “mal hecho?” Sólo porque algunos o muchos contamos con características similares no quiere decir que seamos nosotros los bien hechos. Tal vez los “normales” como nos auto denominamos, somos solo los bosquejos, o los “bocetos” de los “defectuosos”. Si alguien carece de una mano, un brazo, un pie o un sentido como la vista o el oído, o del control de su cuerpo o de su cerebro, o de su sexualidad, ¿eso los hace “errores” del artista? ¿Eso los convierte en obras sin sentido, sin gracia, sin gloria? ¿Sin posibilidades? ¿Sólo porque un crítico estéril y celoso así lo decidió?
Déjame decirte que las más grandes obras de Van Gogh y Beethoven también fueron grandemente criticadas y hoy en día disfrutamos de “La noche estrellada” de Van Gogh y de la “5ta sinfonía” de Beethoven o su famoso “Himno a la alegría”.
Nada molesta más al artista que ver su obra humillada y despreciada, recordemos que Dios es un artista orgulloso de todas y cada una de sus obras, DE TODAS!
Siento pena por aquellos que, como en una subasta, no pagan nada, abusan y no dan nada a cambio de esos seres especiales que Dios creó en uno de sus momentos de mayor inspiración. Como aquellos invidentes, que cuentan con un talento musical increíble. O como el famoso científico Stephen Hawking quien, sin hablar y sin poderse mover de su silla de ruedas ha logrado desentrañar muchos de los misterios del universo. Están también quienes a pesar del hambre y de la opresión son capaces de dar su vida con tal de proteger a otras creaciones de Dios. Estos críticos dejan de admirar y disfrutar obras realmente sublimes.
Pero atentos, porque con Dios el artista nunca se sabe, está constantemente mejorando sus obras, retocándolas, tal vez nosotros los normales seamos los próximos, no sea que a Dios le resultemos grotescos o demasiado“comunes”.
Afortunadamente y a pesar de lo anterior, hay quienes han decidido colaborar y ser aprendices del maestro, formar parte de la gran obra de Dios quienes, en vez de destruirla se han decidido a contribuir en la defensa y conservación de la naturaleza y de los “defectuosos”, de los desprotegidos. Han llenado de color y de trazos incipientes la obra maestra de Dios siguiendo su “estilo” y su “técnica” lo más apegados posible.
Ellos son quienes realmente heredarán toda la colección de arte que Dios que, a lo largo de su extensa y prolífica carrera, ha ido acumulando; podrán algún día disfrutar de todas estas maravillas de su creación como en un gran museo interactivo, una muestra permanente de arte, en compañía del mejor artista, de su creador, de nuestro Padre Dios!
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Como siempre, una muy buena reflexión. ¡Yo también soy obra de ese artista!
ResponderEliminarGracias!!
Me has dado una gran lección con esta reflexión! muchas gracias!!! el Espíritu Santo te inspira muy chido =P.
ResponderEliminarBendiciones!