jueves, 16 de diciembre de 2010

¿DOY O QUITO?

En esta temporada, muchos coincidimos en la necesidad de dar algo a quienes no tienen nada. Y viene a nuestro corazón un deseo de ayudar en esta temporada navideña. Pero, cuando cada año nos volvemos tan “dadivosos”, vale la pena hacer una profunda reflexión acerca de la autenticidad en nuestra intención de dar.

Cuando se acerca la fiesta de la Navidad, parece que veo de manera más sensible las cosas, no sé si es por el frío o porque de verdad la fecha en que celebramos el nacimiento de Jesucristo, me invita a pensar en los demás aunque sea un poco. Cuando veo personas muy pobres pienso: “¿Qué será de su navidad, dónde la pasarán, qué cenarán? ¿Les traerá el niño Dios algo a sus hijos? Porque obviamente las condiciones de “su niño Dios” no son las mismas que las del nuestro. Por eso creo que ante cualquier duda, cuestionamiento o reflexión, hay que ir a la raíz.

Primero ¿Por qué estas personas son tan pobres? Bien, pues fue un empresario, quien me dio la respuesta -sin quererlo-. Platicando con él y al hacerle una crítica acerca de los bajísimos salarios de que le pagaba a sus empleados, este me respondió de manera diplomática: “Es que no se pudo llegar a una negociación con ellos, porque lo que pedían no era conveniente para la empresa”.

Muchos -casi todos- de los que de algún modo han tenido más oportunidades de progresar económicamente, lo han logrado gracias a la sustitución de la justicia, por la conveniencia. Era justo el incremento que necesitaban estos trabajadores, sin embargo, para los que tienen mucho ya no es conveniente ser justo. La injusticia social entonces, es la verdadera causa de la extrema pobreza que existe en nuestro país. Y la generan aquellos que de verdad creen que la vida no debe ser justa, sino conveniente.

¿Cuál es la principal causa de la injusticia? De manera inconsciente volvió a responderme este mismo patrón: “Si les pago más, ya no puedo competir, y la verdad es que yo no pienso ganar menos, para darles más a ellos que ni siquiera tienen estudios”.

La competencia en materia de negocios provoca injusticia social, porque con el afán de posicionarse o de cotizarse mejor en un mercado, se sacrifica siempre a los que están por “debajo”, y obviamente son los obreros los más desprotegidos.

Los empresarios, ahora se disfrazan y se justifican de exitosos, cuando en realidad son individuos ventajosos que esconden sus mezquinas intenciones, refugiados tras los intereses de una empresa a la cual responsabilizan o defienden ante cualquier reclamo como si fuera un ente autónomo. Además, estos ejecutivos cobardes violentan los derechos laborales de sus empleados como prestaciones, aguinaldos, vales, infonavit, utilidades, etc. Estos “emprendedores”, saben o se asesoran muy bien para escudarse en la ley y ejecutar artimañas para evadir o pagarle menos a sus trabajadores y también al fisco. Pero eso sí, ellos nunca pierden lo que creen que les corresponde, que para ellos siempre es mucho y nunca es suficiente.

Los patrones injustos, con estos abusos reducen al mínimo la posibilidad de que sus trabajadores ofrezcan a su familia una vida mejor cuando no les dan lo justo para que progresen. Por eso, ellos de esta manera se aseguran que, así como sus riquezas quedarán “en familia”, también la pobreza que propician, se quede en las familias que en un futuro sostendrán a las suyas. Porque alguien se tiene que seguir sacrificando ¿no?

¿A qué orillan entonces a los trabajadores con esos bajos sueldos? A vivir como puedan y a habitar también en donde puedan, casi siempre será en lugares peligrosos, inseguros y que no cuentan con los servicios básicos y que además son de alto riesgo. Como si estuvieran especialmente diseñados para ellos. El margen, la orilla, la periferia, ésa es para los que “no estudiaron”.

¿Te sigues cuestionando quién es el culpable de la pobreza y la miseria que es aún más evidente en navidad?

Por eso suena tan falso que tanto en las tragedias humanas, los desastres naturales y en la temporada navideña, algunos simulemos un interés solidario por aquellos quienes son el resultado de nuestra propia ambición. Creemos que con ello les hablamos de Dios y se los mostramos con nuestras chácharas, los incluimos en nuestras superficiales oraciones y nos acordamos de los pobres con algo de despensa un solo día al año. Y los otros 364 días nos dedicamos a hacerlos más miserables. Claro, como somos muy sensibles, cristianos y compasivos en esta época, hurgamos entre nuestras sobras para tener algo que “donarles” a ellos en su navidad como: suéteres usados, ropa sucia y juguetes descompuestos ¡qué buenos somos! Además así también enseñamos a nuestros hijos a ser tan caritativos como nosotros.

Sin embargo: “no hay que dar por caridad, lo que debemos por justicia”.

En teoría, la temporada navideña no es para darnos regalos unos a otros, en la navidad recibimos un solo regalo, y este viene de parte de Dios para todos los hombres. En la navidad no habría necesidad de “darnos”, si el resto del año no nos “quitáramos”.

No habría necesidad de pedirnos perdón, si no nos ofendiéramos todo el año.

No habría necesidad de acordarnos de nuestros padres, si no los olvidáramos todo el año.

No habría necesidad de posadas y rifas en las empresas, si no se los defraudaran todo el año. Y sobretodo, no habría necesidad de regalos materiales, si viviéramos el verdadero sentido de la navidad todo el año.

La navidad es la celebración del nacimiento de quien se supone es nuestro “Señor”, pero ¿realmente lo es? Porque los criterios de Jesús no parecen ser lo suficientemente “convenientes”, “exitosos” y “progresistas” como para que rijan por completo nuestras vidas. ¿Quién es entonces nuestro “Señor”? ¿La comodidad, el dinero, la injusticia, las ventas nocturnas, los intercambios, los meses sin intereses, la corrupción, la conveniencia, el desorden, la ambición, el abuso?

“Dar”, para Jesús, no es regalar un poco de lo mucho que no nos pertenece. Para él, “dar”, es ir más allá incluso de la seguridad y la satisfacción espiritual que nos provee el ser justos y el cumplir con nuestro deber. La verdadera generosidad, para Jesús, es dar por amor a los demás y ello significa también no abusar ni defraudarlos.

Por eso, reflexionando “desde la raíz”, me pregunto: en esta navidad ¿Doy o quito?

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