Era la víspera de navidad en el blanco y hermoso bosque, todos los animales se encontraban apurados preparándose para la gran fiesta, envolviendo todos los regalos que se disponían a intercambiarse esa tan esperada noche. Pero había dos tristes personajes, los únicos que nunca eran invitados a tan célebre evento: el primero era el lobo, por su reconocido gusto por la carne, y el segundo era el zorrillo, por su maloliente reputación.
Año tras año, el zorrillo tenía que conformarse con mirar a través de la ventana del gran roble, para poder ver cómo los demás animales festejaban, comían, reían y se abrazaban por lo dichosos que se sentían. Y todo esto claro, al calor de la dulce cocoa y el fuego de la chimenea. Por supuesto que el zorrillo sentía tristeza y desesperanza, pues la única posibilidad de ser un invitado, sería que todos perdieran al mismo tiempo su sentido del olfato. Porque él no podía modificar su naturaleza.
A pesar de eso, este año el zorrillo fue a asomarse como otras veces. Cualquiera en su lugar sentiríamos un fuerte deseo de venganza, pero él era distinto. Quien sí tenía este fuerte odio y deseo de venganza era el lobo, que también año tras año merodeaba cerca de aquel gran roble donde la fiesta se llevaba a cabo, para quizá poder cenarse al menos un invitado.
Se encontraron el lobo y el zorrillo fuera de la fiesta y el lobo le dijo: “No me digas que aún guardas la esperanza de formar parte de ellos, tú eres distinto y por naturaleza les eres incómodo... como yo”. El Zorrillo contestó: “Yo no tengo la culpa de ser así, a veces quisiera ser como uno de ellos para ser aceptado y no marginado, pero otras veces prefiero ser quien soy”. El lobo se encogió de hombros y le dijo: “No eres culpable, cada quien huele como puede”.
Ya entrada la noche, con la fiesta repleta y el resto de los animales llegando, el lobo ve la oportunidad de colarse y se disfraza de un perfumado cordero, con lo que logra pasar. Ya dentro, sorpresivamente se destapa y se dispone a vengarse de todos, comiéndose uno a uno a los tiernos animalitos del bosque: al conejo, a la ardilla, al búho, al ciervo, a la codorniz, a la liebre y al reno.
Les dijo: “En este mismo cálido fuego tras el cual se cobijan para festejar, yo a todos los he de cocinar”. El zorrillo, desde afuera se percata de la sangrienta venganza a punto de ocurrir e ingenia un plan. Como el lobo dejó abierta la puerta, el zorrillo entra enfadado y le dice al lobo: “Felicidades lobo, lograste lo que yo jamás hubiera podido hacer: entrar y participar de tan alegre festejo, ahora sí podrás consumar tu odio y venganza contra estos que cada año nos han marginado, pero antes que mueran permíteme darles el regalo que les tengo preparado”. El lobo de nuevo encoge los hombros y asentando le permite al zorrillo les dé a todos el último regalo de sus condenadas vidas.
Cuando los animales ya estaban alineados y acorralados a la pared cerca del fuego, el zorrillo entonces les dijo: “gracias a que cada año he tenido la esperanza de entrar, hoy tengo la oportunidad de hacerles el regalo más valioso que tengo para ustedes” y volteándose a ellos y levantando su cola, de inmediato los rocía con su penetrante esencia a todos. Los animales se sintieron justamente castigados por el zorrillo, al no haberlo incluido nunca en su festejo, por lo que nadie dijo palabra alguna. En ese momento, el lobo se dio cuenta del verdadero plan del zorrillo, que no era una venganza, sino la salvación de los animales del bosque pues al rociarlos, ni el hambriento lobo se atrevería a devorarlos con semejante olor.
El lobo se enfurece y con un enorme alarido de frustración, se retira. Entonces, los demás animales se dieron cuenta de la importancia de incluir a todos en sus vidas, pues todos somos útiles e importantes. Además, el regalo más valioso para ellos fue ser salvados y seguir con vida, pues los regalos más importantes generalmente vienen de quienes menos esperamos. Aquella fue la fiesta más hedionda de todo el bosque, pero también la más feliz para todos.
¡Feliz Navidad!
Autor: Arturo García Dávalos.
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