viernes, 6 de mayo de 2011

NO BASTA

En Aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No todo el que me diga ¡Señor, Señor!, Entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor!, ¿No hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos milagros? Entonces yo les diré en su cara: Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa, pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente”.
Mateo 7, 21-27.


Jesús pudo agradecerles a aquellos que hablaban, exorcizaban y hacían milagros en su nombre… pero no. ¿Por qué? Tenía que decirles la verdad, y la verdad es que hacer aquello no fue suficiente, algo –o mucho- les faltó. Además de lo que habían hecho, debían practicar todo lo demás que escucharon de Él, y no sólo lo que a ellos les gustaba hacer.

Al parecer Jesús no valida a los especialistas ni sus especialidades, no le gustan las diferencias, las comodidades y los privilegios que resultan de ejercer un sólo ministerio. No sirven para su misión.

Un profesional de la predicación, un profesional del exorcismo, un profesional de los signos y los milagros, o uno que incluso domine estos tres ministerios juntos, no basta para que entre en el Reino de los Cielos. Aunque todo se haga y se consagre en su nombre, pues Jesús mismo les nombra: “los que han hecho el mal”.

¡Y toda su vida creyendo que hacían el bien!

Ello significa que a la hora de hacer el bien, es mejor hacer “un poco de todo”. Es más cristiano y más acorde al evangelio, que dedicar toda una vida a una sola labor o un sólo ministerio. Por más apasionante, exitoso o remunerado que este sea.

Si bien los dones hay que ponerlos a trabajar para el Señor, hay que hacerlo conjugando otras capacidades y otras disciplinas, logrando hacer que nuestra mayor virtud como cristianos sea no la de predicar, exorcizar o hacer milagros, sino la de amar haciendo lo que sea necesario en ese momento y en ese lugar. Amar en todos sentidos y no sólo haciendo aquello para lo que creemos fuimos “destinados”, “llamados”, o “escogidos”.

Si un día se requiere de mi ayuda para barrer, pues me pongo a barrer, si otro día debo cambiar el pañal a un enfermo, pues lo hago. Y si otro día debo predicar, pues me pongo a predicar. Pero no una sola cosa por toda la vida, porque a Dios se le complace haciendo lo que Él quiere, no lo que nosotros queremos.

¿Qué genera entonces renunciar a una especialización religiosa o espiritual? Pues seguir siendo comunes, para así no podernos distinguir, resaltar o discriminarnos entre nosotros los que nos “dedicamos” a servir a Dios. Y eso es precisamente lo que Jesús quiere para quienes trabajamos por Él, igualdad y nada de protagonismos ni eminencias.

Renunciar a especializarnos nos da también tiempo para hacer otras cosas, quizá gratis, quizá simples, quizá desagradables, quizá más cansadas o tal vez todas ellas juntas, pero también más valiosas ante Dios.

Eso es cumplir la voluntad del Padre, renunciar a la nuestra y hacer lo que es debido. Así es como distinguimos su verdadera voluntad, cuando no resulta tan divertida, remunerada y conveniente como quisiéramos.

Todo aquello que construyamos cimentando nuestro “súper poder” para dominar, nuestro “súper ministerio” para someter, o nuestro “súper talento” para convocar y hacer dinero, será destruido llegada la tempestad -no por Dios-.

Jesús se muestra así mismo como el cimiento donde es prudente construir porque Él en ningún momento dejará de ser firme -como la roca- para sostenernos, sin embargo, el éxito de nuestra construcción dependerá de si estamos dispuestos a hacerlo sobre Él y sobre lo que nos pide que hagamos.

Construir sobre Él como base, significa no aprenderse el evangelio de memoria, sino más bien practicar lo poco o mucho que lo conozcamos. Grabarnos bien aquello poco o mucho que entendamos de su Palabra para ponerla en acción.

Claro que significará cambiar los aplausos por algunas tareas desagradables, significará abandonar la oportunidad de ser famosos, de ser reconocidos, de ser gratificados, todo por una recompensa mayor: cumplir con tareas urgentes y necesarias que representan mejor la voluntad de nuestro Padre que otras. Y así poder entrar algún día en el reino de los Cielos.

¿Sobre qué estoy edificando yo mi casa?
...debo saberlo antes que la lluvia y el viento me lo muestren.