miércoles, 27 de julio de 2011

LOS AUTÉNTICOS NACHOS

Creo casi todos conocemos los famosos "nachos", sí, esos totopos de harina de maíz bañados con delicioso queso amarillo fundido y con rodajas de chiles jalapeños. Los inventó un tal "Ignacio" hombre de origen mexicano, pero radicado en los Estados Unidos. Dicen que fue un día cuando recibió visitas inesperadas e ingenió con lo que tuvo a la mano un platillo para ofrecer. Fue entonces cuando preparó lo que hoy conocemos como "nachos". Así es como surgieron los auténticos "nachos".


Pero después seguiré con esto de los nachos, y es que vino a mi mente esta historia porque estos días me he estado cuestionando mucho acerca de la estructura de la celebración de la misa.

Ayer asistí a misa –como cada semana- para escuchar la Palabra y recibir la Eucaristía. Y me llamó la atención que el sacerdote que la oficiaba, llegada la hora, no quiso bajar a dar la comunión, no supe porque pues no se veía imposibilitado para hacerlo, pero quizá tuvo sus razones. Entonces, fue un solo ministro el encargado de dar la comunión a los asistentes, por lo que me formé con él para poder comulgar. Me sor prendió mucho que cuando fue mi turno, no quiso darme la ostia. Yo no supe en un principio por qué, él me dijo: -“El cuerpo de Cristo”- a lo que yo respondí como es debido: -“Amén”-, pero le pareció que no lo dije lo suficientemente alto como para dármela, así que me hizo repetirle tres veces -“Amén”- pero en voz alta, para entonces dármela.

Después de “hacerme el favor” de darme la ostia, me reprendió diciéndome: -“es que hay que contestar”-. Sentí algo de coraje contra este supuesto “servidor” de Dios, pues casi de mi boca, retiró la ostia como si no estuviera seguro de que yo la mereciera, como si estuviera condicionándola a mi respuesta. Después, me retiré a mi lugar e hincado, me puse a pensar si Jesús cuando anduvo entre los hombres y partió el pan en la última cena, puso restricciones para que alguien recibiera su gracia. Sobretodo que condicionara administrar sus milagros o su presencia, en base a signos exteriores ridículos que a veces son involuntarios y sin malicia. Pero los maliciosos son aquellos discípulos acomedidos que se creen con el derecho de decidir quién se acerca a Jesús, y quién está lo suficientemente “en gracia” para no ensuciarlo.

Por eso, ayer la primera pregunta que me hice acerca de la misa creo que era fundamental: ¿Por qué la misa tiene esta estructura? ¿Por qué éstas y otras reglas ridículas para recibir a quien sabemos vino gratis a nosotros los pecadores? ¿Por qué parece una ceremonia hecha para sentir miedo de Dios en lugar de sentir su amor?

¿Por qué hay que estar curado antes para poder recibir la medicina?

Y para responder esta y otras preguntas, es necesario "ir a la raíz".

Jesús instituyó el sacramento de la eucaristía ¿no? Y la misa es la conmemoración de la última fracción del pan, que Jesús celebró antes de padecer su pasión y morir en la cruz. Y es en esa última reunión donde Él se hizo presente en el pan mediante el milagro de la transfiguración. Entonces, la manera en la que celebró Jesús aquella última reunión con sus discípulos, se supone debería seguir siendo la misma hoy en día.

¿Por qué entonces está tan deformada? Pues gracias a la Tradición de la Iglesia. Sí, los Papas, obispos y sacerdotes que a través de siglos, con su afán de hacer las cosas a su modo y según ellos más eficientes, las diluyen y las empeoran, quitando lo esencial y agregando lo innecesario. Es por eso que desde hace siglos es tan aburrida y tediosa para la gran mayoría, porque no es así como Jesús la instituyó.

Mientras estaban comiendo, tomó pan y, pronunciada la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: “Tomad, este es mi cuerpo”. Marcos 14, 22

Jesús, en una convivencia con amigos y uno que otro enemigo, compartió la comida -aún con los impuros- ¿qué tanto hicieron en esa última reunión? No todo lo que se hace en la celebración litúrgica de nuestra misa, eso es un hecho. Convirtió el magisterio de la Iglesia –no los feligreses- esta reunión sencilla y fundamental para la convivencia y evangelización entre los primeros cristianos, en una incomprensible ceremonia "obligatoria" hecha de posturas. Pararse, sentarse e hincarse.

La misa es una ceremonia llena de preceptos, conceptos, alegorías y códigos que no logramos descifrar al menos quienes fieles asistimos a “participar” en ella.

Pero eso sí, los sacerdotes ¡Ah cómo la disfrutan!

Y ese formato fue creado especialmente para mantener el control físico, mental y sobretodo espiritual de la gente, porque aunque no entendamos nada, el sólo obedecerlos les deja más que satisfechos con su rito. Y según ellos, con eso evangelizan.

Pues retomando lo de los "nachos", hace poco un amigo pidió unos “nachos” en una plaza comercial cuando salió de viaje, y le preguntaron: -"¿se los sirvo con todo?”- Y él, extrañado respondió: -"pues... sí"-. Su sorpresa fue cuando sirvieron sus totopos con el clásico queso y jalapeños, pero además con frijoles cocidos, mayonesa, salsa inglesa y no sé qué más... ¡qué asco! –pensó él- Y ni siquiera se los pudo comer... los tiró.

Sin embargo, así los acostumbra mucha gente de por allá, y así se los comen quienes no conocen los auténticos.

Lo peor y más asqueroso es que a eso le llaman "nachos". La gente que no conoce los auténticos y los prueba así, seguro no les vuelve a comer en otra parte cuando se los ofrecen como "nachos". Los imaginan con mayonesa, frijoles cocidos, salsa inglesa, etc., y pues lógicamente, se les va el apetito.

Lo mismo pasa hoy con la misa, unos pocos la disfrutan con los ingredientes agregados que no son los originales, obligando a los que no nos gusta ese "revoltijo", a comérnoslo así o a que definitivamente no lo comamos. Necios, se empeñan en que su receta es más rica y ya no preparan los originales, sin importarles que poco a poco hayan menos comensales.

El origen de la misa, o “la fracción de pan” era una convivencia fraterna, se compartía la comida, Jesús charlaba y oraban, daban gracias, cantaban himnos, no se discriminaba a nadie, todos podían entrar, todos entendían lo que Jesús decía y lo más increíble:

¡Todos querían estar ahí!

Pregunta a quienes asisten a misa: ¿Quién en realidad quiere estar aquí? ¿Quién viene por que quiere cumplir con el precepto y quien realmente la disfruta? ¿Quién lo hace por rutina y porque saliendo piensa comer de todo lo que afuera vendan?

Te sorprenderás con las respuestas...

En fin, aquel formato de reunión eucarística que los primeros cristianos siguieron pero que el magisterio fue sofocando y malformando, era lo necesario para que cumpliera con su función. Eso era lo que Jesús en realidad quería que los discípulos hicieran a través de los siglos en su memoria ¿era una sencilla reunión? Pues sí, así era como le gustaba a Jesús y en ese tipo de sencilla convivencia decidió que se haría presente siempre.

Sin embargo, muchos no soportaron la sencillez y la igualdad, quisieron que las categorías y la jerarquía se comenzaran a notar entre los cristianos y por eso la fueron privatizando, modificando y complicando, al igual que tantas otras cosas. Ahora la misa es una mezcolanza de reglas, de poesía, de condicionantes, de restricciones, de posturas y de mucha, pero mucha obediencia. Todas muy bien orquestadas y justificadas según el magisterio y la tradición de la Iglesia, pero no según Jesús.

Y así como a los nachos los embarraron de mayonesa, salsa inglesa, frijoles cocidos y sabe Dios cuántas porquerías más, así pasó con la misa. Una comida “fraterna” de ingredientes sencillos, la convirtieron en un batidillo denso, que no se antoja, que es difícil de tragar y que quien lo engulle no logra digerirlo bien. La mayoría lo comemos por precepto.

Por eso, que no se sorprendan nuestras autoridades de que cada vez a menos personas nos guste su particular forma de preparar sus "nachos". Ellos los preparan así, entonces, ellos que se los coman.

Yo por lo pronto, puedo soportar las arbitrariedades que se cometen en la misa en el nombre de Jesús; yo puedo soportar que me nieguen la comunión porque soy pecador o porque no contesto fuerte: “amén”... no importa, lo he soportado siempre.

Pero ustedes, sacerdotes ¿Soportarán que la gente poco a poco deje de ir a misa? ¿Soportarán que cada vez haya menos dinero en sus canastas? ¿Soportarán tener cada vez menos control y dominio sobre la gente que abre los ojos? ¿Soportarán cuando llegue el día en que ustedes, ya no sean una jerarquía sino seres comunes y corrientes? ¿Soportarán perder la poca autoridad que aún les queda?

Ya lo veremos.

Por eso ustedes, los que los preparan los nachos a su gusto, agréguenle todo lo que quieran, todo lo que ustedes crean que es mejor y que los hace más sabrosos, al fin y al cabo, esos...

Ya no son nachos.

miércoles, 13 de julio de 2011

GÜEVOS CON "G", NO CON "H".

Últimamente he estado intrigado pensando ¿cuál será el secreto de la verdadera conversión? Para mí, como cristiano, sé que la solución esta en Jesucristo pero, Él ya hizo su parte muriendo por mí para salvarme; el resto es responsabilidad mía. Me corresponde dejar mi “yo” anterior, renunciando a mis propios caminos equivocados y volverme un hombre nuevo. Un hombre nuevo a imagen de Jesús, siguiendo su ejemplo de vida: haciendo entonces lo que Él hacía y sigue haciendo. Suena fácil y parece simple, pero esto es precisamente lo más difícil de ser un discípulo de Jesús: Ser su aprendiz para después ser su apóstol, su mensajero.


Y es que, creemos y nos aferramos a la idea de que podemos conservar una cosa sin renunciar a la otra. “Conciliar” lo malo y lo negativo, con lo puro y bueno que es Dios. No es posible, créeme, lo intenté. Así que, si lo has intentado, mejor ya no sigas.

Creo que lo único que podemos hacer es, como decimos en México: “agarrarnos los güevos” y hacer posible esa conversión.

Ésta particular “solución” aplica para hombres y mujeres, aunque los güevos o testículos, sean propios sólo de los machos.

Y es que, no hay otra solución (ni encontré mejor palabra para describirla). Ya basta de buscar excusas y pretextos para no cambiar de vida. Dios pone todo de su parte, incluso nos dio a su Hijo. Jesús vino a enseñarnos el verdadero y único camino: Él es el camino. Incluso se dejó matar por el hombre para demostrar su verdad y su amor al hombre. ¿Qué nos queda?

Demostrarle que no murió en vano, que no entregó su vida por unos flojos y cobardes. ¿Habrá pecado más grave para quien conoce a Jesús, que seguir siendo un cobarde? ¿Habrá pecado más grave que saber lo que Jesús espera de mí y aún así seguir siendo cobarde?

Para quienes ya conocimos esta verdad, nuestro caminar esta plagado de obstáculos. Unos verdaderos, otros ficticios, la mayoría inventados por nosotros, por miedo, por flojera, por cobardía.

El camino del mundo está lleno de sensaciones inmediatas a las que nos cuesta renunciar, queremos disfrutar las más posibles. En el caminar con Jesús las recompensas pueden tardar un poco más, incluso pueden ser hasta después de la muerte, y no siempre estamos dispuestos a esperar. Aquí es cuando nos buscamos razones para desertar, razones para justificar que no quiero seguirlo. Sustituyo el “no quiero” por el “no puedo” o “no estoy preparado” o “no es lo mío” o “no me acuerdo”.

Es fácil encontrar estas “razones”: las fallas de la iglesia y de sus pastores son las más comunes, porque están más a la mano en relativa abundancia. Hasta el más pequeño error del líder de tu grupo parroquial o comunidad es buen pretexto para que renuncies a Jesús.

El caso es que, lo que realmente buscamos es huir. Ya basta. Ten los güevos y cambia de vida; sigue a Jesús a pesar de lo que digan los demás.

Pero ten güevos con g, no con h. La h es muda, sin fuerza. En cambio la g es fuerte, definida.

Güevos con g de ganador! Si estás con Jesús ya eres ganador como Él, porque juegas en su mismo equipo. No seas un ganador del mundo, sé un ganador del cielo. Él ya venció al maligno y a la muerte, ahora faltas tú...

Güevos con g de generoso! Decídete a desprenderte de las cosas que te atan y entrégate todo tú a los demás...

Güevos con g de gozo! ¡Hazlo y disfrútalo! Saborea tu nueva vida, vive más feliz, más libre, alegre...

Güevos con g de gigante! No basta con que nazcas de nuevo, tienes que crecer cada día! Ser grande como Jesús, de manera que las adversidades parezcan cada vez más pequeñas ante ti.

Güevos con g de gobierno!. Cede tu gobierno sucio de caos y corrupción al verdadero gobierno de Dios. Haz a Jesús el gobernador de tu vida, para que reestablezca la paz y la prosperidad perdidas.

Si te faltan güevos:

en vez de pedir a Dios que te libere de tus problemas, pídele los güevos para afrontarlos y que te ayude a resolverlos...

en vez de pedir que te dé paz y tranquilidad, pídele güevos para terminar tus propias guerras y rencores, para que haya paz...

en vez de pedirle que te aleje del pecado, pídele los güevos para decir que no y darle la vuelta a las tentaciones...

en vez de pedirle mejorar tu situación económica para tener más cosas, pídele los güevos para no ser tan codicioso, para trabajar honestamente sin robar a nadie, gastar bien tu dinero y ser sensible a la verdadera miseria de tu prójimo...

en vez de pedirle seguridad y que pare la violencia de tu país, pídele los güevos para denunciar las injusticias, dejar tú mismo de ser violento en tu casa, con tus amigos...

en vez de pedir para que se acabe la corrupción, pídele los güevos para ser justo y clemente con tus hermanos y no abusar ni pisotear a nadie para conseguir tus metas egoístas...

en vez de pedir exorcistas y sanaciones del alma, pídele güevos para reconocer que tú alimentas a tus propios demonios porque en el fondo no quieres que se vayan...

Así que, ya deja de lloriquear porque has caído nuevamente ante el pecado, ya no somos víctimas, pues ya conocemos la verdad. ¿Qué vas a hacer entonces, de hoy en adelante? Mejor levántate y comienza de nuevo, pero en serio.

Jesús al entregar su vida por ti y por mí, comprueba esta simple teoría: Él si tuvo los güevos para demostrarte su amor, poniéndote el ejemplo, dejándose torturar y humillar para salvarte, para que puedas ser feliz...

¿Tú tienes los güevos para reflejar los valores de Jesús?

¿Tú tienes los güevos para seguirlo y gritar su mensaje?

¿Tú tienes los güevos para dejar de ser del mundo y pertenecerle a Él?

Pero güevos con G, no con H...

miércoles, 6 de julio de 2011

LA SOCIEDAD DE LOS POETAS INCOMPRENDIDOS

“En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias Padre, porque así te ha parecido bien.


El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”. MT. 11, 25-30.

Si todos los hijos, conociéramos en verdad al Padre celestial, a nuestro Papá, el mundo sería distinto. Sin embargo, a los sabios, que serían lógicamente los depositarios del conocimiento de Dios, no sólo les resulta difícil entenderlo, además Él mismo es quien les esconde "sus asuntos". Es la consecuencia por menospreciar a sus predilectos: los sencillos y humildes.

Anteriormente los sabios sólo dominaban la antigua ley. Una ley que ellos mismos se encargaron de “complementar” con más leyes, una más absurda que la otra.

Hoy en día, los nuevos sabios caen en la misma tentación de sus antecesores. Jesús resumió la ley en una sola: el amor a Dios y al prójimo. Como en aquel entonces los sabios de hoy, observan, memorizan y ejecutan hasta los más recónditos incisos, versículos y fracciones convirtiéndolas en cargas pesadas impuestas a los indefensos. Y como siempre, para ellos no aplican.

Conocer a Dios va más allá, no se persigue ni se procura el cumplimiento de la ley desplazando el amor y la caridad, por hacer justicia. Jesús sustituye pues todas estas leyes inútiles para Dios, por la más conveniente para el hombre: el amor.

Conocer al Padre es poner en práctica su rol amoroso con el prójimo, y llevar a cabo su misericordia también mediante sacrificios. Es ver a los demás como hijos de Dios y como hermanos nuestros, para tratarlos con esa dignidad y respeto.

Hoy en día, muchas personas creemos que el arduo estudio es lo que nos lleva al conocimiento y entendimiento de Dios, pero no es así, solamente el Hijo nos puede llevar al Padre (quien me ve a mi ve a mi Padre...). Aprender del maestro entonces nos lleva a conocer a nuestro Padre, pero no a base del estudio y la memorización, sino a base de práctica, porque quienes no caminamos haciendo las obras de Jesús, tenemos mucho o quizá todo el tiempo para perderlo estudiando, alucinando cosas o adornándolas demasiado.

Por eso a la gente sencilla se le revelan las cosas de Dios y no a quienes están demasiado ocupados leyendo o escribiendo tras el escritorio. Los sencillos sí saben que hacer con lo que se les revela.

Y estos sencillos y humildes, lejos de gloriarse y atesorar lo que se les revela, además lo comparten para bendición y consuelo de otros. Los sencillos sí saben qué hacer con lo que saben.

Mientras, los sabios y entendidos juegan apasionados: "A ver quien sabe más de Dios". Pero su juego es aburrido, nadie gana y nunca se termina. No compiten para ver quién muestra mejor a Dios, quién lo da a entender más fácil, quien lo enseña gratis, ni quién llega a los lugares más difíciles para anunciarlo, no, más bien compiten para presumirse lo que entre ellos ya saben pero que nadie puede probar.

Además a se convierten en los más destacados poetas y escritores románticos que hablan y escriben exaltando a Dios pero empequeñeciendo al prójimo. La poesía la usan para sentirse más cerca de Dios, pero trazando una línea que los separe de nosotros, la gente común. La poesía sin el verdadero conocimiento del Padre, hace demasiado “dulce” lo que ya era dulce y “amarga” lo que de hecho, no era amargo.

Pero ¡qué raro! Pretenden con poesía alabar al Padre y adularlo haciendo menos a sus hijos, siendo que sus hijos son lo más importante para el Padre. Por eso Dios les oculta aquel conocimiento que tanto ambicionan, porque no lo buscan para aprender a amar y servir, sino para que los amen y les sirvan.

Al conocimiento del verdadero de Dios, sólo se llega del modo sencillo, del modo fácil, sí, ese modo que sólo aquellos que practican el evangelio llegan a conocer, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente.

¿Tú cuántos “poetas incomprendidos” conoces? ¿Que día a día, semana a semana, mes con mes, año con año, declaman infinidad de poesías que nos confunden y empalagan? Libros y más libros que los distraen a ellos -y a nosotros- para practicar a Dios antes que “encarcelarlo” en cursis poesías y bohemias reflexiones.

La evangelización pues, se ha convertido en un “arte” que no comunica, más pensado en conseguir admiradores que seguidores. Donde el más leído se siente más cercano a Dios.

Nos olvidamos de aprender de Jesús, que es manso, humilde de corazón, mucho menos complicado y sin tiempo para ser artista.

Esos discípulos que se han convertido más bien en poetas, desgastan su vida y sus plumas, escribiendo y declamando con grecas y ornamentos el mensaje de Jesús. Codificándolo en un lenguaje que sólo "la sociedad de los poetas incomprendidos" aprecia y aplaude. Este gremio sigue creyendo que los ignorantes somos nosotros, y así nos lo hacen sentir, sólo porque no sabemos de qué rayos nos están hablando.

Ellos, sentados cómodamente en sus delicadas almohadas, ponen en evidencia nuestros pocos conocimientos acerca de la antigua ley y la Palabra, pero no califican en su riguroso examen, lo que ponemos en práctica de lo poco que entendimos del evangelio. Esa es la diferencia entre un artista -de la auto promoción- y un trabajador -de la evangelización-.

Porque el trabajador no pierde tiempo y energías en indagar lo que Jesús ya reveló, ni en adornar lo que ya no necesita adornos.

Mejor dedica su vida a practicar lo que ya sabe que es agradable a Dios: atender a sus hijos y aprender de su Hijo. Esa es la sencillez de la misión que los poetas tanto desprecian.

Ustedes, los ”poetas sabios y entendidos” sigan escribiendo y declamando en lugar de proclamar el evangelio, pero luego no se quejen de que los sencillos y humildes les den a ustedes lecciones de teología -aplicada-, sin haberla estudiado.

¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!