viernes, 23 de diciembre de 2011

ESGUINCE DE TOBILLO



Hace ya casi un mes sufrí una torcedura en mi pie al caminar distraído y muy confiado sobre una banqueta en mal estado, desnivelada y con trozos de concreto sueltos. El resultado: un esguince de tobillo de 2do grado que provocó que mis actividades diarias más comunes se tornaran difíciles y complicadas además de que tuve que usar muletas por una semana. Después de todo me fue bien a comparación de otros. Hay quienes obtienen fracturas con una caída como la mía o incluso en casos más extremos, la muerte.

Me llamó la atención que en los evangelios de éstos últimos domingos, profetas como Isaías y Juan el bautista, nos hacen un llamado a “allanar” nuestros caminos, a ”rebajar” los montes. Todo esto porque “ya viene el Mesías”, porque va a nacer Jesucristo.
Pero ¿por qué es necesario que tú y yo allanemos o emparejemos nuestros “caminos”?
Todas esas malas experiencias por las que pasamos van dejando un daño en nuestro territorio. El terreno se va haciendo peligroso y difícil de atravesar, nos dañamos al tropezar y caer  una y otra vez. Con cada caída se daña nuestra autoestima, nuestra seguridad, nuestra paz, nuestra alegría, nuestra confianza en los otros, etc. No solo es peligroso para nosotros mismos sino para todos aquellos que nos rodean o quieren estar cerca de nosotros.

Por allanar “mi camino” entiendo que debo mantener el terreno me rodea lo más despejado y libre posible; plano para que pueda desplazarme a donde yo quiera y por el cual otros puedan acercarse a mi sin ningún peligro. Es mantener se podría decir, mis relaciones humanas en equilibrio. Sanas relaciones conmigo mismo y con mis semejantes.

Hay dos momentos o acontecimientos  propicios en la vida de todo ser humano para allanar nuestros caminos: el nacimiento de un nuevo ser humano y el fallecimiento de otro.
Cuando nace el bebé de uno de nuestros familiares o amigos, es una oportunidad importante para regocijarnos junto con todos por tan maravilloso milagro. Ir a visitar a la feliz pareja, llevar regalos, compartir con otros que también se alegran (aunque no los conozcamos) o ver a quienes hacía mucho no veíamos y, coincidimos en aquel lugar.
¿Pero qué sucede si, por ejemplo, yo me encuentro distanciado o “peleado” con el papá del bebé?  Probablemente no me cause alegría ese acontecimiento o bien, no me sentiré con el valor o la confianza de acercarme a celebrar con ellos. Entonces Me apartaré porque el terreno a mi alrededor esta lleno de obstáculos: montículos de “resentimientos”, piedras del mas duro “malentendido”, agujeros o vacíos “emocionales”,  distancias cada vez más largas entre mis semejantes o puentes derrumbados:
Sí, con todos estos inconvenientes nos vamos aislando a nosotros mismos apartándonos de una gran noticia como ésta: el nacimiento de una nueva esperanza.

Sin embargo, en un momento como éste de una paz y alegría generalizadas (mas no completa) hay una gran oportunidad de acabar con toda distancia  y obstáculo. ¿Por qué?
Pues porque con tanta alegría ya casi nadie recordará los agravios pasados o por lo menos encontrarán menor resistencia.
Podemos hacer como que “no pasó nada” y empezar desde cero.

Y algo similar sucede en el fallecimiento de alguien. Solo que acá es el sentimiento de la tristeza general la que funcionará como puente.

Y curiosamente son éstos dos momentos en la historia de la salvación en la que somos fuertemente llamados a convertir nuestras vidas: en la conmemoración del nacimiento y muerte de Jesucristo respectivamente.

Es por eso que los profetas insisten tanto en que cambiemos de vida y enderecemos nuestros caminos: para que podamos acercarnos a ser testigos de la mejor de todas las noticias: Jesucristo ha nacido para salvarnos.
No es porque Jesús no pueda caminar entre nuestro territorio peligroso y accidentado. Es porque él quiere que seas tú el que dé el primer  paso. Una vez que tu empieces a descombrar tu vida, que empieces a desechar todos los residuos peligrosos de tu corazón es entonces cuando Jesús entrará a tu desastre personal a ayudarte no sólo a deshacerte de todo eso en forma definitiva sino que, te ayudará en la reconstrucción de tus antiguas relaciones y en la construcción de nuevos puentes y nuevas relaciones.

Ésta es la verdadera “magia” de la Navidad, un momento en el que nos vemos vulnerables y conmovidos por el nacimiento de un bebé que ha de traernos esperanza y salvación definitiva para aquellos que, se atrevieron a allanar sus caminos con tal de recibir a éste hermoso bebé… ¿qué esperas? ¡Vamos a adorarlo!

FELIZ NAVIDAD

viernes, 16 de diciembre de 2011

LA PUERTA DEL BAÑO DE HOMBRES

La semana pasada tuve la urgente necesidad, mientras me encontraba fuera de mi casa, de ir a un baño. No me agrada mucho ir a los baños públicos por muchas razones entre ellas la falta de higiene, el mal estado de las instalaciones, etc. Aunque debo reconocer que como a muchos otros hombres (aunque no lo reconozcan) me divierte leer los característicos mensajes y pictogramas que se encuentran plasmados en el interior de sus puertas. Tal vez sea un remanente en nuestro ADN de aquellos antepasados que dejaban prehistóricos dibujos tallados en piedra o pintados, abstrayendo misterios como la fertilidad humana o la cacería de mamuts. El caso es que encuentro entretenido ver las concepciones “artísticas” populares de temas varios pero sin duda el predominante es el de la sexualidad humana, o más bien genitalidad tanto masculina como la femenina.


En fin, al sentarme a hacer lo mío, me llevé una gran sorpresa, una frase escrita en la puerta del sanitario decía “Jesús es Chido”.

Mi primer reacción fue: ¡¿ a quién se le ocurrió escribir el nombre de Jesús en este lugar tan sucio?! ¡y rodeado de “falogramas” y mensajes sugestivamente sexuales, incluso números telefónicos con nombres y horarios para citas casuales para el sexo o las drogas y lo demás que pudiera surgir después de eso! Mi escándalo fue tal que estuve a punto de rasgar mis vestiduras (exageré). Pero, en la tranquilidad y paz que sólo se puede encontrar sentado en una taza del baño, reflexioné un poco aquel suceso.

Precisamente éstos domingos en misa hemos escuchado en los evangelios, el anuncio y los llamados de los profetas a la conversión. A “allanar” nuestros montes y a “rellenar” nuestros valles. A cambiar de vida pues. Y entonces comprendí que ese mensaje que alguien se atrevió a marcar en esa puerta era sin duda el llamado de un profeta.

¿Y en dónde mejor lugar para mencionar y proclamar el nombre de Jesucristo que en medio de la miseria humana, de la confusión, de la búsqueda infructuosa de la verdad? ¿No es la ciudad oscura la que necesita y anhela la luz? ¿No es el enfermo quien necesita del médico? ¿No es el que está perdido el que necesita rencontrar el camino?

El mismo Jesús salía al encuentro de éstos para que recibieran lo que tanto necesitan. No se quedó en la “seguridad” del templo, ni se escudó en su envergadura de Hijo de Dios para no salir en búsqueda de aquellos que lo necesitan, con el pretexto de no ensuciarse.

El mismo Juan el bautista, arriesgó su vida para que otros pudieran reconocer la Buena Noticia que estaba por venir. Nunca se hizo pasar por Jesús como el mesías; él sólo era el mensajero. Muchos lo cuestionaron por bautizar sin permiso, sobre todo los sacerdotes. Les molestaba que otro hiciera su trabajo, mientras ellos dejaron de hacerlo desde hace mucho.

Él tenía todo el derecho y la facultad de llamar a la conversión porque él mismo fue testigo de esa buena noticia. Eso nadie se lo pudo quitar, ni siquiera al cortarle la cabeza. Jesús reconoció su grandeza por sobre todo hombre sobre la tierra.

A veces creemos que para ser profetas necesitamos años de estudio, títulos o tener el permiso o una licencia de la Iglesia (la que sea) y no es así. Lo único que necesitas es ser uno de esos a los que Jesús tocó, de los que transformó y sigues en esa transformación. Para predicar a Jesús lo único que necesitas es conocerlo y hacer lo mismo que él hace. Y claro, tener los huevos para hacerlo aunque esté de por medio tu cabeza. Eso es todo.

Por lo menos, ése mensaje de la puerta del baño de hombres ya nos llegó a ti y a mi. Si eres testigo de Jesús como yo, hagamos que llegue a más hombres y a más mujeres también, ahí precisamente donde más se necesita.

viernes, 2 de diciembre de 2011

SILLAS PARA TODOS

Cuando era niño, sin duda jugué a muchas cosas. En realidad me acuerdo de pocas, pero muy satisfactorias. Por ejemplo, me gustaba explorar la naturaleza, arriesgarme, correr, brincar y trepar por donde pudiera, árboles, riscos, capturar bichos, en fin. Eran pocos los juegos de equipo, juegos deportivos o juegos de mesa que practicaba, es que no me gustaba mucho la competencia. No la encontraba divertida.

Sin embargo, al ser parte de una familia y convivir con amigos, me tuve que enseñar a participar más, me involucraron en ellos y en su mecánica, pero para mi gusto, la diversión duraba muy poco: hasta que alguien perdía. Y es que eran más los conflictos y el tiempo que se perdía por la discusión entre ganador y perdedor, que el gozo en sí de jugar. Surgen peleas para establecer si la derrota fue genuina y apegada a las reglas, o si fue una injusticia… una trampa.

Desde niño, aprender a “saber perder” es importante, pero para mí era más importante no jugar un juego en el que era más importante ganar que divertirse. Porque cuando alguien pierde, automáticamente se le saca o relega y eso me parecía injusto… aún si era yo quien ganaba. Pensaba que si “lo importante no es ganar”, pues entonces nadie deberíamos perder ni ser apartado en un juego, que a fin de cuentas sólo es eso, un simple juego.

Recuerdo en particular “el juego de las sillas”, es un gran ejemplo de lo que sentía cuando jugaba siendo niño. En este juego, un grupo de personas, caminan o bailan alrededor de una hilera de sillas cuyo número es inferior en 1 al de los participantes. Las sillas se acomodan una al revés de la otra, y cuando la música se detiene, todos tienen que encontrar una silla desocupada y en posición para sentarse, y quien no encuentra, pierde y debe salir del ritual. El número de sillas va disminuyendo con cada perdedor, hasta que sólo quedan dos participantes y una silla. Al final, sólo uno gana.

A mí la tristeza me invadía igual cuando ganaba que cuando perdía, me ponía mal ese juego. Sentía tristeza cuando yo perdía – frecuentemente- pues la diversión duraba muy poco y cuando por fin ganaba, no disfrutaba la victoria al ver tantos descartados. Pensaba que así no tenía sentido jugar y me decía a mi mismo: “Ojalá hubieran sillas para todos… que estuvieran todas sujetas al piso y que nadie nos las pudiera quitar”.

Se pierde en este juego por muchas razones: porque no avanzas rápido por la lentitud de los que van adelante, porque te toma por sorpresa el fin de la melodía, porque te empuja otro para sentarse en la que iba a ser tu silla, porque te sientas encima de uno que fue más rápido que tú, porque había mucha distancia entre tú y la silla disponible, porque estabas distraído, o porque simplemente estabas disfrutando del juego y alguien fue mejor que tú.

Pero así como muchos factores fuera de mi control influyeron para que yo perdiera, también hubo los que fuera de mi control me ayudaron a ganar, “mera suerte” -diría yo-. Entonces, no siempre estuvo –ni está- en mis manos ganar o perder.

Vino a mi mente este “juego de las sillas”, por la proximidad de la Navidad. Y es que la Navidad me parece un tiempo algo cruel de parte nuestra para con los demás. Es esta temporada la sociedad de polariza entre ganadores “evidentes y con suerte” y de descartados “invisibles y sin suerte”.

El estándar de lo que creemos es una “gran fiesta Navideña” ha sido manipulado por los medios de comunicación y por los bolsillos, de los que en esta temporada “tienen mucha suerte” para consumir –buen trabajo, buen sueldo, prestaciones, aguinaldos, compensaciones, bonos, ahorros, etc.-. En Navidad, prácticamente se deja de lado a aquellos que no tienen el poder económico para “seguirle el paso” a la mercadotecnia con su superficial idea –o plan- de lo que para ella y muchos, es la Navidad: DINERO.

Aquellos que no pueden entrar en las insensibles mecánicas de preparar banquetes y comprar regalos para “todos” –y para uno mismo, claro-, se ven automáticamente relegados y descartados por el ritmo de la economía y sus condiciones, que los “sacan del juego” sin poder tener una Navidad como el mundo lo dicta.

Pero en esta Navidad, como ha sido desde un principio, Dios nos tiene preparada una verdadera Buena Noticia, que aunque muchos ya conocemos, aún así no parece ser suficiente. Sin embargo, esta Navidad, yo te tengo preparada también otra buena noticia: la Navidad no es como nos la plantea la mercadotecnia ni nuestros deseos. Por eso, si te consideras uno de tantos “descartados” por el “juego” de esta vida, quiero decirte que para Dios no funcionan así las cosas, y que la verdadera Navidad, el festejo auténtico de esta venida de su Hijo, está pensada y preparada especialmente para el alcance de aquellos pobres “descartados”, que sufren por las adversas condiciones del mundo y del egoísta festejo de esta otra Navidad. Porque en la Navidad de verdad, a Dios no le gusta que nadie se quede fuera.

Y es precisamente en este festejo claro y sencillo de la verdadera Navidad, donde se experimenta realmente el gozo y la plenitud por el nacimiento de nuestro Salvador. Así, una navidad sin poseer cosas, donde el único bien es el amor. Tal como la de Jesús.

En la Navidad verdadera, festejamos a aquel que ha venido a enseñarnos con el ejemplo, cómo la vida no se trata de ganar premios, ni de sacar a nadie del juego. Se trata de divertirnos sin que nadie pierda. A Jesús le gusta que todos ganemos y que nuestra competencia no tenga como resultado sacar a nadie por ninguna razón, todo lo contrario, le gusta que nuestra competencia sea para ser mejores que uno mismo. Y sólo el ser inclusivos realmente nos hace ganadores ante él, sobre todo en su Navidad.

Lo raro es que en este duro juego de “a ver quién compra más en navidad” ni aquellos que festejan con muchos regalos, compras, comilonas e intercambios, terminan realmente felices y satisfechos… por más que lo aparenten. Este “jueguito” es peor aún que “el juego de las sillas”, porque en este nadie termina feliz.

¿Entonces, quiénes realmente ganan con este modo vano y superficial de festejar la Navidad? Creo que todos perdemos, más bien. Los que necesitamos, porque no nos alcanza, y los que alcanzan porque no era lo que necesitaban. Al final, después de descartar a tanta gente en Navidad, ni los que “alcanzan silla” se sienten felices de haber ganado el juego.

Por eso, yo quisiera que esta Navidad fuera como el juego de las sillas que jugábamos cuando niños. Pero que hubieran sillas para todos… que estuvieran todas sujetas al piso y que nadie nos las pudiera quitar.

viernes, 28 de octubre de 2011

FIESTA MACABRA

Mucho se dice y se cuestiona acerca del famoso "Halloween", a celebrar el 31 de octubre -como cada año-.
Mucho se dice en cuanto a su origen: que es una ancestral celebración de origen europeo, que nada tiene que ver con “nosotros”, que es para rendir culto a los demonios, que tiene un trasfondo maligno... Y quizá todo esto sea cierto.

Mucho se convoca también para que la gente tomemos conciencia acerca de su celebración, que no se lleve a cabo porque no es de origen mexicano, que no se inculque a los niños porque es una adoración al diablo "disfrazada", que está hecha para provocar miedo, que sólo es mercadotecnia... Y quizá todo esto sea cierto.

Pero más allá de la polémica que encierra el festejo de esta celebración anual, debería cuestionarme a mí mismo, el motivo por el cual la festejo o por el cual no la festejo, porque de eso dependerá si es conveniente o no celebrarla más.

Creo que a veces exagero y me tomo muy en serio esta fecha, suelo compararla con la de "El Día de los Muertos", que mantiene cierto parecido y que se festeja sólo aquí en nuestro país, un par de días después –dos de noviembre-.

Cuando busco argumentos a favor o en contra de las dos fechas, me digo: -el Halloween es una fiesta pagana-, y después de analizar a las dos, me contesto: -el Día de los muertos también-.

Digo. -tras el Halloween hay un culto a lo oscuro y lo desconocido-, pero me respondo: -en El Día de los Muertos también-.

Digo: -el Halloween no es una fiesta católica- pero reflexionando… -pues, “el Día de muertos, o de todos los santos”, está incluido en el calendario litúrgico católico, pero esta tradición popular sostiene que la gente regresa de la muerte para visitar su altar, comer y estar con sus seres queridos, y esa posibilidad no comulga con el credo cristiano ni con el catecismo católico".

Después continúo: "el Halloween perturba a los niños" a lo que termino yo mismo: "pues las visitas al panteón y la espera nocturna de muertos, para que se coman lo que en su altar les preparan, no son muy didácticas tampoco".

Quizá analizándolas, no existan muchas diferencias entre estas dos costumbres: ambas parecen divertidas, ambas son originales, ambas son ancestrales, ambas incursionan en lo desconocido y también ambas nos perturban y nos asustan... pero al final termino inclinándome hacia "El Día de los muertos" por ser una tradición mexicana, y lo festejo por mero regionalismo –y porque me gustan las calaveritas-. Pero en realidad no creo en lo que ella significa.

Sin embargo, cuando no sepas decidir cuál de estas dos tradiciones quieras festejar e inculcar a los tuyos, voy a darte mi personal respuesta a este conflicto: ¡No importa!

Festeja la que quieras de las dos o no festejes ninguna, si así lo deseas. Realmente pocos celebramos esas fiestas con su original significado y su original manera, lo hacemos más que nada por diversión, para salir de nuestra rutina y como una fiesta más bien. ¿Eran divertidas en un principio? Quién sabe, seguramente no, pero en su tiempo se celebraban motivadas por amor o por temor a lo desconocido. Y en su momento, tuvieron el efecto deseado en la población que les dio origen. Ahorita son un pretexto para disfrazarse una vez al año y asustar siendo alguien distinto, o para decorar con folclor mexicano el panteón y llorarle un poco "a los que se ya fueron".

No te preocupes mucho por ninguna, no es obligatorio que las celebres ni tampoco cambian el curso normal del universo el hecho de que las practiques. Tan sólo diviértete, no hay duda de que al menos hoy, son para despejarnos un poco de lo cotidiano, buscando un pretexto que a todos nos interese. Y si las quieres inculcar a los niños, pues hazlo y sigue haciendo exactamente lo mismo que han hecho nuestros antepasados durante generaciones: diluye su significado original, para que confundas a los que en un futuro investiguen su origen, cuando igual se pregunten si es bueno o malo celebrarlo.

Como sociedad, quizá le damos demasiada importancia a la moral que creemos envuelven estas celebraciones, olvidando que estas nada más se viven dos días al año y que los otros 363 restantes, no cuestionamos la moral de nuestro comportamiento a diario. Porque hoy existe algo más macabro que el "Halloween" y "el Día de los muertos" juntos, algo más atemorizante y perturbador que no es divertido, algo que llega a ser dañino y que nos espanta cada día más... se llama: "Realidad".

Veo en los medios y en los noticieros tanta delincuencia, tanta impunidad, tanta injusticia, tanto narcotráfico, tanto crimen, tanto engaño, tanto vicio, tanta vulgaridad, tanta lujuria, tanta violencia... Niños maltratados, mujeres abusadas, enfermos abandonados, ancianos miserables, etc.

Veo también a mí alrededor tanta indiferencia, corrupción, insensibilidad, materialismo, egoísmo, adolescentes alocados y sin control, niños sin atender, adultos ocupados en sí mismos, ancianos solitarios... y todos en general enfrascados en otras cosas o intereses.

Esto es lo que realmente me asusta y que acontece no una o dos veces al año, sucede miles de veces todos los días. Sólo Dios sabe cuántas.

De esta cruel realidad es de la que debo tomar conciencia, y no de las tonterías que algunos suelen hacer en "Halloween" o en "el Día de los muertos", debemos pensar mejor en las tonterías y en las "travesuras" que hacemos a diario tú y yo para que el mundo sea cada vez más lúgubre y tenebroso; aquellas acciones que hacen de nuestro entorno un lugar donde andan libres por ahí nuestros demonios; un lugar donde la oscuridad se apodera no sólo de la noche sino también del día; un lugar donde las travesuras ya no son divertidas porque causan lesiones, sufrimiento, carencia y muerte.

Estas son las conductas y costumbres que merecen ser "satanizadas" y condenadas por todos nosotros para que no las practiquemos ni las inculquemos a nuestros hijos. No el ridículo Halloween… eso es desperdiciar energías, pues mientras signifique un lucrativo negocio para todos, seguirá existiendo. Así somos. Y permanecerá en nuestros calendarios y agendas al igual que otras festividades materialistas -con buen sentido y buena intención- como: el día del amor y la amistad, el día de las Madres, o la mismísima Navidad.

Pero al tratar estos temas y llamar al análisis de nuestros festejos, nuestros debates se hacen cada vez más cortos, “huecos" y superficiales, porque ya no admitimos que nadie nos ponga a pensar en cosas que no queremos arreglar.

Pero sí nos preocupa que la gente haga el ridículo disfrazados en la calle y pidiendo dulces… Qué incongruencia.

Mejor permanezcamos atentos y busquemos un equilibrio entre nuestra forma de vivir y nuestra manera de salir de la rutina; una manera sana donde además todos reflexionemos de manera personal, sobre las acciones que día a día contribuyen a tanto desorden y caos alrededor, esos errores, malos hábitos o decisiones que a lo largo de nuestra vida nos han hecho tan insensibles al dolor y las necesidades de los demás.

Porque déjame contarte algo -y esto no es una leyenda ni un cuento-, que la verdadera fiesta macabra, sí, esa a la que tanto temíamos y que tanto morbo generaba, desde hace mucho, mucho tiempo… Ya se está llevando a cabo.

No sé decirte que tan maligno sea el Halloween o que tan inofensivo sea El Día de Muertos, pero de que estamos viviendo una fiesta macabra ahora mismo…

Y todo esto sí es cierto.

lunes, 5 de septiembre de 2011

LOS FABULOSOS CASINOS




Aunque existen desde hace algunos años, en nuestro país son muy recientes. Según expertos en legislación están fuera de la ley, pero de un día a otro... los permitieron y crecieron como una plaga, sin control. A diferencia de Las vegas, en nuestro país los atractivos destinos turísticos naturales son suficientes para captar el turismo nacional y mundial-si no fuéramos cada vez un país más inseguro-, pero a diferencia de Las Vegas, que son un atractivo turístico mundial, los casinos en México son la atracción y la novedad principal pero para sus habitantes, no para los turistas –los de sus países de origen son mejores-.

Los mexicanos, como "niños con juguete nuevo" frenéticamente se lanzan maravillados, con pocos o muchos recursos económicos, con tal de sentir la adrenalina del nuevo vicio: el juego de apuestas. Aquellos quienes siempre soñaron con ganar dinero fácil... llegó su momento. De todos los niveles socio económicos, asisten deslumbrados por las pobres instalaciones -comparadas con los casinos de Las Vegas- a perder su dinero al igual que lo harían allá. Recuerda que: "La casa nunca pierde".



Cualquiera podría argumentar: "cada quién sabe qué hace con su dinero." Pero el problema con los juegos de apuesta, es que aquí en México como en cualquier casino del mundo, la gente hace lo que sea por ganar dinero.

Y todos sabemos hasta donde puede llegar el ser humano en su ambición. Puede llegar a apostar lo que no tiene o a perder todo lo que tiene. Además la tentación para la delincuencia es mayor cuando la gente que entra a un casino, manda un mensaje inconsciente pero implícito con su asistencia, dicen: "tengo mucho dinero como para venir a jugarlo, y quizá esta noche salga con más aún".



Es cierto, cada quien gasta o pierde su dinero como quiere, pero otro problema es que los ricos que asisten, no obtienen de manera muy justa su riqueza y al perder allí su dinero, la tentación por oprimir más a sus empresas, empleados o clientes es mayor, todo para saciar su avaricia o saldar sus deudas. ¿Cuántos patrones, empresarios, ejecutivos, especialistas, conoces que van regularmente a los casinos?

Y los que no tienen tanto dinero, igual van y lo juegan, gana uno rara vez y todos creen que también tarde o temprano ganarán.



Muchos dicen ir a divertirse, pero el estrés que genera perder, o la angustia de no haber ganado, no creo que sea muy liberadora, no es lógico -ni matemático- que siempre que asista al casino, crea que voy a ganar. ¿Por qué siempre ha de divertirnos sólo aquello en lo que hay dinero de por medio, como recompensa?

Imagina todo el bien que podrías hacer con todo el dinero que pierdes jugando... ¿harías mucho verdad? Así sea mucho lo que juegas, o poco, siempre esa cantidad será vital para alguien más, quizá no para ti, pero tal vez para un familiar cercano o para un total desconocido.

Te aseguro que con el dinero que juegas a la semana en un casino, le salvarías la vida a alguien si se lo dieras. Pero creo que a los ricos y jugadores no les resulta tan divertido ayudar a los necesitados y aliviar necesidades -si así fuera no habría pobreza- porque hacer algo útil con su dinero, no les hace "sentir la adrenalina" como lo hacen los juegos de apuestas. Qué tristeza.



Dios va a juzgar a cada quien según sus obras, y cuántas obras se pueden hacer con el dinero que se desperdicia en un casino. Los que juegan, sólo contribuyen a hacer más ricos a los dueños y a que el dinero que circule en ellos, esté cada vez más sucio. Ya sea por el origen del dinero que se apuesta, ya sea por el destino del dinero que se apuesta o ya sea por el medio por el cual se obtuvo el dinero que se apuesta.

Por eso afirmo que mucha de la gente que juega en los casinos, no juega en realidad con su propio dinero, por lo tanto, en cierto modo perdemos todos.



Creo que jugar en los casinos responde a un egoísta y torcido interés por divertirse con lo que nos sobra, que sabemos que a muchos les hace falta. Es algo malvado, como si te causara diversión tirar la comida que tú no quieres, sólo para que otro ya no se la pueda comer.

Pero tienes razón, nadie puede decirte cómo y en dónde perder tu dinero, lo cierto es que todos debemos conocer que hay sólo desventajas en este tipo de "diversión". Ayudar a los demás quizá no sea tan divertido, pero sí te aseguro que es más gratificante. Quizá si ese dinero que juegas, no lo necesitas, te recomiendo que en lugar de buscar la intensidad de los juegos de apuestas, te atrevas a llevar una vida en verdad "extrema" y lo inviertas en salvar o mejorar la vida de aquellos desafortunados que les ha tocado "la de perder".



Está más que comprobado que han sido más los problemas que las ventajas que han traído los casinos a la sociedad, a las familias y a los individuos.

Ayudar a otros creo que es a final de cuentas, lo único que nos hace ganadores ante muchos, pero sobre todo ante Dios. Prueba este nuevo modo de vida y verás que mayor satisfacción, no la encontrarás en otra actividad.



¿Quieres apostar?

miércoles, 27 de julio de 2011

LOS AUTÉNTICOS NACHOS

Creo casi todos conocemos los famosos "nachos", sí, esos totopos de harina de maíz bañados con delicioso queso amarillo fundido y con rodajas de chiles jalapeños. Los inventó un tal "Ignacio" hombre de origen mexicano, pero radicado en los Estados Unidos. Dicen que fue un día cuando recibió visitas inesperadas e ingenió con lo que tuvo a la mano un platillo para ofrecer. Fue entonces cuando preparó lo que hoy conocemos como "nachos". Así es como surgieron los auténticos "nachos".


Pero después seguiré con esto de los nachos, y es que vino a mi mente esta historia porque estos días me he estado cuestionando mucho acerca de la estructura de la celebración de la misa.

Ayer asistí a misa –como cada semana- para escuchar la Palabra y recibir la Eucaristía. Y me llamó la atención que el sacerdote que la oficiaba, llegada la hora, no quiso bajar a dar la comunión, no supe porque pues no se veía imposibilitado para hacerlo, pero quizá tuvo sus razones. Entonces, fue un solo ministro el encargado de dar la comunión a los asistentes, por lo que me formé con él para poder comulgar. Me sor prendió mucho que cuando fue mi turno, no quiso darme la ostia. Yo no supe en un principio por qué, él me dijo: -“El cuerpo de Cristo”- a lo que yo respondí como es debido: -“Amén”-, pero le pareció que no lo dije lo suficientemente alto como para dármela, así que me hizo repetirle tres veces -“Amén”- pero en voz alta, para entonces dármela.

Después de “hacerme el favor” de darme la ostia, me reprendió diciéndome: -“es que hay que contestar”-. Sentí algo de coraje contra este supuesto “servidor” de Dios, pues casi de mi boca, retiró la ostia como si no estuviera seguro de que yo la mereciera, como si estuviera condicionándola a mi respuesta. Después, me retiré a mi lugar e hincado, me puse a pensar si Jesús cuando anduvo entre los hombres y partió el pan en la última cena, puso restricciones para que alguien recibiera su gracia. Sobretodo que condicionara administrar sus milagros o su presencia, en base a signos exteriores ridículos que a veces son involuntarios y sin malicia. Pero los maliciosos son aquellos discípulos acomedidos que se creen con el derecho de decidir quién se acerca a Jesús, y quién está lo suficientemente “en gracia” para no ensuciarlo.

Por eso, ayer la primera pregunta que me hice acerca de la misa creo que era fundamental: ¿Por qué la misa tiene esta estructura? ¿Por qué éstas y otras reglas ridículas para recibir a quien sabemos vino gratis a nosotros los pecadores? ¿Por qué parece una ceremonia hecha para sentir miedo de Dios en lugar de sentir su amor?

¿Por qué hay que estar curado antes para poder recibir la medicina?

Y para responder esta y otras preguntas, es necesario "ir a la raíz".

Jesús instituyó el sacramento de la eucaristía ¿no? Y la misa es la conmemoración de la última fracción del pan, que Jesús celebró antes de padecer su pasión y morir en la cruz. Y es en esa última reunión donde Él se hizo presente en el pan mediante el milagro de la transfiguración. Entonces, la manera en la que celebró Jesús aquella última reunión con sus discípulos, se supone debería seguir siendo la misma hoy en día.

¿Por qué entonces está tan deformada? Pues gracias a la Tradición de la Iglesia. Sí, los Papas, obispos y sacerdotes que a través de siglos, con su afán de hacer las cosas a su modo y según ellos más eficientes, las diluyen y las empeoran, quitando lo esencial y agregando lo innecesario. Es por eso que desde hace siglos es tan aburrida y tediosa para la gran mayoría, porque no es así como Jesús la instituyó.

Mientras estaban comiendo, tomó pan y, pronunciada la bendición, lo partió, se lo dio y dijo: “Tomad, este es mi cuerpo”. Marcos 14, 22

Jesús, en una convivencia con amigos y uno que otro enemigo, compartió la comida -aún con los impuros- ¿qué tanto hicieron en esa última reunión? No todo lo que se hace en la celebración litúrgica de nuestra misa, eso es un hecho. Convirtió el magisterio de la Iglesia –no los feligreses- esta reunión sencilla y fundamental para la convivencia y evangelización entre los primeros cristianos, en una incomprensible ceremonia "obligatoria" hecha de posturas. Pararse, sentarse e hincarse.

La misa es una ceremonia llena de preceptos, conceptos, alegorías y códigos que no logramos descifrar al menos quienes fieles asistimos a “participar” en ella.

Pero eso sí, los sacerdotes ¡Ah cómo la disfrutan!

Y ese formato fue creado especialmente para mantener el control físico, mental y sobretodo espiritual de la gente, porque aunque no entendamos nada, el sólo obedecerlos les deja más que satisfechos con su rito. Y según ellos, con eso evangelizan.

Pues retomando lo de los "nachos", hace poco un amigo pidió unos “nachos” en una plaza comercial cuando salió de viaje, y le preguntaron: -"¿se los sirvo con todo?”- Y él, extrañado respondió: -"pues... sí"-. Su sorpresa fue cuando sirvieron sus totopos con el clásico queso y jalapeños, pero además con frijoles cocidos, mayonesa, salsa inglesa y no sé qué más... ¡qué asco! –pensó él- Y ni siquiera se los pudo comer... los tiró.

Sin embargo, así los acostumbra mucha gente de por allá, y así se los comen quienes no conocen los auténticos.

Lo peor y más asqueroso es que a eso le llaman "nachos". La gente que no conoce los auténticos y los prueba así, seguro no les vuelve a comer en otra parte cuando se los ofrecen como "nachos". Los imaginan con mayonesa, frijoles cocidos, salsa inglesa, etc., y pues lógicamente, se les va el apetito.

Lo mismo pasa hoy con la misa, unos pocos la disfrutan con los ingredientes agregados que no son los originales, obligando a los que no nos gusta ese "revoltijo", a comérnoslo así o a que definitivamente no lo comamos. Necios, se empeñan en que su receta es más rica y ya no preparan los originales, sin importarles que poco a poco hayan menos comensales.

El origen de la misa, o “la fracción de pan” era una convivencia fraterna, se compartía la comida, Jesús charlaba y oraban, daban gracias, cantaban himnos, no se discriminaba a nadie, todos podían entrar, todos entendían lo que Jesús decía y lo más increíble:

¡Todos querían estar ahí!

Pregunta a quienes asisten a misa: ¿Quién en realidad quiere estar aquí? ¿Quién viene por que quiere cumplir con el precepto y quien realmente la disfruta? ¿Quién lo hace por rutina y porque saliendo piensa comer de todo lo que afuera vendan?

Te sorprenderás con las respuestas...

En fin, aquel formato de reunión eucarística que los primeros cristianos siguieron pero que el magisterio fue sofocando y malformando, era lo necesario para que cumpliera con su función. Eso era lo que Jesús en realidad quería que los discípulos hicieran a través de los siglos en su memoria ¿era una sencilla reunión? Pues sí, así era como le gustaba a Jesús y en ese tipo de sencilla convivencia decidió que se haría presente siempre.

Sin embargo, muchos no soportaron la sencillez y la igualdad, quisieron que las categorías y la jerarquía se comenzaran a notar entre los cristianos y por eso la fueron privatizando, modificando y complicando, al igual que tantas otras cosas. Ahora la misa es una mezcolanza de reglas, de poesía, de condicionantes, de restricciones, de posturas y de mucha, pero mucha obediencia. Todas muy bien orquestadas y justificadas según el magisterio y la tradición de la Iglesia, pero no según Jesús.

Y así como a los nachos los embarraron de mayonesa, salsa inglesa, frijoles cocidos y sabe Dios cuántas porquerías más, así pasó con la misa. Una comida “fraterna” de ingredientes sencillos, la convirtieron en un batidillo denso, que no se antoja, que es difícil de tragar y que quien lo engulle no logra digerirlo bien. La mayoría lo comemos por precepto.

Por eso, que no se sorprendan nuestras autoridades de que cada vez a menos personas nos guste su particular forma de preparar sus "nachos". Ellos los preparan así, entonces, ellos que se los coman.

Yo por lo pronto, puedo soportar las arbitrariedades que se cometen en la misa en el nombre de Jesús; yo puedo soportar que me nieguen la comunión porque soy pecador o porque no contesto fuerte: “amén”... no importa, lo he soportado siempre.

Pero ustedes, sacerdotes ¿Soportarán que la gente poco a poco deje de ir a misa? ¿Soportarán que cada vez haya menos dinero en sus canastas? ¿Soportarán tener cada vez menos control y dominio sobre la gente que abre los ojos? ¿Soportarán cuando llegue el día en que ustedes, ya no sean una jerarquía sino seres comunes y corrientes? ¿Soportarán perder la poca autoridad que aún les queda?

Ya lo veremos.

Por eso ustedes, los que los preparan los nachos a su gusto, agréguenle todo lo que quieran, todo lo que ustedes crean que es mejor y que los hace más sabrosos, al fin y al cabo, esos...

Ya no son nachos.

miércoles, 13 de julio de 2011

GÜEVOS CON "G", NO CON "H".

Últimamente he estado intrigado pensando ¿cuál será el secreto de la verdadera conversión? Para mí, como cristiano, sé que la solución esta en Jesucristo pero, Él ya hizo su parte muriendo por mí para salvarme; el resto es responsabilidad mía. Me corresponde dejar mi “yo” anterior, renunciando a mis propios caminos equivocados y volverme un hombre nuevo. Un hombre nuevo a imagen de Jesús, siguiendo su ejemplo de vida: haciendo entonces lo que Él hacía y sigue haciendo. Suena fácil y parece simple, pero esto es precisamente lo más difícil de ser un discípulo de Jesús: Ser su aprendiz para después ser su apóstol, su mensajero.


Y es que, creemos y nos aferramos a la idea de que podemos conservar una cosa sin renunciar a la otra. “Conciliar” lo malo y lo negativo, con lo puro y bueno que es Dios. No es posible, créeme, lo intenté. Así que, si lo has intentado, mejor ya no sigas.

Creo que lo único que podemos hacer es, como decimos en México: “agarrarnos los güevos” y hacer posible esa conversión.

Ésta particular “solución” aplica para hombres y mujeres, aunque los güevos o testículos, sean propios sólo de los machos.

Y es que, no hay otra solución (ni encontré mejor palabra para describirla). Ya basta de buscar excusas y pretextos para no cambiar de vida. Dios pone todo de su parte, incluso nos dio a su Hijo. Jesús vino a enseñarnos el verdadero y único camino: Él es el camino. Incluso se dejó matar por el hombre para demostrar su verdad y su amor al hombre. ¿Qué nos queda?

Demostrarle que no murió en vano, que no entregó su vida por unos flojos y cobardes. ¿Habrá pecado más grave para quien conoce a Jesús, que seguir siendo un cobarde? ¿Habrá pecado más grave que saber lo que Jesús espera de mí y aún así seguir siendo cobarde?

Para quienes ya conocimos esta verdad, nuestro caminar esta plagado de obstáculos. Unos verdaderos, otros ficticios, la mayoría inventados por nosotros, por miedo, por flojera, por cobardía.

El camino del mundo está lleno de sensaciones inmediatas a las que nos cuesta renunciar, queremos disfrutar las más posibles. En el caminar con Jesús las recompensas pueden tardar un poco más, incluso pueden ser hasta después de la muerte, y no siempre estamos dispuestos a esperar. Aquí es cuando nos buscamos razones para desertar, razones para justificar que no quiero seguirlo. Sustituyo el “no quiero” por el “no puedo” o “no estoy preparado” o “no es lo mío” o “no me acuerdo”.

Es fácil encontrar estas “razones”: las fallas de la iglesia y de sus pastores son las más comunes, porque están más a la mano en relativa abundancia. Hasta el más pequeño error del líder de tu grupo parroquial o comunidad es buen pretexto para que renuncies a Jesús.

El caso es que, lo que realmente buscamos es huir. Ya basta. Ten los güevos y cambia de vida; sigue a Jesús a pesar de lo que digan los demás.

Pero ten güevos con g, no con h. La h es muda, sin fuerza. En cambio la g es fuerte, definida.

Güevos con g de ganador! Si estás con Jesús ya eres ganador como Él, porque juegas en su mismo equipo. No seas un ganador del mundo, sé un ganador del cielo. Él ya venció al maligno y a la muerte, ahora faltas tú...

Güevos con g de generoso! Decídete a desprenderte de las cosas que te atan y entrégate todo tú a los demás...

Güevos con g de gozo! ¡Hazlo y disfrútalo! Saborea tu nueva vida, vive más feliz, más libre, alegre...

Güevos con g de gigante! No basta con que nazcas de nuevo, tienes que crecer cada día! Ser grande como Jesús, de manera que las adversidades parezcan cada vez más pequeñas ante ti.

Güevos con g de gobierno!. Cede tu gobierno sucio de caos y corrupción al verdadero gobierno de Dios. Haz a Jesús el gobernador de tu vida, para que reestablezca la paz y la prosperidad perdidas.

Si te faltan güevos:

en vez de pedir a Dios que te libere de tus problemas, pídele los güevos para afrontarlos y que te ayude a resolverlos...

en vez de pedir que te dé paz y tranquilidad, pídele güevos para terminar tus propias guerras y rencores, para que haya paz...

en vez de pedirle que te aleje del pecado, pídele los güevos para decir que no y darle la vuelta a las tentaciones...

en vez de pedirle mejorar tu situación económica para tener más cosas, pídele los güevos para no ser tan codicioso, para trabajar honestamente sin robar a nadie, gastar bien tu dinero y ser sensible a la verdadera miseria de tu prójimo...

en vez de pedirle seguridad y que pare la violencia de tu país, pídele los güevos para denunciar las injusticias, dejar tú mismo de ser violento en tu casa, con tus amigos...

en vez de pedir para que se acabe la corrupción, pídele los güevos para ser justo y clemente con tus hermanos y no abusar ni pisotear a nadie para conseguir tus metas egoístas...

en vez de pedir exorcistas y sanaciones del alma, pídele güevos para reconocer que tú alimentas a tus propios demonios porque en el fondo no quieres que se vayan...

Así que, ya deja de lloriquear porque has caído nuevamente ante el pecado, ya no somos víctimas, pues ya conocemos la verdad. ¿Qué vas a hacer entonces, de hoy en adelante? Mejor levántate y comienza de nuevo, pero en serio.

Jesús al entregar su vida por ti y por mí, comprueba esta simple teoría: Él si tuvo los güevos para demostrarte su amor, poniéndote el ejemplo, dejándose torturar y humillar para salvarte, para que puedas ser feliz...

¿Tú tienes los güevos para reflejar los valores de Jesús?

¿Tú tienes los güevos para seguirlo y gritar su mensaje?

¿Tú tienes los güevos para dejar de ser del mundo y pertenecerle a Él?

Pero güevos con G, no con H...

miércoles, 6 de julio de 2011

LA SOCIEDAD DE LOS POETAS INCOMPRENDIDOS

“En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias Padre, porque así te ha parecido bien.


El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”. MT. 11, 25-30.

Si todos los hijos, conociéramos en verdad al Padre celestial, a nuestro Papá, el mundo sería distinto. Sin embargo, a los sabios, que serían lógicamente los depositarios del conocimiento de Dios, no sólo les resulta difícil entenderlo, además Él mismo es quien les esconde "sus asuntos". Es la consecuencia por menospreciar a sus predilectos: los sencillos y humildes.

Anteriormente los sabios sólo dominaban la antigua ley. Una ley que ellos mismos se encargaron de “complementar” con más leyes, una más absurda que la otra.

Hoy en día, los nuevos sabios caen en la misma tentación de sus antecesores. Jesús resumió la ley en una sola: el amor a Dios y al prójimo. Como en aquel entonces los sabios de hoy, observan, memorizan y ejecutan hasta los más recónditos incisos, versículos y fracciones convirtiéndolas en cargas pesadas impuestas a los indefensos. Y como siempre, para ellos no aplican.

Conocer a Dios va más allá, no se persigue ni se procura el cumplimiento de la ley desplazando el amor y la caridad, por hacer justicia. Jesús sustituye pues todas estas leyes inútiles para Dios, por la más conveniente para el hombre: el amor.

Conocer al Padre es poner en práctica su rol amoroso con el prójimo, y llevar a cabo su misericordia también mediante sacrificios. Es ver a los demás como hijos de Dios y como hermanos nuestros, para tratarlos con esa dignidad y respeto.

Hoy en día, muchas personas creemos que el arduo estudio es lo que nos lleva al conocimiento y entendimiento de Dios, pero no es así, solamente el Hijo nos puede llevar al Padre (quien me ve a mi ve a mi Padre...). Aprender del maestro entonces nos lleva a conocer a nuestro Padre, pero no a base del estudio y la memorización, sino a base de práctica, porque quienes no caminamos haciendo las obras de Jesús, tenemos mucho o quizá todo el tiempo para perderlo estudiando, alucinando cosas o adornándolas demasiado.

Por eso a la gente sencilla se le revelan las cosas de Dios y no a quienes están demasiado ocupados leyendo o escribiendo tras el escritorio. Los sencillos sí saben que hacer con lo que se les revela.

Y estos sencillos y humildes, lejos de gloriarse y atesorar lo que se les revela, además lo comparten para bendición y consuelo de otros. Los sencillos sí saben qué hacer con lo que saben.

Mientras, los sabios y entendidos juegan apasionados: "A ver quien sabe más de Dios". Pero su juego es aburrido, nadie gana y nunca se termina. No compiten para ver quién muestra mejor a Dios, quién lo da a entender más fácil, quien lo enseña gratis, ni quién llega a los lugares más difíciles para anunciarlo, no, más bien compiten para presumirse lo que entre ellos ya saben pero que nadie puede probar.

Además a se convierten en los más destacados poetas y escritores románticos que hablan y escriben exaltando a Dios pero empequeñeciendo al prójimo. La poesía la usan para sentirse más cerca de Dios, pero trazando una línea que los separe de nosotros, la gente común. La poesía sin el verdadero conocimiento del Padre, hace demasiado “dulce” lo que ya era dulce y “amarga” lo que de hecho, no era amargo.

Pero ¡qué raro! Pretenden con poesía alabar al Padre y adularlo haciendo menos a sus hijos, siendo que sus hijos son lo más importante para el Padre. Por eso Dios les oculta aquel conocimiento que tanto ambicionan, porque no lo buscan para aprender a amar y servir, sino para que los amen y les sirvan.

Al conocimiento del verdadero de Dios, sólo se llega del modo sencillo, del modo fácil, sí, ese modo que sólo aquellos que practican el evangelio llegan a conocer, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente.

¿Tú cuántos “poetas incomprendidos” conoces? ¿Que día a día, semana a semana, mes con mes, año con año, declaman infinidad de poesías que nos confunden y empalagan? Libros y más libros que los distraen a ellos -y a nosotros- para practicar a Dios antes que “encarcelarlo” en cursis poesías y bohemias reflexiones.

La evangelización pues, se ha convertido en un “arte” que no comunica, más pensado en conseguir admiradores que seguidores. Donde el más leído se siente más cercano a Dios.

Nos olvidamos de aprender de Jesús, que es manso, humilde de corazón, mucho menos complicado y sin tiempo para ser artista.

Esos discípulos que se han convertido más bien en poetas, desgastan su vida y sus plumas, escribiendo y declamando con grecas y ornamentos el mensaje de Jesús. Codificándolo en un lenguaje que sólo "la sociedad de los poetas incomprendidos" aprecia y aplaude. Este gremio sigue creyendo que los ignorantes somos nosotros, y así nos lo hacen sentir, sólo porque no sabemos de qué rayos nos están hablando.

Ellos, sentados cómodamente en sus delicadas almohadas, ponen en evidencia nuestros pocos conocimientos acerca de la antigua ley y la Palabra, pero no califican en su riguroso examen, lo que ponemos en práctica de lo poco que entendimos del evangelio. Esa es la diferencia entre un artista -de la auto promoción- y un trabajador -de la evangelización-.

Porque el trabajador no pierde tiempo y energías en indagar lo que Jesús ya reveló, ni en adornar lo que ya no necesita adornos.

Mejor dedica su vida a practicar lo que ya sabe que es agradable a Dios: atender a sus hijos y aprender de su Hijo. Esa es la sencillez de la misión que los poetas tanto desprecian.

Ustedes, los ”poetas sabios y entendidos” sigan escribiendo y declamando en lugar de proclamar el evangelio, pero luego no se quejen de que los sencillos y humildes les den a ustedes lecciones de teología -aplicada-, sin haberla estudiado.

¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!

martes, 28 de junio de 2011

CON LA MISMA MANO

Me han llegado en estos días, muy interesantes invitaciones a eventos, cursos, conferencias y hasta conciertos que tienen que ver con la evangelización.


Unas invitaciones han sido por vía e-mail, unas han sido personales y otras en carteles pegados en sitios estratégicos. Todas esas invitaciones me parecen muy buenas y sin duda esas experiencias traerían mucho beneficio a mi vida. Pero hay un obstáculo para que yo pueda aprovechar todas esas oportunidades… tienen un costo que no puedo pagar. Hay eventos que van desde los $550 ¡hasta los $2,500 Pesos! ¡Qué tal! Y de un solo día.

Creo que las conferencias en verdad son muy buenas y los seminarios tan efectivos, que lamentablemente, hay que pagar un dineral para poder recibirlos.

Sé –con tristeza- que así es como se manejan las cosas aquí en el mundo, si quieres algo, debes pagar por ello. Y entre mejor o más bueno, mayor será su costo.

-Si quieres seguridad, te va a costar.

-Si quieres una buena casa, te va a costar.

-Si quieres un buen auto, te va a costar.

-Si quieres un buen trabajo, te va a costar.

-Si quieres un buen colegio, te va a costar.

-Si quieres el mejor servicio, te va a costar.

-Si quieres pasear por el mundo, te va a costar.

-Si quieres lujo y comodidad, te va costar.

-Si quieres vestir ropa de marca y de moda, te va a costar.

-Si quieres divertirte en los mejores sitios, te va a costar.

Todo esto entiendo que nos va a costar, pero ¿Por qué tiene que costarnos el conocer a Dios o seguir aprendiendo de Él? ¿A nosotros nos costó dinero conocerlo? Quizá sí.

Los negocios, son negocios… pero cuando los negocios son “a costillas” de Dios es cuando me parece injusto que tengan un “costo de recuperación”.

¡¿Recuperarse de qué?!

Muchos de estos conferencistas, empresarios, cantantes, músicos, ministros y predicadores, muy “listos” argumentan a su favor que “si las cosas se nos dan gratis no las valoramos”. Pero Jesús hizo todo gratis cuando anduvo caminando entre los hombres, y aún sigue haciéndolo ¡todo gratis! Claro está que ellos no son como Jesús.

¿Es una locura en nuestros días, andar por ahí regalando tiempo y conocimientos? Sí, por eso es una gran muestra de amor necesaria para que la Buena Nueva sea realmente buena y convenza. Alguien que no me conoce y que no me cobra por aquello que me comparte… ¡caramba! Ese de verdad me ama, tal y como lo haría Jesús.

Quizá sea cierto que lo que se nos da gratis no siempre es valorado por todos, pero haciendo las cosas con amor como lo hizo Jesús, ¡qué importa! Cada cual era libre en aquel momento de saber si aceptaban lo que Jesús hacía y decía. Eran antes tan libres como hoy, de desperdiciar el mensaje de Jesús si así lo decidían. Al fin y al cabo, Dios igual nos sigue amando a todos.

La libertad de creer y aceptar lo que Jesús vino a hacer y decir, era otra prueba de amor además de la gratuidad de su mensaje. Hoy no somos libres de aceptar el mensaje o siquiera de cuestionarlo porque como hay que pagar por anticipado…debemos estar de antemano predispuestos a asentar a todo lo que nos digan sin vacilar. Oye, ¡¿Tan caro, y no aprovecharlo?!

Pero lo curioso es que a los que “trabajan por el Señor” cobrando el mensaje, no les gusta pagar en ningún otro lado por presenciar un evento o un mensaje similar; a ellos en cambio sí les gusta dejarse atender y consentir gratis, por aquellos a quienes supuestamente van a “servir”. Sí, les gusta ser servidos por quienes los contrataron para llevarles el hermoso, suave, adornado y perfumado mensaje por el cual pagaron.

Los que dedican su vida a cobrar para dar conferencias, seminarios, talleres, conciertos, retiros, charlas y toda clase de eventos con motivos “cristianos”…

¿Qué le dan a ganar a Dios?

¿En qué número de cuenta y de qué banco le depositan su parte del dinero? ¿Qué regalías le devuelven por ser el autor intelectual de lo que los mantiene hablando, enseñando, bailando, cantando o sanando? ¿Qué no “Toda sabiduría proviene del Señor y está con él por siempre” Eclo 1,1? ¿Por qué entonces se quedan ustedes con el dinero y las atenciones, fruto de predicar su sabiduría? Y ni siquiera dan recibo de honorarios.

Pero eso sí, a la hora de subirse al escenario, fascinados por las luces y seducidos por los aplausos y las alabanzas, de sus bocas se derrama el amor, la fe y la confianza en Dios. Claro, mucha fe, amor y confianza pero en su falso dios, aquel que ansiosos esperan recibir al terminar su rutina, cual acto circense. Sí, ese amoroso dios que les va a dar lo que siempre han deseado pero que la filosofía pura de Jesús no les consigue: dinero.

Falso dios al que suelen llamarle de “cariño”: “ofrenda”, “estipendio” o la más reciente “cuota de recuperación”.

¿No se supone que “lo que gratis han recibido, entréguenlo gratis también” Mt 10,8? Yo creo que toda experiencia con Dios que nos haya cambiado la vida y nos haya trazado un rumbo, debemos realizarla gratis. No sería justo que si Dios nos llamó para servirlo y en su plan estaba que supiéramos y asumiéramos nuestra misión, cobremos por llevarla a cabo. ¿A nosotros quién nos cobró por que Dios acomodara el universo para que un día nos encontráramos con Él y descubriéramos así el sentido de nuestra existencia?

Dios no fue.

Creo que la misión no debe ser una empresa ni un negocio auto financiable, debe sostenerse con la ayuda y el compromiso de todos, es cierto, pero sin convertirlo en un modo de vida para quienes la realizan. Debe incluso costarnos en ocasiones a nosotros y no a quienes va dirigida la Buena Noticia, porque si no ¿sólo aquellos que pueden pagar por ella la van a recibir?

Además la evangelización es para llevarla a quienes nos topamos en el camino, no para quienes de antemano son convocados, quieran y puedan pagar por recibirla. ¡Qué fácil!

La principal cualidad que tiene el mensaje de Jesús, es que su mensaje al igual que su salvación vino a traerlos gratis. Vino gratis a anunciar, a predicar, a curar, a denunciar y a salvar… sin distinguir buenos, malos ni posiciones económicas. Y así como llegó pobre a cumplir su misión, así pobre se fue.

Yo estoy convencido que si en nuestra vida no hay un espacio y un tiempo para actuar y hablar de Dios gratis, mejor no lo hagamos. Es muy soberbio y ambicioso de nuestra parte, creer que si yo no realizo mi tarea –o negocio-, la evangelización se detendrá y no llegará a los olvidados en los rincones del mundo. ¡Gran mentira! Al contrario, el mal ejemplo que damos cobrando y viviendo con lujos y comodidades a costa de los necesitados, aleja más a la gente de Dios.

Dios es relativamente un recurso fácil para sacar dinero, yo mismo si quisiera podría salir y ofrecer mis servicios no profesionales a un precio módico, para hablar de lo mucho o poco que sé de Él y de lo que ha hecho en mi vida. En realidad no necesito un certificado o carrera profesional para hacerlo, es sencillo, cualquiera que tenga la capacidad de convencer y adular, lo puede hacer. Pero creo que la misión ya no será efectiva si se ensucia con el manejo de dinero entre las partes, pues con la misma mano que recibimos nuestra paga, es con la que sostenemos con poder su Palabra. Y con el mismo dedo que mojamos con saliva para contar nuestros billetes, es el mismo dedo que mojamos para hojear y rápido encontrar aquellas citas de la Biblia que supuestamente nos justifican.

Y a propósito…

¿Cuál será el “costo de recuperación” para los que obtienen dinero por hablar de Dios? ¿Cuál será su “total a pagar” cuando estén frente a Él?

¿Les “cuadrarán las cuentas” a la hora de estar frente a Dios?

¿Será que más bien fueron ellos quienes no valoraron lo que era gratis?

Sólo Dios sabe.

viernes, 6 de mayo de 2011

NO BASTA

En Aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No todo el que me diga ¡Señor, Señor!, Entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor!, ¿No hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos milagros? Entonces yo les diré en su cara: Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa, pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron completamente”.
Mateo 7, 21-27.


Jesús pudo agradecerles a aquellos que hablaban, exorcizaban y hacían milagros en su nombre… pero no. ¿Por qué? Tenía que decirles la verdad, y la verdad es que hacer aquello no fue suficiente, algo –o mucho- les faltó. Además de lo que habían hecho, debían practicar todo lo demás que escucharon de Él, y no sólo lo que a ellos les gustaba hacer.

Al parecer Jesús no valida a los especialistas ni sus especialidades, no le gustan las diferencias, las comodidades y los privilegios que resultan de ejercer un sólo ministerio. No sirven para su misión.

Un profesional de la predicación, un profesional del exorcismo, un profesional de los signos y los milagros, o uno que incluso domine estos tres ministerios juntos, no basta para que entre en el Reino de los Cielos. Aunque todo se haga y se consagre en su nombre, pues Jesús mismo les nombra: “los que han hecho el mal”.

¡Y toda su vida creyendo que hacían el bien!

Ello significa que a la hora de hacer el bien, es mejor hacer “un poco de todo”. Es más cristiano y más acorde al evangelio, que dedicar toda una vida a una sola labor o un sólo ministerio. Por más apasionante, exitoso o remunerado que este sea.

Si bien los dones hay que ponerlos a trabajar para el Señor, hay que hacerlo conjugando otras capacidades y otras disciplinas, logrando hacer que nuestra mayor virtud como cristianos sea no la de predicar, exorcizar o hacer milagros, sino la de amar haciendo lo que sea necesario en ese momento y en ese lugar. Amar en todos sentidos y no sólo haciendo aquello para lo que creemos fuimos “destinados”, “llamados”, o “escogidos”.

Si un día se requiere de mi ayuda para barrer, pues me pongo a barrer, si otro día debo cambiar el pañal a un enfermo, pues lo hago. Y si otro día debo predicar, pues me pongo a predicar. Pero no una sola cosa por toda la vida, porque a Dios se le complace haciendo lo que Él quiere, no lo que nosotros queremos.

¿Qué genera entonces renunciar a una especialización religiosa o espiritual? Pues seguir siendo comunes, para así no podernos distinguir, resaltar o discriminarnos entre nosotros los que nos “dedicamos” a servir a Dios. Y eso es precisamente lo que Jesús quiere para quienes trabajamos por Él, igualdad y nada de protagonismos ni eminencias.

Renunciar a especializarnos nos da también tiempo para hacer otras cosas, quizá gratis, quizá simples, quizá desagradables, quizá más cansadas o tal vez todas ellas juntas, pero también más valiosas ante Dios.

Eso es cumplir la voluntad del Padre, renunciar a la nuestra y hacer lo que es debido. Así es como distinguimos su verdadera voluntad, cuando no resulta tan divertida, remunerada y conveniente como quisiéramos.

Todo aquello que construyamos cimentando nuestro “súper poder” para dominar, nuestro “súper ministerio” para someter, o nuestro “súper talento” para convocar y hacer dinero, será destruido llegada la tempestad -no por Dios-.

Jesús se muestra así mismo como el cimiento donde es prudente construir porque Él en ningún momento dejará de ser firme -como la roca- para sostenernos, sin embargo, el éxito de nuestra construcción dependerá de si estamos dispuestos a hacerlo sobre Él y sobre lo que nos pide que hagamos.

Construir sobre Él como base, significa no aprenderse el evangelio de memoria, sino más bien practicar lo poco o mucho que lo conozcamos. Grabarnos bien aquello poco o mucho que entendamos de su Palabra para ponerla en acción.

Claro que significará cambiar los aplausos por algunas tareas desagradables, significará abandonar la oportunidad de ser famosos, de ser reconocidos, de ser gratificados, todo por una recompensa mayor: cumplir con tareas urgentes y necesarias que representan mejor la voluntad de nuestro Padre que otras. Y así poder entrar algún día en el reino de los Cielos.

¿Sobre qué estoy edificando yo mi casa?
...debo saberlo antes que la lluvia y el viento me lo muestren.

viernes, 15 de abril de 2011

VEHÍCULO DE LA VERDAD

Del Evangelio de Juan 10, 31-42.
En aquel tiempo, los judíos volvieron a tomar piedras para tirárselas. Jesús les dijo: «He hecho ante ustedes muchas obras buenas por encargo del Padre. ¿Por cuál de ellas quieren apedrearme?»
Le contestaron los judíos: «No es por ninguna obra buena que queremos apedrearte, sino por haber blasfemado. Pues tú, siendo hombre, te haces Dios».
Jesús les respondió: «¿No está escrito en su ley: Yo les digo: ustedes son dioses? Pues, si la ley llama dioses a aquellos a quienes fue dirigida la palabra de Dios, y lo que dice la Escritura no puede ponerse en duda, entonces, ¿con qué derecho me acusan de blasfemia sólo por haber dicho: “yo soy Hijo de Dios”, a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean, pero si las realizo, acepten el testimonio de las mismas aunque no quieran creer en mí. De este modo reconocerán que el Padre está en mí y yo en el Padre».
Así pues, intentaron de nuevo detener a Jesús, pero él se les escapó de entre las manos.
Jesús se fue de nuevo a la otra orilla del Jordán, al lugar donde anteriormente había estado bautizando Juan, y se quedó allí. Acudía a él mucha gente, que decía:
«Es cierto que Juan no hizo ningún signo, pero todo lo que dijo de éste era verdad».
Y en aquella región muchos creyeron en él.

Desde hace años, en mi casa me llaman Shynjo porque usaba una playera (la cual era mi favorita) con el nombre de un jugador de béisbol llamado Shinjo, de los Mets de New York.

Nunca me interesó investigar el significado de dicho nombre, sólo sabía que era japonés. Hasta hace algunos días descubrí su significado.

¿Qué tiene que ver lo anterior con el pasaje evangélico de Juan?

Hace algunos meses me vi en una persecución similar a la de Jesús. Llevo ya varios años tratando (a veces con éxito, a veces no) de llevar la Buena Noticia de Jesús, a veces solo como un simple profeta, y últimamente como parte de una “comunidad” y como predicador.

Después de un tiempo de conocer la forma de trabajo de sus coordinadores noté que sus políticas y acciones eran contrarias a los criterios del mismo Jesucristo. Haciendo valer mi envestidura de profeta denuncié dichas irregularidades. Eso bastó para hacer enojar a sus directores. No me arrojaron piedras como en aquel tiempo, fueron más bien injurias, calumnias y mentiras hacia mi persona, de manera cobarde, sin dar la cara, como los fariseos que se envalentonaron en masa.

Sólo supe por algunos testimonios de verdaderos amigos parte de ésas mentiras. Me vi en la necesidad de huir, de borrar todo pasado para iniciar de nuevo. No fueron mis “obras buenas” las que molestaron a éstos fariseos del nuevo milenio sino mis palabras: descubrí sus verdaderos planes, sus verdaderos rostros, sus verdaderas intenciones.

De repente me vi a mí mismo casi solo. La mayoría de mis “hermanitos de comunidad” me olvidaron sin preguntar mi versión, si lo que de mi se decía era cierto. Seguramente resultaron más atractivas y convincentes las calumnias que acerca de mi se esparcieron por toda mi ex comunidad.

Y es que, la verdad descubre, revela. Para aquellos que traman sus planes en las sombras, la verdad es una luz que los ciega y que cala; echa a perder sus maquinaciones perversas. Y aquel que entra en su cuarto de penumbras con esa incómoda lámpara, se vuelve objeto de su odio, el objetivo de sus piedras. La gente podrá matar a los mensajeros, pero no al mensaje.

Actualmente yo me encuentro fortalecido por Dios en una nueva etapa, en un nuevo "Jordán" con nuevos hermanos, insistiendo y proclamando la salvación de Jesús, a pesar de las “pedradas”
Después de todo, si yo cargo la lámpara y los que viven en penumbras me arrojan fuera, yo sigo y seguiré caminando en y con la luz.

Cuando Jesús se ve acorralado por sus acusadores, se defiende tratando de hacerlos razonar, incluso con la propia ley. Pero para los fariseos, no hay ley que los detenga. Más aún, hace Jesús mención de sus milagros sin que a ellos les importe.

Y al tratar de echarle mano una vez más sin conseguirlo, Jesús huye. No huye porque no hubiera podido hacerles frente. Huye porque llevará esa Buena Noticia, esa lámpara a quienes sí estén dispuestos a recibirla, a los sedientos de luz que han sido sometidos y esclavizados en la oscuridad por los fariseos.

En su huida, Jesús es bienvenido en el lugar donde precisamente Juan el Bautista anunciaba la venida de Jesús como el único salvador, donde denunciaba las injusticias de esos mismos fariseos y además bautizaba a aquellos que querían una nueva vida, a aquellos que se arrepentían y volvían a Dios.

Ciertamente Juan el Bautista no hizo los prodigios que hizo Jesús (como lo dice el evangelio), sin embargo la gente reconoció por fin que TENÍA LA RAZÓN.

La misión del profeta no es ser reconocido como un mesías, sino que la gente reconozca y acepte que somos sus mensajeros: ANUNCIAMOS al verdadero mesías y que TENÍAMOS LA RAZÓN cuando gritábamos apasionadamente y con el corazón LA VERDAD; que somos (o fuimos) solo eso, transmisores o más bien vehículos de la verdad.

Por cierto, descubrí que mi nuevo nombre SHYNJO significa precisamente eso... VEHÍCULO DE LA VERDAD...

martes, 12 de abril de 2011

CON VISTA PRIVILEGIADA

Hace muchos años, fui en peregrinación a un lugar más o menos conocido. Es un cerro alto donde subir a pie hasta la cima, es el reto. Aunque también se puede subir en auto.

Quienes ya habían ido, me presumían sobretodo la magnífica vista que desde la cima se apreciaba. Lo que más los motivó a subirse, fue situarse en lo más alto y disfrutar del panorama. Ser de los pocos privilegiados en estar ahí. Porque ¡no cualquiera llega eh! bueno, en realidad quien se lo propone lo logra... no es tan difícil.

Es cierto, es sólo un cerro, no es el monte Everest, pero una vez arriba a nadie parece importarle porque la sensación ha de ser similar a subir el pico más alto…supongo.

Cuando yo subí hasta la parte más alta de este cerro, había un pequeño mirador desde donde se extasiaban todos los que estaban ahí.

Estando en la orilla de aquel sitio, el amigo que con insistencia me invitó a subir, me dijo: -¡a esto le llamo yo una “vista privilegiada”!-.

Yo me quedé mirando por un rato el horizonte y después le respondí: -Pues a mí no me parece tan privilegiada, no alcanzo a distinguir nada desde aquí arriba. En cambio, desde abajo, al menos percibo lo poco que me rodea. ¿De qué me sirve entonces estar en la cima? Además, desde aquí todos se ven como “hormiguitas”-.

Mi amigo volteó, me miró y después siguió viendo el panorama. Extendió sus brazos y siguió sintiéndose el “rey del mundo”, aunque ni siquiera fue el rey de aquel cerro, pues el gusto le duró hasta que nos pidieron que nos bajáramos para regresar. Nadie se puede quedar ahí para siempre.

Aquel cerro era una eminencia, es decir, una elevación del terreno con una altura considerable… sobresalía, pues. Inevitablemente, aquellos que subimos nos sentimos en algún momento también como eminencias, pero sin aceptar que la altura no era nuestra, es sólo que nos situamos encima del cerro y con eso nos sentimos más grandes. ¡Gran error! Siempre tuvimos el mismo tamaño que las personas que estaban abajo, y por más alto que trepemos, la eminencia sigue siendo el cerro. Es el terreno el que sobresale.

Lo mismo creo que pasa en nuestra vida con los conocimientos, los bienes materiales, la experiencia y el éxito profesional que buscamos o que hemos alcanzado. Llegamos a creer y defender la idea de que todo cuanto hemos logrado, ha sido sólo por nuestras capacidades, aptitudes y esfuerzo. Que lo que soy y lo que poseo se lo debo sólo a una persona, la más importante en mi vida, aquel que ha estado conmigo siempre y que me ha inspirado desde un principio, sí, ese ser maravilloso lleno de luz y sabiduría, soy Yo.

¡Qué ridículo!

Y con esta filosofía tan egoísta, aquellos que la creen y la practican, se justifican para decir que en efecto, su dinero, su experiencia, sus conocimientos, sus habilidades y capacidades, los colocan muy por encima de los demás.

Pero ya estando en la cima no distinguen ni entienden los motivos y las consecuencias de su pregonada “superioridad”. Este es el verdadero precio por estar en lo alto, que nada de lo que sucede abajo lo pueden entender, percibir o controlar por completo. No ven con claridad desde lo alto.

¿Cuántas cosas suceden abajo sin que se den cuenta los que están arriba? Y sin embargo, creen que nada se mueve sin ser detectado por ellos… ¡Ilusos! Todo lo contrario, existe todo un mundo acá abajo que ellos ni se imaginan. ¡Si tan sólo se dieran la oportunidad! Tendrían que bajar para conocerlo, pero la distancia les hace imposible el reconocimiento.

En cambio, permanecer abajo nos ayuda a percibir con mayor sensibilidad la realidad. La mía y la de los demás, no sólo aquello que me conviene extraer de ella. Estar en las alturas del conocimiento, de la sabiduría, del éxito económico, del estudio, etc., me confunde e implica volcarme contra los que a mí juicio no están a "mi altura" Me enfoco demasiado en mí.

Pero ¿Para qué quiero entonces estar en lo alto? ¿Para ver pequeños a los demás? ¿Para gritar a otros desde arriba lo mucho que sobresalgo y ellos no? ¿Para ver y entender lo más posible pero sin estar ahí, sin involucrarme, sin ser parte de ello? ¿¡Para ver a todos como "hormiguitas"!?

No tiene sentido creer que soy el rey del mundo sólo por haberme subido a un cerro, porque llegado el momento, me bajarán y entonces tendré que volver al lugar de donde vine y al cual pertenezco: a abajo.

Subir, como vivencia está bien, al menos ya puedo platicar que la experimenté. Pero si por sentirme por encima de todos, voy a humillar, someter, empobrecer, cometer injusticias o arbitrariedades, creo que estoy mejor acá. Debo entonces lograr lo más posible pero sin causar daños colaterales ni perjudicar a nadie. Lo poco o mucho que sea o logre tener en esta vida, que sea sin "cargos de conciencia".

Jesús nos invita a sobresalir a su modo –al revés del modo humano-, que los que quieran ser los primeros, se hagan los últimos. Esas personas que usen sus logros y capacidades para trabajar primero por el bien de los demás antes que por el suyo, ellos serán las verdaderas eminencias. Las personas que sirven, que asisten, que son humildes, que comparten sus conocimientos, que no explotan ni abusan de otros, quizá ya no serán eminencias ante los ojos de los hombres, pero lo serán ante los ojos de Dios.

La verdad, yo estoy mejor aquí abajo.

martes, 29 de marzo de 2011

LOS CHISTES EN EL VELORIO

¿Cuántos de nosotros no hemos sido testigos o quizá partícipes de los famosos “chistes en los velorios”? Sí, ese jocoso momento que se aprovecha para divertirse en un funeral. Momento de broma y burla mientras otros realmente sufren una dolorosa pérdida.

¿Por qué contamos chistes o nos reímos en un funeral? Podría responderte que por algún tipo de reacción inconsciente que me permite escapar del dolor… pero no es cierto. La verdad es que no siento pena ni me interesa mucho el dolor de los demás. Sin embargo, a pesar de no mostrar respeto en los velorios, ¡no falto a ninguno!

¿En cuántos funerales no habrá sido incómoda o indeseada mi presencia? Quién sabe. Y lo peor es que yo tampoco he disfrutado de asistir a ellos.

Creo que si no sentimos un genuino dolor o si no mostramos al menos respeto por el fallecido o los deudos, no deberíamos acompañarlos en tan desagradable momento.

Quizá mi insensibilidad en los funerales se deba a tres motivos:

1. Porque en realidad no conocía al muerto.

2. Porque en realidad no me importaba el muerto, aunque lo conocía.

3. Porque en realidad no lo conocía, ni me importa que hoy esté muerto.

Creo que en este tiempo de cuaresma y semana santa, a muchos nos pasa lo mismo. No entendemos las tradiciones, los ritos y preceptos de esta temporada de luto. El tiempo de cuaresma y semana santa, se nos presenta como ideal para la reflexión y la mortificación, y año con año se nos “invita” a guardar el luto por la pérdida más grande que ha sufrido la humanidad: la muerte de Jesús.

Jesús es ese muerto que nos ponen a velar cada año a todos –los que se dejen-, lo conozcamos o no, nos importe o no, nos duela o no. Las tradiciones y preceptos a observar para cumplir en este tiempo, no son más que los fallidos intentos de nuestra Madre iglesia, para “obligarnos” a hincarnos y llorarle a nuestro Hermano bueno. Que dicho sea de paso, murió por nuestra culpa. Esa Madre que cada año disfruta echándonos en cara que nosotros lo matamos.

Aunque nuestra insensibilidad, rebeldía, apatía y falta de respeto en el funeral, tampoco se justifica con nada. Yo diría que si no lo conoces y/o no te importa su muerte, mejor ya no asistas a su velorio. No estás sujeto y nadie puede obligarte a sentir la pérdida de alguien a quien ni siquiera sabías que existió.

Por otro lado, un funeral tampoco se puede realizar cada año ¿no es cierto? Al menos no para una misma persona. Sólo se vive una vez, por consecuencia, sólo se muere también una vez.

Y Jesús ya murió.

Después de velar a un muerto, se le sepulta. Pero a diferencia de los otros muertos, Jesús murió, fue sepultado, resucitó y subió al cielo. Esa es la gran diferencia. Así que ya no debemos seguir de luto pues murió hace ya miles de años… es hora de superarlo.

No debemos revivir su sufrimiento y su muerte atroz cada año, no tiene sentido, nada podemos hacer al respecto. Debemos recordar su sacrificio no por la manera en que murió sino por la manera en que vivió. Esa fue su última voluntad.

Yo hace algunos años experimenté la muerte de mi papá, por lo tanto, ya no hago chistes en los funerales ni me río de ellos. Creo que no fue hasta que me sucedió a mí que me di cuenta de lo desagradable que es ver reír cuando tú lloras. Por eso ahora me parece tan ridículo que la muerte de alguien tan querido, sea recordada con detalles macabros y sangrientos cada año. Si creen que con eso lo valoramos más, están en un error, solamente logran que cada año nos duela menos y nos acostumbremos más.

Yo a Jesús y a mi papá los valoro por lo que me enseñaron, no por lo que su muerte trajo a mi vida, que fue sólo sufrimiento. Yo ya lloré lo que tenía que llorar.

No creo que a ellos les haya gustado la idea de que cada año yo me pusiera a sufrir y a revivir los detalles morbosos de sus muertes, a fin de cuentas, eso ya pasó y eso no les beneficia en nada a ellos. No tiene sentido tampoco hacer representaciones ni mortificarme por algo que ya está superado. Podría retroceder si me detengo demasiado en el pasado.

Jesús no murió por mi culpa, murió por mi y para mi; murió por que llevó el amor hasta las últimas consecuencias. Y yo no lo maté, murió voluntariamente en el cumplimiento de lo que su Padre le encomendó: traer la salvación al mundo y anunciar el evangelio.

Así es que al menos yo, ya dejé de culparme por su muerte, ahora más bien me responsabilizo de seguirlo y de practicar su mensaje: de que su sacrificio no sea en vano.

Porque lo más importante es que no debemos llorar a un muerto sino seguir a un vivo… ¡Jesús está vivo!

Cuando alguien muy cercano y amado muere, hay que “cerrar ciclos” para así poder mirar hacia delante otra vez y continuar con nuestro camino. Yo ya terminé mi luto y cerré ese ciclo, ahora, ya más tranquilo, recuerdo a esos dos seres amados, y lo mucho que me enseñaron.

Y tú en esta cuaresma y semana santa… ¿Cuentas chistes en el funeral? ¿Sigues llorando al muerto? ¿O ya vives la resurrección?