miércoles, 28 de abril de 2010

LAVANDO BAÑOS



Un día me platicaba un conocido predicador acerca del origen de su fama, la manera en que logró llegar a donde estaba y tener lo que hoy tenía. Le pregunté curioso: ¿Cómo es que haz logrado hablar ante tanta gente y vestir esos trajes tan costosos? ¿Por qué eres tan famoso? Porque la gente no sólo te reconoce sino que además te admira. A lo que respondió orgulloso y levantando las cejas: -“lavando baños”-. Yo no podía creerlo pero él asintió sonriendo varias veces para convencerme de que estaba hablando en serio.

“Yo comencé haciendo lo más bajo: lavando baños, y sucedió un día que me presenté ante mi superior para ponerme a sus órdenes y serle de utilidad” me explicó. Y claro, su superior aprovechando la disposición mostrada, le dijo: -“necesito alguien para que lave los baños, ¿te interesa el trabajo?”-. Él no pudo negarse pues estaba dispuesto a todo para lograr su sueño.

Sin embargo, con detalles intrascendentes recordaba aquellos amargos días, claro está que no pensaba iniciar su ministerio cristiano con dicha labor; en eso, alzó las solapas de su costoso traje y me dijo -“Si tienes un sueño y lo deseas mucho, primero tienes que dejar que tu sueño muera por un tiempo y algún día las condiciones lo harán realidad, mientras, tienes que dedicarte a servir a los demás, ¿cuánto tiempo? el que sea necesario”- refirió convencido y resignado a la vez.

Su sueño entonces era ser un predicador famoso y respetado, un guía que sirviera de ejemplo para aquellos que persiguen grandes metas. Y para lograrlo tuvo que comenzar por lavar baños, ¡quién lo hubiera imaginado!

Después de algunas semanas de haber platicado con el predicador, me encontré con un viejo amigo que se convirtió en misionero, este seguía trabajando en la misma orden en la que se había iniciado. Al verlo, lo felicité por la constancia y perseverancia en su vocación, además de hacer algunas bromas acerca de sus sandalias.

Él, nostálgico recordó el momento en que sintió su llamado personal, diciendo: -“Ah…Dios tiene maneras muy extrañas para llamarnos a servirlo, por ejemplo, a mí me interesaba mucho ayudar a las personas necesitadas y quería resolver todas sus penas, sin embargo, cuando me presenté ante el superior de la orden para integrarme con ellos, este me dijo que antes que ser un auxilio para los de afuera, debía empezar por serlo para mis hermanos de la misma orden. Entonces me ordenó que comenzara con una tarea específica: lavando baños. Yo por supuesto acepté”-.

En ese momento me sorprendí pues recordé las palabras de aquel predicador y de cómo los dos iniciaron igual. Estas dos personas comenzaron sirviendo a Dios ensuciándose las manos entre los retretes con su propia porquería y la de los demás.

Pero a pesar de iniciarse casi de la misma forma, había muchas diferencias entre ambos y, descartando las obvias como las económicas y las sociales, existe una que los separaba aún más que todo lo anterior.

¿Cuál era esa gran diferencia? Los dos comenzaron lavando baños y ambos predican hoy en día la Palabra de Dios, pero la gran diferencia es que el misionero todavía sigue lavando baños y el predicador ya no. Dejó de lavar baños hace muchos años porque no era una meta para él sino sólo un escalón, ahora paga para que alguien más lo haga; alguien que aún no ha alcanzado su meta o su sueño. Es un hecho que los baños se siguen ensuciando y se siguen limpiando, pero ya no es él quien se involucra en ello.

Servir a los demás puede parecernos una manera devaluada y humillante para merecer y lograr el éxito que tanto deseamos, pero no es así. Porque servir no es como subir una escalera, servir es haber subido ya esa escalera. Servir no es un medio, servir es la finalidad. Sirviendo se llega al mayor entendimiento, aceptación y aplicación de nuestra verdadera vocación como cristianos, por eso, quien sirve, suele ser más inteligente que aquel que siempre permite que los demás le sirvan.

Si mi sueño fuera ante todo ser una mejor persona, el servicio es la actitud indicada para llegar al éxito, ¿por qué? Porque servir a los demás requiere y me invita a pensar primero en sus necesidades antes que en las mías. Y una relación interpersonal, cualquiera que sea, funciona mejor si los dos tenemos el mismo interés en servirnos, amarnos, satisfacernos, complacernos, asistirnos y también tolerarnos. Esto no quiere decir que el que sirve se olvida por completo de sí, pero si todos nos esforzamos por ayudarnos unos a otros, yo quizá podré olvidarme un poco de mí, pues ya los demás se encargarán de recordarme.

Servir no es un trueque, ni siempre debe ganarnos o garantizarnos algo, de hecho, ante los demás ni siquiera nos gana respeto. Tampoco se debe servir con el fin de ser servido, pues a veces la única satisfacción que encontraremos en servir será haber hecho lo indicado.
Servir tampoco es una actividad curricular que me ha de comprar o conseguir la autoridad y el derecho para exigir que los que ahora están a mi mando, me mimen, entiendan y satisfagan como yo lo hice en algún momento.

A veces mis sueños tienden a ser egoístas, y generalmente anhelo poseer cosas materiales, poder, dinero, placeres, comodidades, status, etc.; por eso considero el servicio desinteresado a los demás como una total pérdida de tiempo o en el mejor de los casos, como un ocasional pasatiempo limosnero que no es muy constante ni mucho menos obligado. Porque ¿Quién perdería el tiempo con actividades “no lucrativas” y “no curriculares” Que además son un obstáculo para desempeñarme y progresar en el mundo?

Aquel que sirve sin esperar a cambio una recompensa, automáticamente cumple su sueño de ser mejor ¿mejor que quién? que aquel que solía ser. No se trata de ser mejor que nadie, pues vivir y ser mejor es ahora el verdadero progreso que necesito en mi vida y por el cual debo luchar, más que por el profesional o el económico. Es cierto, el servicio desinteresado a veces me presenta como débil y mediocre ante los ojos de los hombres, pero me muestra fuerte y fiel ante los ojos de Dios. ¿Qué es más importante?

Por eso, “lavar baños” suele ser una tarea desagradable, sobretodo cuando no se valora ni se procura la limpieza; cuando no se está dispuesto a sacrificar nada para lograrla o cuando es más cómodo pagar para que alguien más la realice.
¿Acaso estoy en un nivel tan alto que ya no quiero lavar baños porque ello me denigra? ¿Ahora son los demás quienes tienen que lavar el baño que yo también ensucio?

Yo estoy convencido de que mi vocación como cristiano debe comenzar, desarrollarse y terminar también “lavando baños”.

“También se produjo entre ellos una discusión sobre quien debía ser considerado el más importante. Jesús les dijo: Los jefes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas, y los que tienen autoridad reciben el nombre de benefactores. Pero ustedes no procedan de esta manera. Entre ustedes, el más importante sea como el menor, y el que manda como el que sirve. ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a al mesa? Pues bien, yo estoy entre ustedes como el que sirve.”

Lucas 22, 24-27.

viernes, 23 de abril de 2010

EL QUE DA, EL QUE COBRA Y EL QUE ROBA.


En la misa de este domingo 25 de abril, la lectura del evangelio de Juan nos habla de Jesucristo como el Buen pastor, una de las parábolas más reveladoras e imagen medular de su misión como Hijo de Dios. Pero es necesario leer todo el capítulo décimo para entender la diferencia en el desempeño y la intención de aquellas personas que se interesan por las ovejas. No todos son pastores.
Según refiere Jesús en su parábola, sólo existen tres tipos de personas que se involucran con dichas ovejas: el que da su vida por ellas, el que recibe dinero por estar con ellas y el que sólo viene para robárselas.

Jesús nos dice que la actitud propia de un pastor es hacer las cosas como se deben, es decir, de frente. Querer brincar al redil o escarbar para infiltrarse por debajo, significa no respetar la puerta, él dice “Yo soy la puerta” (Juan 10,9.) sólo entonces quien entra por esa puerta puede ser pastor. Pero no todos nos interesamos de la misma manera por las ovejas.

El primer interesado en las ovejas es el Buen pastor que da la vida por sus ovejas, es decir, no sólo le pertenecen sino que de alguna forma, él les pertenece a ellas también. Es una hermosa relación no entre objetos sino entre seres que se corresponden unos a otros, aunque de diferentes formas. Una relación llena de libertad y amor para estar -o no estar- en el redil reconociéndolo a él como pastor. No hay interdependencia, es sólo que las dos partes disfrutan mucho de estar juntas. Él da la vida por ellas y ellas reconocen su voz, ellas no siguen a quien no reconocen. Él es el que da, a él nadie le quita, todo lo que entrega es voluntario.

El segundo interesado por las ovejas es el ladrón, quien “…no viene más que para robar, matar y destruir” (Juan 10, 10.). Sí, aquel que quiere las cosas a toda costa, pero que no está dispuesto a lograrlas como se debe. Es quien abusa y daña simplemente porque le es posible. No está dispuesto a trabajar por ellas, sólo las quiere poseer y no le importa matar por ellas o incluso matarlas a ellas. Y quizá una vez que las tiene, ya no las quiere.

El tercer interesado es el asalariado, alguien a quien le pagan por cuidarlas. Su interés pues, es recibir dinero por estar con ellas, no lo hace gratis ni por amor. Y quien no lo hace así, no es capaz de sacrificarse por nada ni nadie. Así pues cuando las tribulaciones, los conflictos o las críticas se asoman, huye pues no cree que lo que pagan sea lo suficiente como para arriesgarse. Entonces, al abandonarlas quedan a merced del lobo y por su culpa es que el lobo finalmente las dispersa. Cree firmemente que su seguridad y comodidad valen más que la de las ovejas y es claro que no le importan porque no son suyas. El asalariado, que no es pastor, sólo las cuida mientras todo esté tranquilo y siga recibiendo su paga puntual.

Jesús es el modelo de cómo ha de ser un buen pastor, uno que sepa buscar y guiar a su pueblo, no que lo abandone, ni lo robe, ni lo disperse. Nuestra misión como pastores, para algunos ha de perfeccionarse y para otros apenas comienza, pues no basta con cuidar bien a las que ya hay, debemos buscar a las que no son de este redil -que también le pertenecen- para unirlas con las demás. Esas ovejas escucharán su voz y si nosotros en verdad sonamos a esa voz, ellas sin duda nos reconocerán y también nos seguirán.

“…Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí”
(Juan 10,25.).

miércoles, 21 de abril de 2010

SABIDURÍA DE UN GRAN PESO


Era el medio día de un caluroso día, íbamos en el auto mi hermano y yo cuando al detenernos en un semáforo, se nos acercó un señor ranchero caminando con dificultad ayudado de un par de muletas para pedirnos “una ayuda”. Este personaje es ya bastante conocido por los que ahí transitamos diariamente.
Al hurgar entre nuestros bolsillos encontramos sólo un peso. Con un poco de pena se lo dimos pues todos sabemos lo nada que vale un peso. “Discúlpenos, sólo traemos un peso” le dijimos. Él, con una sonrisa nos contestó: “No te preocupes, hasta las pedradas son buenas, decía mi padre”. En los escasos minutos que duró la señal del alto del semáforo (a veces eternos) nos explicó su respuesta:
“Mi padre era agricultor, y cuando araba la tierra se encontraba con enormes piedras; yo de niño lo acompañaba y la tarea de remover dichas piedras era muy cansada y tardada. Cuando por fin mi padre y yo removíamos las piedras, cargábamos una en el burro y nos la llevábamos a la casita en donde vivíamos. Yo le decía que para qué quería esa piedra, y él me contestaba que hasta una piedra era buena. Mi madre lo regañaba pues lo mandaba a recoger la milpa y cuando no encontraba nada para comer, al menos llegaba con una piedra.
Después de un tiempo con las piedras que recogimos a lo largo de varios temporales, mi padre pudo construir los cimientos de la que fue nuestra casa”.

Después de dicha historia (y del frenético sonido de las bocinas de los autos que nos urgían a avanzar) nos despedimos de él con la grata sensación que nos dejó tan fugaz experiencia.
Es importante aprovechar al máximo todas esas piedras que se interponen en nuestro camino, para construir cimientos en nuestra vida. Y cuando no tengamos más, al menos cargar de regreso con una piedra.
Piedras como las enfermedades, las crisis económicas y/o sentimentales, las depresiones, los accidentes, las muertes de seres queridos, etc., sin duda nos causan sufrimiento. Estas piedras interrumpen nuestros planes o proyectos y definitivamente nos desgastan y fatigan, al grado incluso de desear o propiciar nuestra propia muerte. Jesucristo está ahí para demostrarnos que podemos construir con aquello que nos implica un obstáculo.
¿Quiénes inician fundaciones u hospitales de caridad para gente quemada? Los mismos sobrevivientes de incendios o sus familias.
¿Quiénes empiezan movimientos de justicia social en beneficio de los discapacitados? pues los mismos “discapacitados” o sus familias!!
¿Quiénes son los pilares de los grupos de alcohólicos anónimos? Los mismos alcohólicos.

Si tu familia, algún amigo o tú mismo se han encontrado con una de estas “piedras”, construyamos juntos con esas piedras un proyecto cimentado sobre la piedra angular: Jesucristo. (Hechos 4, 11-12)

miércoles, 14 de abril de 2010

TRES VECES AMAR !!


En el evangelio que leemos este domingo encontramos que Jesús se aparece otra vez a sus discípulos después de haber resucitado. Se les presenta sólo a ellos y una vez más con una apariencia “nueva” que les resulta desconocida. Sin duda, a partir de su resurrección, no veremos nunca más a Jesús de la misma manera, es decir, de una manera mundana, porque ahora Jesús ha sido glorificado y ha tomado su forma más completa, perfecta y definitiva.
Jesús les pide pescado; al contestarle los discípulos que no habían pescado nada, los anima a lanzar las redes una vez más. Es en estos momentos cuando se hace más que evidente la necesidad del Espíritu Santo, pero aún no es el momento, así que él los acompaña esta vez para seguir compartiendo con ellos y seguir enseñando una o dos lecciones más antes de su partida definitiva. Después de eso, pescaron tanto que no podían con tantos pescados; sólo con la labor conjunta de todos los discípulos pudieron subir a la barca tan grande carga.

El primero en reconocerlo fue Juan, el amigo que más amó a Jesús (y lo demostró al ser el único de ellos al pie de la cruz al lado de María) y aquel a quien seguramente más amó Jesús. Yo quisiera ser siempre el primero en reconocer a Jesús -mas no el único- y sólo lo podré lograr si soy quien más ama a Jesús, en todas sus “presentaciones”. Por eso, creo yo, a veces me cuesta tanto reconocerlo en mi prójimo, ¿cómo creer que Jesús está presente en aquellos que despreciamos? Sin embargo así es.

Una vez que yo pueda reconocerlo plenamente, tendré que anunciárselo a los demás para que ellos también acudan a su encuentro, tal y como lo hizo Juan con Pedro. A Pedro le dio tanto gusto saber que ese hombre era Jesús, su gran amigo, que inmediatamente se vistió y se lanzó al agua; esta vez no titubeó como aquella en que caminó sobre el agua para encontrarse con Jesús y se hundió.
Pedro aún sin reconocer todavía a Jesús, creyó en el testimonio del discípulo más amoroso y del más amado y se lanzó a su encuentro.
Estaba entonces Jesús preparándose para una comida en la orilla, su ocasión preferida para compartir con sus amigos. Una comida con panes y pescados como platillo principal: la figura de la perfecta comunión entre Jesús, el Pan de Vida y nosotros, los pescados. Como en aquellas ocasiones en que alimentó multitudes con estos mismos alimentos.

Jesús les pide que traigan el pescado y, curiosamente, la misma red repleta que difícilmente subieron entre todos; es ahora arrastrada únicamente por Pedro. Era tal su entusiasmo que tuvo la fuerza necesaria para arrastrar a todos los pescados él solo, a pesar de que recibió ayuda para pescarlos. Sin duda nuestra iglesia católica es perfectamente capaz de acercar a todos los pescados hacia Jesús, pero bien puede y debe recibir ayuda de los demás discípulos para pescarlos.
Jesús, después de haber comido con sus discípulos le pregunta a Pedro tres veces lo mismo: Simón, hijo de Juan me amas? Pedro siempre contestó que sí. Jesús le respondía lo mismo: apacienta mis ovejas. La última vez que Pedro contestó a Jesús se entristeció, habrá creído que Jesús no estaba convencido de su respuesta. No deben entristecernos las pruebas y los cuestionamientos de Jesús, más bien sigámosle contestando una y otra vez que lo amamos y la manera de demostrar ese amor es apacentando sus ovejas: amando al prójimo. Esa es nuestra función principal como iglesia: pescar, acercar esos pescados a Jesús y amar... amar... amar... tres veces amar!!!

sábado, 10 de abril de 2010

¿EJECUTIVO O VOLUNTARIO DE DIOS?


A veces, como cristiano, me da miedo discutir o definir una postura acerca de la pobreza. Trato de suavizar o de tipificar el concepto de pobreza como espiritual o material para escapar lo más posible a su enfrentamiento. Y es que a la hora de tratar el tema de Dios y el dinero, es cuando la polémica sucede.

¿Por qué? ¿Será que si tenemos riquezas, ya no somos tan cristianos? ¿Le estará "permitido" al cristiano, el éxito, el progreso y todo lo que da el dinero? ¿Puede alguien ser buen cristiano y hacerse rico al mismo tiempo?
¿Cuál crees que sea el verdadero vínculo de Dios con el dinero? ¿Acaso fue Dios quien lo creó? ¿Será que Dios dispone de él y lo entrega a quien lo merece o solicita?

El dinero significa principalmente un valor y con ello un poder de adquisición que nos hace muy capaces, sin embargo, el dinero es relativo, es decir, no significa nada o no existe donde no se reconoce su valor o donde no es capaz de conseguir algo, de hecho, creo que todo en este mundo tiene un valor estimativo y nada puede tener un valor real o absoluto, sólo Dios. Nada puede valer por sí solo si no soy yo o alguien más quien le otorga dicho valor -excepto Dios-.

¿De que te serviría un montón de oro, diamantes o billetes, si te encontraras en una isla desierta? ¿Qué comprarías allí?
¿De qué te serviría poseer una pintura de Picasso en tu sala durante y después un terremoto?
El dinero es el objeto más necesario para el hombre por lo que se consigue con él; en un principio no existía, por lo tanto, Dios no lo inventó, ni determinó las maneras de obtenerlo, eso fue asunto nuestro. Y es por lo que obtiene -casi todo- que se ha vuelto tan indispensable y codiciado.

Así como Dios, en este mundo el dinero también es una necesidad innegable, por lo tanto, a Él es a quien le pedimos que nos lo dé o nos ayude a recibirlo. Creemos que por ser omnipotente, es Él quien lo administra, y como aquello que me aqueja tiene un 90 % de probabilidad de ser resuelto con dinero, por eso generalmente acudo a Dios.
Sin embargo, Jesús vino a aclarar muchas confusiones acerca de nuestro Padre Dios mediante su evangelio, y una de ellas fue su relación con el dinero. El dinero para el hombre representa bienestar, progreso, éxito, comodidad, seguridad, libertad, entre otras cosas, pero para Jesús, eso nos impide confiar en nuestro Padre. Él tiene otra perspectiva acerca del dinero, una que nos parece casi a todos inconveniente.

Cuestiona su origen lleno de injusticia y reprueba nuestro apego a él. Nos muestra que no hay vínculo entre Dios y el dinero, es decir, uno no tiene injerencia ni jurisdicción con el otro. Por eso nos aclara que no se puede servir a Dios y al dinero (Lucas 16,13-14.).
¿Recuerdas a aquel joven rico que quería seguir a Jesús y le preguntó lo que tenía que hacer? Mateo 19, 16 y siguientes.

Una vez que supo que debía deshacerse de sus bienes para dárselos a los pobres, se entristeció. Pero no creo que le haya durado mucho su tristeza, pues basaba su felicidad y consuelo en su dinero. Seguramente se confortó al llegar a su casa y ver lo que poseía.

Hay dos cosas muy ciertas que nadie podemos negar: una es que todos vamos a morir, y otra, es que nada nos vamos a llevar. Por eso la importancia de definir mi postura acerca de aquello que no he de llevarme pero que sin duda necesito ahora.

Yo creo que Jesús rechazaba el tener dinero porque primero, eso daría la impresión de confianza plena en su poder adquisitivo y no en la providencia de su Padre, ¿pudo haberlo manejado? Sin duda, pero ¿cómo iba a pedirnos que confiáramos en la providencia de nuestro Padre si él mismo cargaba con dinero para conseguir lo que quisiera? Cualquiera de nosotros habría dicho: “para él es fácil pedirnos que confiemos, porque él sí tiene dinero”.
Y segundo, creo que Jesús rechazaba el dinero porque eso lo convertiría en un ejecutivo y no en un voluntario. ¿Que le pagaran por venir, anunciarnos amor y salvarnos? ¡Qué fácil!
La única forma entonces de hacerse de dinero para Jesús hubiera sido cobrar por lo que hacía de tiempo completo y que daba gratis, o sea…todo. Así pues, los sermones, las predicas, los milagros, el vino de las fiestas, las oraciones en el huerto, las bienaventuranzas, el pan y su mismo sacrificio, habrían tenido un costo para los que lo disfrutaran si él hubiera necesitado del progreso económico de su ministerio, profesión, o como se le llame.

Mi compromiso entonces como discípulo (y luego apóstol), es confiar de verdad en la providencia y contentarme con lo que ella realmente provea, que aunque poco, confío en que será lo necesario. Por lo tanto, estoy llamado a salir adelante en este mundo con lo necesario, como Jesús lo hizo. Creo que a eso se refería con el asunto de la pobreza.

Y es que como discípulo, mi mensaje se ve comprometido con el vínculo económico y/o emocional que me liga a la comunidad a la que anuncio, además mi testimonio se adultera por la retribución económica que obtengo, voluntaria o no, requerida o no. Aceptarla desvirtúa mi buena intención convirtiéndome en un adulador o en vendedor de buenas nuevas. Un ejecutivo, pues, que como tal, tiene que obedecer a quien le paga…

“Curen enfermos, resuciten muertos, purifiquen leprosos, expulsen demonios. Gratis lo recibieron; denlo gratis”
Mateo 10, 8.

sábado, 3 de abril de 2010

EL VERDADERO DÍA DE "AÑO NUEVO"


Me gusta pensar en el Domingo de Resurrección como el verdadero “Día de Año Nuevo”, en el que, contrariamente a la costumbre del 1ero de enero, debiera ser el día en que nos propusiéramos todos aquellos objetivos dentro de esta nueva oportunidad de vida.
Necesitamos hoy más que nunca un renacimiento, todos y cada uno de nosotros, desde el Papa y las más altas autoridades eclesiásticas hasta los católicos (y demás cristianos) esos a los que se les llama “de a pie”, el “pueblo”, las ovejitas pues.
Y es que, después de los últimos acontecimientos turbulentos y oscuros registrados estos últimos días, los más negros dentro de la historia moderna de nuestra iglesia, nos queda claro que necesitamos salir del “sepulcro blanqueado” (elegante y lujosamente ornamentado) en el que nos encontramos, necesitamos dejar ya nuestro anterior cuerpo podrido por nuestras fallas: sexuales, mentales, verbales, de omisión, etc. Hace falta abrir la puerta del sepulcro para que se ventile del mal olor, para que la luz pueda entrar y limpiar e iluminarlo todo; solo siguiendo el rastro hermoso y brillante de la luz podemos encontrar la salida de ésta tumba que nos tiene descomponiéndonos a nosotros mismos, a inocentes, a nuestra iglesia y al mundo entero.
Jesucristo murió para que tuviéramos vida, sólo si tu y yo así lo queremos.
Dejemos atrás la soberbia de creer que estamos “vivos” cuando el hedor y la podredumbre que llevamos sobre nosotros no permite que otros se acerquen a Jesús, al contrario, los alejan y los ponen en su contra.
Jesús sin embargo se compadece de los que estamos “enfermos”, como lo hizo con los leprosos que causaban asco y desprecio a los demás, Él fue el único que les pudo devolver no solo su salud sino su integridad y su dignidad . Reconozcámonos como esos leprosos que necesitan ser sanados por Jesús. Esa salud necesita que sigamos las órdenes y cuidados que el “doctor Jesús” nos indique, todo esto está integrado en una “receta médica” contenida en su Palabra.. Sólo siguiéndolo a Él y haciendo lo que Él, podremos ser sanados y salvos.
Jesucristo nos ofrece hoy (como todos los días) una nueva oportunidad, un nuevo espíritu pero ese espíritu, que ha de permanecer en este mundo tangible hasta su nueva llegada, necesita un “cuerpo nuevo” así como el vino nuevo necesita un odre nuevo.
Ofrezcamos a Jesús este cuerpo ya corrupto y putrefacto (el cuerpo físico, el espiritual y el de la iglesia) para que lo haga nuevo y, poder emprender así junto con él y sus enseñanzas, un nuevo camino hacia la vida y la libertad... ese es el verdadero objetivo de la Resurrección de Jesús.

viernes, 2 de abril de 2010

SI ALGUNO QUIERE…


Estamos en plena semana mayor, tiempo en el cual se recuerda la pasión y muerte de nuestro Señor. Pero diremos algunos –tiempo para meditar y reflexionar el sufrimiento que el Señor pasó por nuestros pecados-.

Cada año muchos cometemos el mismo error de intentar que los demás vivan la semana santa como creemos nosotros se debe vivir, en un ambiente luctuoso y doloso, lleno de reglas absurdas e infructuosas que dicho sea de paso no pidió Jesús… cada quien sabemos cuales.

Mi padre por ejemplo, hizo muchas cosas buenas por muchas personas, sin embargo, cada aniversario luctuoso, nadie se acuerda de él. No por eso voy a llamar a quienes ayudó, para obligarlos a que asistan a su recuerdo y le lloren aun con el pasar de los años; mi papá perfectamente sabía que el bien ha de ser hecho aunque los demás no lo valoren o lo devuelvan, ese es el verdadero mérito de hacer el bien.
Por eso, que se acuerde el que quiera.

A mí que me considero un vacilante discípulo de Jesús, a veces se me olvida que la Buena Nueva es para todos y que cargar la cruz es para el que quiera hacerlo. Pero parece que mi ministerio se rige al revés, es decir, pretendo que todos carguen su cruz y que la Buena Noticia no sea para cualquiera. ¡Qué peligroso!

El llamado a cargar la cruz es personal y voluntario, ¿por qué pretendo que los demás lo hagan también? Me imagino cargando con mi cruz personal y voluntaria siguiendo a Jesús y gritándole a todos los que están muy cómodos de vacaciones que se levanten pues ¡que no ven que nosotros vamos cargando una cruz! ¿Será que me molesta que yo decidí cargar con una cruz y que los demás no se lo tomaron tan en serio?. Pero no debo desvirtuar mi cargada tras Jesús, lloriqueando por que los demás no la cargan como yo quisiera. Creo que Jesús me diría: “Si la vas a cargar así, mejor no la cargues”.

Pero quizá otros sí la cargan y yo no, es sólo que mi definición de “cruz” tal vez no coincide con la de Jesús… Si la “cruz” para mí, son mortificaciones innecesarias y sacrificios sin sentido que no traen bien ni amor o misericordia para los demás, entonces mi definición de “cruz” está mal.
La cruz debe significar todo aquel resultado que trae llevar a cabo lo que Jesús pide y todo aquello que me sucede en este mundo que no puedo controlar y de lo que soy víctima. Por eso la cruz es personal, única e intransferible. Sólo Dios sabe lo que tengo que cargar y si de hecho, la voy cargando.

Entonces, ¿Puedo cargar una cruz, sin que nadie lo note como tal? Sí. Es por eso que la Buena Nueva se anuncia primero y después que se conoce a Jesús, si alguno quiere…

“Luego Jesús les dijo a sus discípulos: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Mateo 16, 24.


¡FELICES PASCUAS!