viernes, 30 de julio de 2010

LA OTRA HERENCIA

Lee Lucas 12, 13-21.


Un amigo mío está obsesionado con ganarse la lotería -como muchos- porque cree -como muchos- que la exorbitante cantidad de dinero que podría ganar, le resolvería sin duda todos sus problemas. A tal grado llega su obsesión que ha hecho de todo para obtenerla: se gasta gran parte de su sueldo aún cuando gana poco, para comprar la mayor cantidad de boletos posibles y aumentar sus oportunidades; pide además dinero prestado, en fin, se mete en cada problema.

Pero de todas sus “estrategias” para ganar la lotería, ésta última fue la que me hizo reír. Ahora quiere que Dios sea su “cómplice”, sí porque ya prometió a Dios que, si se ganaba la lotería donaría la mitad a la caridad y demás beneficencias... ja ja -perdón ahí está otra vez mi risa-. Y es que el caso me resultó bastante familiar porque creo que muchos, entre ellos yo, hemos caído alguna vez en esa tentación. Menos mal que Dios no cae en chantajes, ni se asocia a nuestras “estrategias”. Es más, ni siquiera creo que lo diviertan nuestros juegos de azar que más bien son juegos de ambición, obsesión y poder.

Siempre en casos como éste me pregunto: ¿Qué habría hecho Jesús en una situación similar? Y para responderla, me remonto a su Palabra.

¿Jesús habrá jugado a la lotería o algún otro juego de azar en su época?, Porque seguramente había juegos de azar desde entonces así como había prostitución y homosexualidad. Lamentablemente no habla directamente de ninguna de las anteriores a excepción de la prostitución.

Sin embargo siempre nos da la respuesta para éstos y todos los demás problemas que se presentaron en aquel entonces y los de nuestra era actual.

La lectura de éste domingo y el anterior nos dan algunas pistas de la postura de Jesús ante el dinero y las posesiones materiales.

En la lectura pasada (Lc. 11, 1-13.) nos insta a “pedir” y nos promete una respuesta. En todos los casos del evangelio nos invita a pedir pero en todos sus ejemplos nos llama a pedir cosas necesarias, básicas. Incluso en la oración del Padre Nuestro.

Para alguien, un i-Pad, o una lap top quizá sea una necesidad básica creyendo que, sin esta novedad tecnológica estará “out”; pero todos sabemos a lo que Jesús se refiere al decir que pidamos: “el pan nuestro de cada día.”

Hay gente que agradece a Dios por los favores recibidos: como el cierre de jugosos negocios millonarios, premios de la lotería –precisamente-, herencias, en fin. Como si Dios premiara con dinero nuestras “buenas obras”.

¿Te parece digno de premiarse los salarios miserables que un empresario paga a sus empleados, enriqueciéndose con sus horas extras y sus prestaciones nulas, dejándolos sin futuro a ellos y sus familias?

¿Crees que merecen premio aquellos que venden medicamentos o curas milagrosas prometiendo la salud, dejando sólo con más problemas financieros a los de por sí golpeados enfermos?

¿O aquellos abogados que, como hienas voraces se abalanzan sobre el dinero o los bienes de sus “defendidos” haciendo tratos “bajo la mesa” con sus enemigos?

Y podría continuar con más formas de enriquecerse injustamente, porque creo que casi todas las formas de riqueza implican una injusticia. Nombra la que quieras, incluso la lotería, porque, según las estadísticas: son los pobres los que más la juegan, los que más participan. Así que, si te ganaras la lotería, estarías ganando el dinero con el que muchos decidieron dejar a su familia sin comer o sin comprar algo más necesario que apostar. Y ganarías el dinero que muchos ricos despilfarraron sin haberles costado ningún esfuerzo ganar. Es cierto que muchos lo hacen por desesperación o en la búsqueda de una mejor calidad de vida, y no por ambición desmedida; de hecho para ellos será casi el único medio de salir de la miseria, pero ésa es la verdad. Y la verdad es que, Jesús no interviene en la repartición de dichos “bienes”.

Por eso la molestia de Jesús ante el dinero. Sabe perfectamente hacia dónde nos puede llevar, sabe de lo que podemos ser capaces por obtener el dinero y a todo lo que podemos obtener con él. Sabe que el dinero es capaz de sacar lo peor de nosotros como matar, oprimir, engañar, traicionar... como Judas.

Jesús quiere que pensemos y aceptemos esa otra herencia: el Reino de los cielos. Que no nos dejemos distraer por nuestras necesidades terrenales y descuidemos nuestro futuro en el cielo. Siempre habrá quien nos haga creer que necesitamos más de lo que ya tenemos, como la publicidad en los medios. Incluso dichos medios recurrirán a trucos como hacerte sentir un perdedor porque no tienes tal o cual cosa. Después de pasar una vida acumulando “las cosechas”, al morir todo se ha de quedar aquí y lo disfrutará alguien que no lo trabajó, así de irónico.

Jesús está consciente de que nos preocupa el qué “comeremos y qué vestiremos”el día de mañana pero nos llama a confiar en su Padre. Jesús mismo nos pone la muestra porque no acumulaba nada para sí mismo. Y así vivió feliz. Debió haber sido así; de otra manera no hubiera conquistado multitudes.

Me rehúso a creer en esa fantasía de muchos, en que Dios sea siquiera capaz de intervenir en la repartición de un recurso a veces tan lleno de injusticias y de sangre.

¿Entonces quiere decir que los que tienen una buena situación económica sí son agradables a Dios? ¿a ellos sí los ama? ¿y los pobres entonces no merecen su amor, los millones de miserables en todo el mundo han sido abandonados por su Padre? No, claro que no.

Eso eligen pensar quienes han cometido toda clase de injusticias -algunas de ellas legales- por dinero. Eligen pensar que Dios “se los dio” para que nadie cuestione su origen. Entonces ¿cómo resistirse a aceptar un regalo de Dios? Y para acallar un poco su conciencia –a quienes todavía les queda un poco de ella- deciden ser “agradecidos con Dios” y le comparten migajas de su fortuna. Pero en vez de devolver lo robado, dan “caridad”, puede ser mucho o poco, no importa, pero sigue siendo dinero sucio.

Queriendo ganar simpatía ante Dios, dan su dinero a la iglesia. Algunos sacerdotes verdaderamente santos no lo aceptan, y sé de varios casos cercanos. Sin embargo, otros caen en esa “dinámica conveniente” y se prestan a ese juego sucio. Y entonces empieza otro ciclo en el que, en las iglesias en vez de repartir a los pobres -que fue a quienes en un principio les fue robado- ese dinero termina adornando elegantemente la casa de aquel que desde un principio lo rechazó: de Jesús, otra ironía.

Ahora entiendo la furia de Jesús al derribar las mesas de los comerciantes en la casa de su Padre. Eran chacales robando a los de por sí pobres en el nombre de Dios. Es como ensuciar de mierda la casa de alguien.

Así que, si arrebatas dinero o haces lo que sea por él, te voy a pedir como cristiano una cosa. No que lo repartas entre los pobres, ni que lo des a las iglesias, ni siquiera que lo devuelvas –sé que es casi imposible-, tampoco que me compartas porque creas que tengo envidia, mucho menos que ensucies a otros con tus bienes mal habidos –como a tu familia-. Sólo te pido que no trates de hacerme creer ni a mi ni a nadie más que mereces más que yo; ni me digas que tu y yo “merecemos” más que tantos y tantos pobres que mueren de hambre como esclavos o como libres, pero sin oportunidades. No quieras convencerme de que tenemos más, porque Dios nos ama más a ti y a mí que a los que ya mencioné. No te atrevas.

La única cosa que te pido es que no ofendas a los millones de miserables en el mundo diciendo que “Dios te lo dio”... por favor nunca más lo vuelvas a decir!

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