viernes, 23 de abril de 2010

EL QUE DA, EL QUE COBRA Y EL QUE ROBA.


En la misa de este domingo 25 de abril, la lectura del evangelio de Juan nos habla de Jesucristo como el Buen pastor, una de las parábolas más reveladoras e imagen medular de su misión como Hijo de Dios. Pero es necesario leer todo el capítulo décimo para entender la diferencia en el desempeño y la intención de aquellas personas que se interesan por las ovejas. No todos son pastores.
Según refiere Jesús en su parábola, sólo existen tres tipos de personas que se involucran con dichas ovejas: el que da su vida por ellas, el que recibe dinero por estar con ellas y el que sólo viene para robárselas.

Jesús nos dice que la actitud propia de un pastor es hacer las cosas como se deben, es decir, de frente. Querer brincar al redil o escarbar para infiltrarse por debajo, significa no respetar la puerta, él dice “Yo soy la puerta” (Juan 10,9.) sólo entonces quien entra por esa puerta puede ser pastor. Pero no todos nos interesamos de la misma manera por las ovejas.

El primer interesado en las ovejas es el Buen pastor que da la vida por sus ovejas, es decir, no sólo le pertenecen sino que de alguna forma, él les pertenece a ellas también. Es una hermosa relación no entre objetos sino entre seres que se corresponden unos a otros, aunque de diferentes formas. Una relación llena de libertad y amor para estar -o no estar- en el redil reconociéndolo a él como pastor. No hay interdependencia, es sólo que las dos partes disfrutan mucho de estar juntas. Él da la vida por ellas y ellas reconocen su voz, ellas no siguen a quien no reconocen. Él es el que da, a él nadie le quita, todo lo que entrega es voluntario.

El segundo interesado por las ovejas es el ladrón, quien “…no viene más que para robar, matar y destruir” (Juan 10, 10.). Sí, aquel que quiere las cosas a toda costa, pero que no está dispuesto a lograrlas como se debe. Es quien abusa y daña simplemente porque le es posible. No está dispuesto a trabajar por ellas, sólo las quiere poseer y no le importa matar por ellas o incluso matarlas a ellas. Y quizá una vez que las tiene, ya no las quiere.

El tercer interesado es el asalariado, alguien a quien le pagan por cuidarlas. Su interés pues, es recibir dinero por estar con ellas, no lo hace gratis ni por amor. Y quien no lo hace así, no es capaz de sacrificarse por nada ni nadie. Así pues cuando las tribulaciones, los conflictos o las críticas se asoman, huye pues no cree que lo que pagan sea lo suficiente como para arriesgarse. Entonces, al abandonarlas quedan a merced del lobo y por su culpa es que el lobo finalmente las dispersa. Cree firmemente que su seguridad y comodidad valen más que la de las ovejas y es claro que no le importan porque no son suyas. El asalariado, que no es pastor, sólo las cuida mientras todo esté tranquilo y siga recibiendo su paga puntual.

Jesús es el modelo de cómo ha de ser un buen pastor, uno que sepa buscar y guiar a su pueblo, no que lo abandone, ni lo robe, ni lo disperse. Nuestra misión como pastores, para algunos ha de perfeccionarse y para otros apenas comienza, pues no basta con cuidar bien a las que ya hay, debemos buscar a las que no son de este redil -que también le pertenecen- para unirlas con las demás. Esas ovejas escucharán su voz y si nosotros en verdad sonamos a esa voz, ellas sin duda nos reconocerán y también nos seguirán.

“…Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí”
(Juan 10,25.).

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