martes, 2 de noviembre de 2010

VOLEIBOL INDIVIDUAL

Cuando estaba cursando la secundaria, muchos estudiantes acostumbrábamos reunirnos a jugar voleibol en los descansos o recesos. Era emocionante jugar sin ningún tipo de presión porque no tenías que ser un experto jugador profesional, además las reglas de éste deporte son simples y que ya todos conocíamos. Era además el pretexto perfecto para conocer nuevos amigos –y amigas- de otras aulas y convivir: se trataba de pasar un rato agradable.

Comenzó cuando alguien llevó por primera vez su propio balón de voleibol. Invitó a quienes quisieran acompañarlo y así nos fuimos agregando cada vez más al juego conforme pasaban los días. Era tan divertido que los demás empezaron a notarlo y eran cada vez más los que querían integrarse al juego.

Después de un tiempo, al notar la concurrencia, el dueño del balón empezó a cambiar. Pasó de ser un adolescente que disfrutaba de compañía y amigos, al adolescente con el control de un pequeño grupo. Tal poder se lo daba un objeto: el balón de voleibol con el que todos jugábamos. De pronto, él decidía quién se integraba al juego y quien no. Cada vez sus decisiones eran más caprichosas.

Él decidía además cuando comenzaba y terminaba el juego, impuso nuevas y absurdas reglas sin pedir opinión a nadie, al fin y al cabo, era su balón ¿no?. Y si un día él no tenía ganas de jugar simplemente no nos prestaba el balón para que, los que sí queríamos jugar no pudiéramos hacerlo sin él.

Un buen día terminó por pelearse con aquellos que le reclamamos su actitud. El juego que antes era un momento de relax y de diversión se convirtió en una micro-lucha de dominio y monopolio a nivel secundaria.

Un buen día alguien del grupo se cansó y llevó su propio balón. Uno nuevo. Y se decidió a formar su propio grupo. Al momento se le agregaron los inconformes y empezó un nuevo grupo de voleibol. Mi compañero terminó por quedarse solo con su balón, en su afán de decidir y controlar él solo el rumbo del juego.

Los demás seguimos divirtiéndonos jugando como en un principio. Hasta que, el dueño actual del balón también empezó a caer en los mismos errores que el anterior. Hubo un momento en el que, el patio estaba lleno de chicos con balones. Demasiados balones para tan pocos jugadores. Y ya nadie teníamos ganas de entrar a ese juego. Fue cuando hartos del voleibol –o lo que antes era voleibol- se puso de moda el ping pong. Y ahora, quien tenía raquetas y pelota, era nuevamente quien imponía las reglas en las mesas.

Algo similar está  pasando en nuestras comunidades cristianas y en la misma iglesia. Lo que comenzó como una buena idea, con un buen propósito, termina como un tipo de actividad complicada y competitiva, cada vez más difícil de entender, formar parte y mantenerse.

Creemos que, por conocer la verdad, eso nos da el derecho a decidir quien “juega” y quien no. Nos sentimos con la autoridad de decidir e imponer las reglas del nuevo juego, por más arbitrarias y absurdas que éstas resulten. Lo que está pasando y ha pasado desde hace siglos es lo mismo que en el voleibol de mi secundaria: la gente termina por cansarse y se salen del juego.

Abundan por todos lados los templos con misas semi-desiertas. Retiros espirituales con poca asistencia y con gente que ya han vivido decenas de ellos. Grupos de parroquias divididos por esas micro-luchas de poder. Órdenes religiosas -de monjes y monjas- llenas de discordias y conflictos propios de la vida de claustro, saturados de absurdas reglas y sanciones, como las que quieren imponer los dueños del balón.

Y de aquellos que se cansan de seguir reglas injustas, siempre hay alguien con el suficiente valor para empezar de nuevo. Un nuevo grupo, una nueva orden religiosa, un nuevo templo, una nueva secta... etc. Y éstos a su vez, vuelven a cometer lo mismos errores de aquellos que los antecedieron, incluso nuevos y peores que los anteriores.

Debemos reflexionar como iglesia y como “líderes” de comunidades, si estamos jugando de la manera correcta y recapacitar en nuestra manera de buscar, incluir y de divertirnos con nuestros hermanos, aquellos que están tristes, aburridos y cansados. Aquellos para quienes fue pensado el juego con la pelota de voleibol: una manera sana de ser felices, de conocer gente, de pasar bien el rato. Con las reglas originales conservándolas simples y accesibles. Pensemos bien si estamos en el camino correcto hacia la hermandad, hacia la tolerancia, hacia la unidad... eso, o quedarnos solos con nuestro balón.

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