jueves, 2 de septiembre de 2010

LA MUCHEDUMBRE

Evangelio: Lucas 14, 25-33



En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: "Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío."

Mucha gente acompañaba a Jesús, y aún hoy muchos lo hacemos. Pero no puedo evitar pensar que si el 93 % de los mexicanos dijimos que pertenecemos a una religión (en el censo del INEGI) se supone que casi todos en nuestra sociedad creemos en Dios. Un Dios que dicta a través de su palabra, las normas o reglas de adhesión y comportamiento de cada credo. Por lo tanto, con todos estos creyentes y practicantes, deberíamos ser un país de amor, respetuoso por la vida y por los otros, responsable y justo, pues éstos son los principales valores que se supone promueven las religiones en general, sea cual sea. Sin embargo, la realidad nos dice otra cosa, los tiempos desordenados, violentos y permisivos, gritan que no tenemos Dios, y que si decimos creer en él, en todo caso no lo escuchamos.

Creo que estos tiempos son de “muchedumbre”, que siempre lo han sido y que yo mismo me veo tristemente diluido en una muchedumbre como la que seguía a Jesús. Me cobijo dentro de una masa creyente pero sin practicar lo que me pide aquel a quien sigo. Me conformo con ser contado entre los miles, pero llegado el momento decisivo, me aparto. Me siento tibio cobijado con las apreturas y el anonimato, pero a la hora de encarar a Jesús, no puedo sostenerle la mirada. Andaba cerca y tras Él, pero con pretextos defendía mi cobardía pues no me sentía “preparado” para la prueba de fidelidad, la prueba para ser su discípulo.

¿No te molesta oír lo que Jesús requiere y sentir que no eres capaz de cumplírselo? A mí me molesta todo el tiempo, pero ésas son sus condiciones. Si realmente quiero ser su discípulo, tengo que hacer mis cálculos, como dice él mismo. Y si mis cálculos me dicen que no soy capaz, mejor me hago a un lado, para no ser uno más de aquellos que le siguen apretujando. No sirve de nada.

Si mis cálculos en “los números del mundo” me dicen que saldré en “bancarrota” y “endeudado”, mejor firmo un tratado de paz –para mí- y así “me doy de baja”. Así de fácil lo muestra Jesús. No habrá represalias ni venganzas. Aunque si habrá daños colaterales, el único que resultará perjudicado por no seguirlo seré yo.

Jesús es muy claro en sus exigencias, pero hay quienes en esa muchedumbre, aún así, le hacen creer a los demás que dichos requisitos no son tan estrictos como él dice, que está “exagerando”. Y si tienes una duda de ello, basta con revisar en Internet, en la hoja parroquial, o con escuchar la homilía en misa, para darte cuenta que la gran mayoría de los que se dicen sus discípulos, rodean este decisivo requisito de renunciar a los bienes para seguirlo. Escúchalos con atención y descubrirás que no hacen mención de la renuncia de manera clara, y es de esperarse pues esa mayoría, no lo hace y no lo cree. ¿Cómo han de llamarnos a dejar los bienes y cargar una cruz cuando ellos mismos no lo hacen y no lo creen necesario?

Sin embargo, ante problemas sociales y políticos que no los inculpan a ellos –directamente-, sí se ponen los domingos a jugar a ser profetas, denunciando a los participantes y acusando a los oyentes de ser “del montón” por no tener un criterio y una postura. Me gustaría verlos a ellos mismos haciéndose una auto-crítica así de mordaz y valiente, para corregir los requisitos que Jesús exige y que muchos de ellos no obedecen. Me hubiera gustado que así de bravos y altaneros invitaran a las personas a que también denunciaran los abusos, las violaciones, las riquezas, la corrupción, y los demás vicios que todos sabemos que se cometen dentro de la iglesia. Que nos invitaran a denunciar para fin de que esta iglesia, la que fundó Cristo, se parezca al menos un poco a lo que Él quería que fuera.

Sin embargo no lo hacen, se quedan callados cuando el evangelio se refiere a ellos. Pero no me creas a mí, sólo escúchalos cada vez que el evangelio hable de restricciones para los que queremos ser discípulos –que también aplican para ellos-, y diviértete descubriendo como siempre encuentran la manera de salir ellos bien librados de errores, y como siempre tú eres el inculpado. Y me pasa cada domingo, no importa a donde vaya.

Yo ya quiero salir de esta muchedumbre ¿y tú?

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